Desde la identificación del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida en 1981, esa pandemia se ha extendido con velocidad temible por todo el mundo, y ha generado, o puesto en evidencia, otros males que propician la hasta ahora inexorable extensión de esta cruel enfermedad y sus preámbulos y consecuencias. Algunos de esos males han sido encarados en reuniones previas a la Decimoséptima Conferencia Internacional sobre el Sida, inaugurada formalmente anoche y que esta mañana inicia sus trabajos en la Ciudad de México.
El sábado, por ejemplo, se efectuó la marcha contra el estigma, la discriminación y la homofobia, modalidades de la conducta humana de rechazo a los enfermos de Sida o a quienes, por un prejuicio de naturaleza medieval, se consideran únicos o principales afectados, como los homosexuales. La ignorancia impide reconocer que la transmisión del Sida por contacto sexual es sólo una más de las fuentes de esa enfermedad y que es prevenible mediante el uso de preservativos. De allí que sea socialmente necesario luchar contra las falsas creencias que aíslan a los enfermos o los hacen ocultar datos de su vida personal, como la orientación sexual, lo que permite la extensión del flagelo y en América Latina su rápida feminización, es decir el contagio de mujeres cuyas parejas ocultan que tienen práctica sexual con personas de su mismo género. Fue significativo, y estimulante, y digno de reconocimiento que en la marcha participaran funcionarios de un Gobierno cuyo conservadurismo lo conduciría a una actitud remisa ante las actitudes denunciadas en la marcha misma.
También el sábado se inauguró la Primera Reunión de Ministros de Educación y de Salud de América Latina y el Caribe, funciones públicas unidas por un tema básico en el abordamiento del Sida, la educación sexual, cuya falta o deficiencia contribuye a su expansión y es otro de los males asociado al Sida mismo. Aunque un tema de esta naturaleza es difícilmente abordado en el seno de conferencias en que conviven personeros pertenecientes a diversos credos, culturas y sensibilidades, en la declaratoria titulada Prevenir con Educación (noción clave contra el Sida) se dispone que en los países de los gobiernos firmantes “la educación integral en sexualidad tendrá una perspectiva amplia que, en el marco de los derechos humanos, el respeto a los valores de una sociedad democrática y pluralista en los que se desarrollan las familias y las comunidades, incluya aspectos biológicos, éticos, afectivos, sociales, culturales, de género y sobre la diversidad de orientaciones e identidades sexuales, en el marco legal de cada país, para generar el respeto a las diferencias, el rechazo a toda forma de discriminación y promover entre nuestros jóvenes la toma de decisiones responsables e informadas con relación al inicio de sus relaciones sexuales”.
Un signo adverso, por desgracia, marcó uno de los aspectos que más preocupan a las sociedades, especialmente las pobres y empobrecidas como la nuestra, en que la extensión del Sida impone fuertes cargas financieras. Sin declararlo abiertamente, el Gobierno mexicano esperaba poder anunciar, en la víspera de la decimoséptima conferencia, un acuerdo con los productores de antirretrovirales, fármacos indispensables en su tratamiento. Pero sólo uno de los seis laboratorios que expenden esa clase de medicamentos accedió a convenir con la Administración una baja en el precio de dos de sus productos. Las firmas restantes al parecer confían en que la actitud conciliadora del Gobierno con la empresa privada le impida tomar acciones distintas a las del diálogo que ha mostrado sus limitados alcances.
Se estableció ya una Comisión negociadora de los precios de los medicamentos, pero sólo comenzará a funcionar respecto de las compras del año próximo. Antes de ese momento se esperaba de la buena voluntad de los gigantes farmacéuticos una actitud que evite endurecer al Gobierno la suya. La Comisión permanente del Congreso abrió la puerta, el miércoles pasado a que el Gobierno importe o produzca antirretrovirales a menor costo, para no quedar a merced de quienes ponen en México sus productos a precios hasta cuatro veces mayores que en otros países.
Es que otros gobiernos, hace ya mucho tiempo, se oponen que el dinero de los contribuyentes, con que se sufragan los programas de atención médica relacionados con el Sida, engrose las abultadas cuentas de los productores. Hace ya doce años que en Brasil se legisló en esta materia, de modo tal que los laboratorios nacionales puedan elaborar medicamentos genéricos a menor precio que los patentados por la industria farmacéutica internacional y ésta pueda perder sus patentes en casos que el Estado lo considere necesario. Ocurrió ya esta última hipótesis respecto del Efavirenz, cuyo productor Merck Sharp and Dohme había consentido en hacer una mínima reducción a su alto precio. El Gobierno de Brasil sustituyó sus compras de ese producto con importaciones de la India, país que tiene un protagonismo en esta materia que es necesario estudiar, que es capaz de ofrecer la unidad de Efavirenz a 45 centavos de dólar.
Ese mismo medicamento es uno de los dos cuya provisión para el resto del año y comienzo del próximo podrá comprar el Gobierno mexicano a precio reducido. Para que se perciba la magnitud de la rebaja ofrecida, de un 37 por ciento, en relación con el costo de la industria india, el Efavirenz costaba 9 mil 50 pesos y ahora costará 6 mil 151 pesos.