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Show y sustancia

Sergio Aguayo Quezada

En la elección de presidente Estados Unidos nos obsequia un show de primera. También hay sustancia porque este año la derecha conservadora dejará de controlar la Casa Blanca. A nosotros toca construir los escenarios sobre un futuro complicado.

Entrego esta columna cuando todavía se desconocen los resultados en las primarias. Algo es ya obvio: la competencia rompe récord de audiencia porque en el campo demócrata se disputan la bandera del cambio una mujer y un afroamericano que deberán enfrentarse a un republicano moderado y decente.

Si uno se queda en la epidermis, la campaña se apega a una liturgia archiconocida. En la retórica sigue exaltándose la grandeza y el excepcionalismo del “sueño americano” y en la escenografía siguen experimentando con todas las combinaciones posibles de sus colores patrios. Cuando se profundiza un poco aparece el barroquismo de un sistema en el cual cada estado fija sus reglas para votar y cada grupo de interés y cada poblado exigen una atención especial de los candidatos. Y existen muchas más peculiaridades.

Una regla por todos respetada es la ferocidad con la cual se aporrean los egos de quienes aspiran al cargo. Los medios parecieran haberse inspirado en la tradición católica para tomar las virtudes atribuidas a santas y beatos y medir con ellas a sus candidatos. Cualquier infidelidad, inconsistencia o incongruencia –pasada o presente— es atrapada en el aire para difundirse machaconamente; el espectáculo así lo exige y a los estadounidenses les encanta recordarles a los candidatos que, pese a la opinión sobre sí mismos, están al servicio de las y los ciudadanos. La disección la hacen, además, con esos toques de humor con “mala leche” que caracterizan a sajones acostumbrados a maltratar a sus gobernantes.

En el despellejamiento de candidatos participan todos. Desde los comediantes que compiten en la televisión nocturna hasta las publicaciones más serias. El 30 de enero, Michael Powell and Michael Cooper, recapitularon en la primera plana del New York Times, sobre los motivos tras el fracaso del republicano Rudy Giuliani, el alcalde neoyorquino hecho famoso después de los atentados terroristas contra las Torres Gemelas.

La prosa está salpicada de sarcasmo. El texto se abre diciendo que Giuliani “tal vez vivió todo el tiempo una ilusión” porque en la medida en la que los “republicanos lo iban conociendo, tenían menos deseos de votar por él”. Como su equipo estuvo integrado por neoyorquinos, los escritores aclaran que “era como si Giuliani estuviera compitiendo para presidente de Staten Island” (una de las delegaciones en que se divide la ciudad de Nueva York).

Una campaña presidencial es también un curso intensivo sobre los vericuetos de la política electoral. Analistas, adivinos, lectores de labios, especialistas en elegancia americana, entre muchos otros, revisan el comportamiento de las y los aspirantes para detectar aciertos y errores en el fondo y en la forma. Ningún país adora tanto la cultura fáctica como Estados Unidos. Sigue entonces que reducen a estadísticas cualquier fenómeno social y miden obsesivamente el impacto que tiene algún desplante de mal humor o alguna lagrimita en los cambiantes humores del electorado.

Lo apasionante de esta campaña es que, en el fondo, nadie puede pronosticar la forma en que el proceso afectará la sustancia. Puede asegurarse que nada será igual después de este año. Cuando faltan nueve meses para la elección, la derecha conservadora se quedó sin candidato gracias a sus propios errores. Así como el famoso senador Joseph McCarthy se derrumbó por sus incongruencias personales y por los excesos de su histérica cacería de comunistas, la actual derecha neoconservadora se ha hundido por la invasión de Irak y por la debacle económica. Y todo eso medido en cadáveres o en miles de millones de déficit.

Otra herencia de Bush aparece en las encuestas que subrayan el ambiente sombrío, las dudas en la sociedad sobre su lugar en un mundo que los condena mayoritariamente. Notable que en este momento reapareciera la vitalidad de una sociedad capaz de repensarse para sacudir el desaliento. Los precedentes abundan. A finales del siglo XIX y principios del XX Teodoro Roosevelt abanderó el reformismo “progresivista” que limó algunos de los excesos del capitalismo salvaje que exacerbaba los rencores sociales. En los años treinta Franklin D. Roosevelt redefinió el papel del Estado y, apalancándose en la reactivación económica causada por una Guerra Mundial, sacó al país de la Gran Depresión. Y cuando Bush y sus acólitos se hunden junto a la revolución neoconservadora surge una elección en la cual el concepto clave es el del cambio.

La historia puede ser cruel y la tragedia de unos se convierte en la oportunidad de otros. Si las vísperas de la Segunda Guerra Mundial crearon el contexto adecuado para que México nacionalizara su petróleo, la invasión de Irak le abrió a América Latina márgenes tan grandes de autonomía que se facilitaron los avances de la izquierda. La paradoja más reveladora se da en el Caribe. En territorio cubano está la base estadounidense de Guantánamo en donde pusieron una cárcel infame que recuerda la causa que abrió espacios al régimen cubano en América Latina.

Una cosa parece cierta: el próximo presidente de los Estados Unidos será Hillary, Obama o McCain. Nuestra tarea, como país, es ajustar los cálculos y afinar los escenarios. Es el momento de tener listo el mapa con los reajustes en el poder mundial y de responder a preguntas como las siguientes. ¿Qué tanto cambió el mundo en lo qué va de este siglo? ¿Cómo reaccionará América Latina al previsible regreso de Estados Unidos que, pese a la paliza recibida, sigue siendo una potencia?

Esa es la sustancia que debe orientar nuestra reflexión y análisis en el siempre pospuesto enigma del lugar que tiene, o que queremos que tenga, Estados Unidos en nuestro proyecto de país. En tanto lo hacemos, aprovechemos el momento y disfrutemos del show electoral estadounidense, uno de los espectáculos gratuitos más atractivos de este año.

La miscelánea

Hay premios que son como almas gemelas del recipiendario. Don Germán Dehesa, nuestro Quijote, recibirá en España el Premio Quijote. Se lo merece por la calidad de su pluma y la calidez de su alma. Cunde el regocijo entre sus adversarios del poker porque esa inyección de liquidez le permitirá seguir coqueteando –es lo suyo— con la suerte.

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