Si entre ustedes, amables lectores, hay algún emprendedor que desee iniciar un negocio o fundar una empresa, le recomiendo contratar un socio, pero no hablo de cualquiera, sino de uno que le venderá cara su amistad, le garantizará la asesoría y si el resultado final, digamos, no es bueno, pues allá usted, a asumir la responsabilidad como propietario y hombrecito, qué diablos, que los errores cuestan.
La capacidad de este asesor está probada, ya que ha incursionado en uno de los campos de oportunidad más difíciles de los negocios como es el futbol, y pese a su carácter, digamos, conciliador, logra colocarse en posiciones ventajosas, aunque sólo aporta a los proyectos su inmenso caudal de experiencia porque la lana, que debe ser mucha, pues la apoquina el dueño, como en cualquier sociedad exitosa debería ocurrir.
Este singular “bussiness hunter”, o cazador de negocios, ha presidido equipos en el balompié nacional, y hasta la Federación Mexicana de Futbol se vio beneficiada por su sapiencia, aunque de resultados, mejor ni hablar, no sea que se manche la impoluta hoja de servicios de tan conspicuo personaje.
Además, de ninguna manera permitiré que se piense que, al asociarse con él en un proyecto, le dejará a usted el peso de la administración; no señor, que para eso posee su propia promotoría y gentilmente, a cambio de unos cuantos pesillos, la incorporará a la sociedad, cuya repartición será tan pareja que si hay ganancias él gana y si eventualmente existieran pérdidas, pues las asume usted.
Los Dorados de Sinaloa acudieron al personaje en cuestión con la esperanza de ascender, y aunque se han colado a instancias definitivas, continúan en Primera A, pero la obra maestra del asesor ha sido la perversa sociedad con las más altas esferas del poder en Veracruz, para dirigir desde la sombra a los Tiburones Rojos.
Comprometer dinero del erario para un negocio particular es un acto inmoral, pero si además se fracasa en el asunto, el problema adquiere connotaciones monstruosas y altísimos costos políticos. Ya la afición del puerto le hizo sentir al primer mandatario estatal la furia, producto de su frustración, pues el equipo rueda, inevitablemente, a la división de ascenso.
Sin embargo, en caso de concretarse el fracaso, el asesor no pierde pues él, muy tranquilo, se regresa a casa a buscar otro gobernador incauto o un socio entusiasta al cual venderle su “vasta experiencia”, que de las cartas de jugadores y otros negocillos colaterales ya habrá tiempo de platicar.
Al final, lo cierto es que el menos culpable es el asesor pues mientras haya gente que le crea y lo contrate, pues seguirá haciendo de las suyas. Así que ya lo sabe, estimado amigo, si quiere hundir su negocio, ser vituperado por todos y perder cantidades millonarias, hágase a la brevedad de los servicios de este experto.
Finalmente, y hablando de otra cosa, ¿alguien ha visto a Alberto de la Torre?
