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Si volviera a vivir...

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Germán Froto y madariaga

Después de un día de visitas médicas y el consabido apercibimiento de que “tengo que dejar el cigarro”, es muy grato refugiarse en los textos que nos hacen reflexionar.

Y para ello, qué mejor que Jorge Luis Borges, quien dejó plasmada una serie de ideas magistrales en una entrevista de prensa que concedió a un periodista norteamericano y de la que en otros momentos he hablado.

Esa entrevista es muy larga, pero tomaremos de ella la parte medular con una aclaración que no es mía, sino de Facundo Cabral, y que me la contó en un circunstancial encuentro en el aeropuerto de la Ciudad de México.

Cuentan que Borges, era un erudito con un profundo sentido del humor, el cual nunca abandonó. Tanto es así que, ya ciego, un día que estaba esperando para ver quién lo ayudaba a cruzar una calle, se le acercó un joven que se ofreció para ello. Jorge Luis, que era un recalcitrante antiperonista y el lazarillo lo sabía, aceptó de buena gana la ayuda y a la mitad del camino el joven le confesó que él era peronista, a lo que Borges respondió: “No se preocupe, joven, yo también soy ciego”.

En la entrevista a la que he hecho referencia, Borges dice: “Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores. No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más”.

No hay nada que nos mortifique más que descubrirnos cometiendo errores. Muchos de ellos elementales. Nos enseñan a buscar la perfección y nosotros nos pasamos la vida tratando de alcanzarla, sin advertir que somos seres imperfectos y por tanto, proclives a cometer errores.

Que nada pasa si los cometemos, pues siempre podremos rectificar. Que lo verdaderamente censurable, es cuando esos errores se transforman en un daño para otro. Y más criticable cuando lo hacemos con dañada intención.

Pero no debemos de olvidar que solamente no se equivoca el que no hace nada. Que si queremos permanecer pasivos, nunca nos equivocaremos. Mas si nos decidimos a actuar estaremos expuestos a esos errores y que nada pasa si los cometemos.

Sigue diciendo Borges: “Sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad”.

Igualmente se nos enseña a ser serios y se habla de la seriedad como un buen signo de distinción.

Sin embargo, a mí me aburre la seriedad y más aún la solemnidad.

De hecho, rehuyo a las personas que no tienen sentido del humor y que creen que esta vida es seria.

Dicen por ahí que hay dos formas de pasar por este mundo: Una es haciéndose el loco y otra es estando loco. Es más divertido estar loco que cuerdo, pues estos últimos sufren mucho.

“Sería menos higiénico. Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres y subiría más montañas, nadaría más ríos. Iría a más lugares a donde nunca he ido, comería más helados y menos habas y tendría más problemas reales y menos imaginarios”.

Los adultos, a diferencia de los niños, somos demasiado higiénicos y nos preocupamos mucho por la pulcritud. Nos parece osado correr riesgos o no lo hacemos por temor. También nos parece cursi detenernos a contemplar los atardeceres, estos atardeceres laguneros que son verdaderas pinturas de Dios.

Nos conformamos con viajar por la Internet, pero rara vez nos aventuramos a pisar el césped de un cantón suizo o meter los pies en un río helado, como el Neva.

Estamos llenos de problemas imaginarios y que nosotros mismos solemos inventar. “La mitad de la vida me la pasé preocupado por cosas que nunca sucedieron”, solía decir Winston Churchill y tenía toda la razón.

“Si pudiera volver atrás, trataría de tener solamente buenos momentos. Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos, no se pierda el ahora”.

Somos nosotros los que hacemos la vida difícil, cuándo ésta es sencilla y sin complicaciones. Con frecuencia nos perdemos el ahora por estar pensando en el mañana. Un mañana que quizá nunca llegue.

“Si pudiera volver a vivir, comenzaría a andar descalzo a principio de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño. Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante”.

He aquí la parte que Cabral dice que Borges nunca dijo. Eso de andar descalzo desde principio de la primavera y hasta concluir el otoño. Y le creí porque ambos eran amigos. Finalmente y en forma dramática Borges afirma: “Pero ya ven, tengo ochenta y cinco años y sé que me estoy muriendo”.

A tales conclusiones llegó al final de su vida. Espero que nosotros no esperemos hasta entonces, para descubrir que la vida tiene otro sentido. Un sentido glorioso que vale la pena vivir.

Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano”.

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