Hace unas semanas, asistí a la toma de protesta de una nueva mesa directiva; escuché dos discursos que se refirieron a la inseguridad pública, sin duda la consecuencia del agravamiento del estado de injusticia que vivimos en México y que se ha incrementado escandalosamente en la Comarca Lagunera, con apariciones, casi a diario, de asesinados a balazos y tirados en las márgenes del Río Nazas, o en puntos desolados de la región. El mayor escándalo: la guerra urbana desatada en una colonia de Torreón, en la que hubo muertos, heridos y detenidos, con el susto mayúsculo de los vecinos.
La pregunta que todos nos hacemos es ¿cómo podemos ganar seguridad para nuestros seres queridos y nosotros mismos? Acto seguido nos lanzan argumentos llenos de sapiencia, reflexiones de conocedores del tema, análisis de estadísticos y comparativos de los mismos contra la problemática de otras regiones y compromisos de autoridades de los distintos niveles de Gobierno, siempre con promesas esperanzadoras, recibidas con incredulidad.
La necesidad de sentir seguridad es una aspiración lícita, aprendida desde nuestros orígenes, o… ¿qué no fue la principal razón para que el hombre viviera su nacimiento, como especie, protegiéndose en las cavernas?
Esa necesidad hizo a los habitantes del mundo, en los inicios de la historia, construir murallas que protegieran sus casas y propiedades, antecedentes remotos de lo que ahora llamamos ciudades.
También las armas son producto de la aspiración humana de ganar seguridad; el hombre inventó la primera de ellas, usando sus brazos como palancas que le permitieran lanzar piedras y cazar o defenderse. Einstein temía que regresáramos a ello.
Algunas bajas pasiones nacieron por lo mismo; el temor a la vejez y la debilidad que ésta representa, provocó el deseo de poseer, avaricia y posterior usura, como recurso para generarse poder a través del capital y las propiedades. Podríamos continuar analizando los efectos que desencadena la necesidad de sentir seguridad, seguramente usted podrá encontrar muchos y mejores ejemplos.
Cierto que la seguridad requiere de instrumentos que den orden a las formas de vida de la sociedad; las leyes, reglamentos y otras normas, tratan de cumplir con esa función.
Saber las causas de la inseguridad no sólo es importante, se ha transformado en imprescindible para las comunidades que sufren el efecto de la misma. En el medio que me desenvuelvo he escuchado muchas explicaciones, leído algunas exposiciones y teorías, soportado cátedras de expertos y asistido a conferencias y talleres.
Ahora entiendo algo de lo que explican los que saben: justificaciones antropológicas, como aquello de que los seres humanos tendemos a buscar poseer para tener y con ello dominar y ganar seguridad, pensamientos eruditos que tienen parte de verdad.
Algunos insisten en entender el problema desde el punto de vista sociológico y hablan de “la necesidad de encontrar las formas de repartir justicia social y dar oportunidades de vida digna a todos los integrantes de la sociedad”. También tienen parte de verdad.
Hay otras explicaciones, preferidas por quienes son responsables de darnos seguridad y no pueden cumplir con su encomienda; la de moda y preferida: el narcotráfico, con una catarata de explicaciones, definiciones y planteamientos teóricos sobre ¿qué hacer? para contenerlo.
Pocos hablan del problema de fondo, simple en su definición, difícil de atender y resolver: la seguridad tiene que ver con asegurar los derechos individuales de toda la población, prevenir, no lamentar, antes de pensar en solamente atacar a quienes delinquen.
Habrá seguridad cuando aceptemos que no podemos mantenernos indiferentes a la realidad y tomemos en nuestras manos la responsabilidad de la libertad. Hasta la fecha, hemos insistido en hacer uso de derechos, sin pensar que ellos generan efecto de péndulo y regresan con obligaciones, que muchas veces dejamos pasar desapercibidas intencionalmente; la tendremos cuando exijamos a nuestros servidores que cumplan con su tarea, empezando por actitudes tan elementales como ejercer el puesto con honradez y honestidad. Si no hay quién promueva la corrupción, no habrá cadenas delictivas, así de simple.
Viviremos mayor seguridad cuando todos participemos en la atención a los problemas sociales y cumplamos aquello de “tanta participación de la sociedad como sea posible y tanta del Estado como sea necesaria”.
Gozaremos de más seguridad cuando nos atrevamos a denunciar los ilícitos, venciendo temores, aunque para ello debamos volver a depositar confianza en la disposición y capacidad del Estado para cuidarnos.
En esos discursos, alguien mencionó datos de miles de llamadas hechas por extorsionistas; lo que no se dijo es que hay cifras que aseguran que sólo uno de cada cinco de esos ilícitos llega a ser conocido; los otros cuatro, ni siquiera son denunciados.
En fin, habrá seguridad cuando nos pongamos a trabajar en ella, ejerciendo nuestros derechos y poderes otorgados por el sistema democrático que vivimos, por muy “de mentiritas” que parezca. Espero acepte la propuesta.
ydarwich@ual.mx