“Lo único que se ve organizado es el crimen organizado”.
Mercedes Murillo de Esqueda
La presidenta del Frente Cívico Sinaloense es una mujer de ideas claras y expresiones contundentes. Se llama Mercedes Murillo de Esqueda, pero en el momento en que empiezo a hablar con ella me aclara: “Todo el mundo me llama señora Meche”.
En los últimos días la señora Meche y otros miembros del Frente han organizado una serie de manifestaciones en Culiacán y en otras ciudades de Sinaloa en búsqueda de la paz. Su lucha parece quijotesca, pero indispensable, especialmente en un momento en que casi nadie se atreve a levantar la voz en contra de la violencia que tanto ha afectado a esa entidad.
Tan sólo en este mes de julio, el cual todavía no termina, se han registrado 108 ejecuciones en Sinaloa. O más bien, estas son las cifras hasta el momento en que escribo esta columna. No sé cuántas más muertes puedan haberse acumulado para cuando este artículo llegue a manos de los lectores. A lo largo de este 2008, y hasta el 22 de julio al medio día en que escribo estas reflexiones, se acumulan ya 578 ejecuciones. Hay guerras que no tienen tantos muertos.
La señora Meche rechaza la idea fácil, que ha servido para que tantas autoridades y buenas conciencias de la sociedad se laven las manos, de que en la violencia sólo caen quienes están vinculados con el narco. “A mí me mataron a un hermano –me dice la señora Meche—, Ricardo Murillo, que no tenía nada qué ver.”
Al investigar la información encuentro que Ricardo Murillo era un abogado, activista de los derechos humanos, que en 1993 fundó el Frente Cívico Sinaloense. Él presidía la organización hasta el momento de su asesinato en septiembre de 2007. La señora Meche ha continuado la lucha y se ha convertido en uno de los personajes más característicos de la vida pública de Sinaloa. En la última de sus manifestaciones pintó sobre el pavimento las siluetas de unos muertos, a la manera de los policías que marcan el lugar de la víctima en el escenario de un homicidio, con lo que logró captar la atención de las cámaras de los medios de comunicación.
Al contrario de lo que sostienen tantos habitantes de las zonas afectadas por la violencia del narco, la señora Meche rechaza la presencia del Ejército e incluso de la Policía Federal Preventiva. Se queja de que haya “todo un Ejército en los retenes para preguntarte si llevas licencia o no llevas licencia”.
“No puede ser –me dice—. Aquí nuestra Policía Municipal es extraordinaria. Siempre ha tenido cinco minutos para llegar. No sabemos por qué el Ejército tiene 15 minutos para llegar”.
Los soldados y los policías federales llegan de fuera del estado con la actitud de que todos los sinaloenses son criminales y así deben ser tratados. “Al pueblo –afirma— nos vieron a todos con caras de malos… El Ejército aquí ha decomisado más de 800 carros”. Y los niños dicen: “Son vacaciones. Le quitaron el carro a mi papá. Devuélvanle el carro a mi papá”. Los autos son confiscados, dice, por el simple hecho de no estar emplacados.
“Parte de lo que pedimos –me dice la señora Meche— es que se vayan las gentes del Ejército, que se vaya la PFP… No saben ni dónde están. Andan paseándose por toda la ciudad como si fuera circo. No han ayudado… Se vinieron sin haber investigado ni a qué venían…”.
Y continúa, en rápida sucesión de frases: “Que no balaceen gente. Tenemos mucha gente balaceada por la PFP y los militares… La gente les tiene más miedo a ellos que a los malos…”.
La señora Meche dice que no sabe cómo le haya ido a otras regiones del país con la militarización de la lucha contra el narco; pero, “a nosotros nos ha ido muy mal…. Ves unos soldados y arrancas y corres, y ellos te balacean”.
Las palabras de la señora Meche generan resistencia en muchos grupos de la sociedad. A pesar de todos los problemas, el Ejército sigue teniendo la confianza y el respeto de la mayoría de los mexicanos. En las encuestas de opinión, las Fuerzas Armadas suelen quedar en primer lugar entre todas las instituciones del país en credibilidad y confianza.
Pero no podemos cerrar los ojos a una situación que empieza a reconocerse en distintos puntos del país: la intervención del Ejército en la lucha contra el narco está teniendo consecuencias negativas. Si persisten los problemas, si se siguen registrando abusos a los derechos humanos y muertes de personas inocentes, o si los retenes continúan produciendo más fricciones que arrestos legítimos, pronto el Ejército empezará a sufrir el desprestigio que tanto afecta ya a todas las policías del país.
MARCELO ASPIRANTE
Estamos tan acostumbrados a la hipocresía de los políticos, que muchos se sorprenden de que Marcelo Ebrard señale lo que es natural y legal: que si las circunstancias son las adecuadas, a él le gustaría contender por la Presidencia de la República en el 2012. ¿Qué gobernador o político no quisiera hacerlo? Las reacciones que estas palabras honestas han generado en la clase política y entre muchos periodistas subrayan la hipocresía de quienes piensan que aún vivimos en los tiempos en que Fidel Velázquez podía sentenciar que aquel que se movía no salía en la foto. Ya no vivimos, empero, en la era del dedazo. En una democracia hay que moverse para llamar la atención de los ciudadanos y para obtener su confianza. Y no hay nada de malo en aceptar la aspiración legítima de ser el gobernante de la nación.