“Sin amigos, nadie querría vivir, aun cuando poseyera todos los demás bienes”.
Aristóteles
¿Cuántos artistas se necesitan para llenar el Auditorio Nacional? En lo que considero el mejor escenario artístico de México me ha tocado ver y escuchar a grupos pequeños, de cuatro o cinco integrantes, acompañando a gigantes como Pablo Milanés o Diego El Cigala. También he visto a grandes bandas y a cantantes con coros de respaldo. Incluso los grupos musicales más numerosos tienen problemas para llenar ese majestuoso foro. La propia Filarmónica de Viena recurrió a micrófonos para amplificar su música ante la enormidad del Auditorio Nacional. Este fin de semana pasado, sin embargo, dos artistas se plantaron solos en medio de este imponente escenario. A primera vista parecían frágiles, minúsculos, ante los nueve mil espectadores; pero con talento e inteligencia llenaron el más importante foro de Latinoamérica, más de lo que podría hacerlo el multitudinario coro del Ejército Ruso.
Joan Manuel Serrat, con su voz aterciopelada, ingenio y sentido del humor, acompañado de una simple guitarra acústica amplificada, y Ricard Miralles, con un piano de cola tocado con impresionante virtuosismo, ofrecieron uno de los conciertos más hermosos a los que yo haya asistido jamás.
Serrat es cada vez más un músico que trasciende épocas y géneros. Lanzar “Cantares”, esa pieza clásica —su más famosa quizá, himno de toda una generación, con letra de Antonio Machado— para empezar el concierto, revela un bravado que lo distingue de todos esos cantantes que dejan su mayor éxito al final del concierto, porque buscan obtener un cierre fácil y entusiasta.
Seguir poco después con una canción tan popular como “Tu nombre me sabe a hierba”, pero con un arreglo radicalmente distinto al original, nos ofrece la visión de un músico en constante renovación.
Ha sido común que Serrat lleve al Auditorio sus giras con grupos grandes. Tan sólo el año pasado compartió el escenario con Joaquín Sabina en Dos Pájaros de un Tiro. El concierto de 100 x 100 lo había ofrecido ya hace un par de años en Bellas Artes, un lugar más íntimo. Pero lo que sorprende es cómo ahora puede llenar, acompañado sólo por el talento pianístico de Miralles, un escenario de las dimensiones del Auditorio.
Serrat nunca ha querido convertirse en un simple acto de nostalgia. En sus conciertos no escatima –como Bob Dylan— sus mayores éxitos, como “La fiesta”, “Mediterráneo” o “Penélope”, pero a lo largo de los últimos años ha venido ofreciendo nuevas canciones, como “Benito” y “Utopía”, que muestran que su talento musical y poético continúa evolucionando.
Yo no sé cuánto tiempo más seguirá Serrat haciendo giras internacionales. El cantante catalán cumplirá 65 años de edad este próximo 27 de diciembre. Es una edad en la que muchos piensan ya en el retiro, sobre todo cuando no tienen preocupaciones económicas, como me imagino es el caso de Serrat quien puede vivir cómodamente de las regalías del trabajo de toda una vida.
Pero Serrat parece disfrutar del trabajo no sólo en el estudio sino también en las presentaciones en la escena, que pueden ser tan extenuantes para un hombre que, como se dio a conocer en 2005, ha recibido tratamiento de quimioterapia por un carcinoma. De hecho, en sus actuaciones en público Serrat no se cansa de decir, como lo hizo este pasado fin de semana en México, que es muy afortunado por ser un artista y por gozar del aplauso del público, pero también de que se le pague un buen dinero por sus actuaciones.
Para mí, y supongo que para muchas personas de mi generación, Serrat es más que un músico admirado.
Desde hace mucho tiempo ha sido mi compañero y amigo, aunque lo más seguro es que él no recuerde quién soy yo (lo he entrevistado dos veces). Su música ha acompañado los momentos más importantes de mi vida: los triunfos y los fracasos, las decepciones y las esperanzas. Las letras de sus canciones y las historias que cuenta forman parte de mí.
Este fin de semana pasada acudí al Auditorio Nacional con un poco de temor. Cada vez que veo a Serrat, sobre todo desde que supe de la enfermedad que lo aquejó, me pregunto si será la última.
Tras ese brillante concierto de mi amigo inevitable, que llenó el auditorio con un solo músico de acompañamiento y raudales de talento, me fui a casa con una enorme sonrisa. Tengo amigo para rato, pensé para mis adentros, y un amigo al que la edad mejora y madura como el más perfecto de los vinos.
MALA OBRA DE TEATRO
Me pareció como una de esas malas obras de teatro en la que cada quien representa el papel que le toca aun cuando no le quede. El Senado aprobó por una mayoría abrumadora, que incluyó el voto de los socialdemócratas dentro del PRD, una reforma petrolera que había sido tan debilitada para conseguir la aprobación de la clase política nacional que ya difícilmente promoverá las inversiones que el país necesita.
Andrés Manuel López Obrador y sus “adelitos” trataron de bloquear la sede del Senado, provocando golpes y empujones, para impedir la aprobación de una reforma que él mismo ya había emasculado. Los políticos parecen creerse sus papeles en esta mala obra. Pero al final lo único que han hecho es asegurar que México se convertirá en un país importador neto de hidrocarburos en un tiempo muy breve.
Y después lanzarán acusaciones a los responsables de haber provocado la situación que ellos mismos provocaron.