En una entrevista televisada hace unos días, el presidente galo Nicolás Sarkozy reconoció que ha cometido muchos, muchos errores, antes de haber cumplido siquiera un año de ser presidente de la V República Francesa. Entre esos errores estaba, y así lo reconoció, el haber ventilado de manera tan pública su tormentosa vida personal en los últimos doce meses. Que el pueblo que lo eligió, y de manera contundente además, haya estado más pendiente de su divorcio primero, y de su romance con una ex modelo y cantante después, en lugar atender a las reformas estructurales que su país requiere a gritos, fue una metidota de pata. Y hasta eso, en la entrevista ya no dijo ni pío de su situación personal. Después de todo, ése era uno de los problemas de que hablaba.
Que un político como Sarkozy, justamente célebre por su soberbia y no tener pelos en la lengua, haya reconocido que ha cometido errores, no deja de resultar extraordinario. Pero que admita además que uno de los principales fue el andar haciendo pública su vida privada, nos habla de que esos asuntos en especial pueden pegarle muy duro a los hombres públicos. Sobre todo, a los acostumbrados a salirse con la suya.
Y apenas unos días después de ese acto de contrición de Sarkozy, otro gobernante famoso por su soberbia reaccionó de manera muy distinta a una balconeada que le pusieron a su vida privada.
Resulta que un tabloide moscovita reveló en primera plana que el presidente ruso Vladimir Putin, que en teoría pronto dejará de serlo, se había divorciado en secreto de su esposa. Y ello, para casarse con una gimnasta campeona. Le han de gustar las maromas y los saltos del tigre al señor Putin. En fin, cada quien sus gustos.
La cuestión es que el presidente negó terminantemente que haya habido tal divorcio. Y ahí no terminó la cosa: un diputado conocido por ser su gato (gatos en el Poder Legislativo hay en todos lados, según parece) promovió en el Parlamento ruso una Ley que pena de maneras severísimas la calumnia y el libelo. Delitos que, además, resultan definidos de manera muy amplia, por decir lo menos.
Que la nueva Ley tiene etiqueta de destinatario, nadie lo duda. A lo largo de sus años en el poder, Putin se ha ganado justa fama de haber hecho retroceder las libertades y garantías que tenía la prensa tanto electrónica como escrita durante la Presidencia de su antecesor, Boris Yeltsin. Con esta nueva Ley, la mordaza sobre la libertad de expresión en Rusia se aprieta de nuevo.
Y no es por nada, pero por la manera en que nuestros ineptos y parasitarios partidos políticos han estado legislando, nosotros vamos por ese camino. La prensa mexicana debería poner sus barbas a remojar.