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¿Signo de los tiempos?

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

A lo mejor es sólo una simple anécdota, a la que estoy dándole una importancia fuera de toda proporción. Quizá se trata sólo de una manifestación más de ese sentido tan negro del humor que ha permitido la supervivencia de la raza mexica, incluso con la historia, los gobernantes y los sinsentidos que hemos padecido. O tal vez se trate de un rasgo de ingenio mal concebido por pubertos imaginativos, y que no pasa de ahí. Pero puede ser que se trate de un ominoso signo de los tiempos que corren; y que pueden dejar una huella terrible entre quienes luego tomarán el timón de este barco desarbolado y que empieza a hacer agua por todos lados. Lo pondré a consideración de ustedes, amigos lectores, y luego podrán sacar sus propias conclusiones.

En una escuela de Educación Media de esta ciudad se viene realizando un interesante ejercicio didáctico. Su objetivo es hacer a los muchachos conscientes de lo que implica la responsabilidad de hacerse cargo de otro ser, se supone que humano. Para ese propósito se le da a cada muchacho un muñeco muy simple: una carita de hule espuma pegada a un palito de unos veinte centímetros. Los jóvenes deben cargar con ese elemental muñeco durante un cierto tiempo. Lo visten y adornan como ellos quieren para darle una personalidad. Y cuidan que se vea lo mejor posible, y represente de la buena forma el carácter y el “espíritu” que ellos desearían tuviera su protegido. Algunos los visten de punks, otros de futbolistas, y no faltan las bailarinas de ballet y las princesas de Walt Disney. O de Gales, total.

En general el ejercicio les gusta a los muchachos y muchachas, y le dan buen uso a la creatividad que en esa edad suele desarrollarse al parejo que las hormonas. Pero…

Sucedió que un muchacho que había dejado su muñeco en su lugar dentro del salón durante el recreo, al regresar se encontró con que su entenado había desaparecido y en vez de él se encontró una nota: “Tu muñeco está secuestrado. Si lo quieres ver de nuevo, deberás dejar tres pesos en la maceta…” O algo por el estilo. Al poco tiempo, otro joven sufrió la misma suerte. Sólo que la recompensa era más elevada: un café de cierta cadena basada en Seattle.

No sé si los afligidos padres putativos cumplieron con las demandas de los secuestradores. O si, al desdeñar tan onerosas demandas, luego les llegaron cajitas con las cabezas de los muñecos. De hecho, no quiero saber qué ocurrió. Sólo que todo el asunto me puso a pensar en qué está pasando por las cabezas de nuestros hijos, la noción que del mundo están teniendo, y los usos y costumbres que quizá (sólo quizá) creen que son los que mueven a su sociedad, a su realidad, a su entorno.

No sé si ya me estoy poniendo viejo y paranoico. Pero la anécdota no me hizo ninguna risa. ¿Y a usted, amigo lector?

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