El director chileno Alejandro Jodorowsky se presentó ante miles de estudiantes que asistieron a la conferencia del cineasta. (El Universal)
Genio y figura, hasta la sepultura. Y en ella piensa instalarse Alejandro Jodorowski cuando tenga 120 años. “Si ese impensable que llamamos Dios, me presta vida”, aclara.
Gurudowski piensa llamarse cuando cumpla ocho décadas, pero por lo pronto, goza de una renovada fama, de un aire de chamán entre los jóvenes -y los no tanto-, que justifica la presencia de un equipo de seguridad y la masiva convocatoria a todo punto en donde esté anunciada su presencia.
Llegó puntual a la cita con los medios a las 11:00 horas. Pantalón caqui, playera gris de manga larga, zapatos negros y pelo blanco. Los flashes lo agobian.
A esa hora, en la parte exterior del Teatro Juan Ruiz de Alarcón en el Centro Cultural Universitario (CCU), ya se encontraban alrededor de 200 jóvenes esperando un boleto para entrar a la conferencia que Jodorowski daría a las 18:00 horas.
A las 22:00 horas del jueves llegó el primer interesado, desde Querétaro. A las 16:00 horas, y ante la tentativa de un portazo en el foro, las autoridades de la UNAM decidieron trasladar el evento a la explanada exterior del CCU, al lado del Museo de Arte Contemporáneo.
Una hora antes del evento ya son cerca de mil las personas reunidas, provenientes principalmente de las facultades de Filosofía y Letras, Ciencias Políticas y Sociales y la Escuela Nacional de Artes Plásticas. El calor agobia y no falta el listo que haga negocio con la venta de agua.
El tema de la conferencia con los medios fue la obra “El sueño sin fin”, escrita y dirigida por él, que será estrenada el martes en el Teatro de la Ciudad, como parte de la programación del Festival de México en el Centro Histórico. Pero en realidad el tema fue él, su obra, su leyenda, ese carisma que lo hace decir sin problemas “los felicito por haberme invitado”. Estaba en Italia montando la misma obra. Fue un éxito.
Pero ahora está en México, país al que ve mejor que cuando vivió en él, allá por los 60. Ya no tiene que salir a escondidas de los festivales, ni recibe amenazas de linchamiento por sus provocadoras propuestas.
“No era tan tremendo lo que hacía, pero era diferente para la época. Siempre he estado adelantado 30 años. Inventé el happening antes que los americanos. Rompí un piano en la televisión. Hoy ¿quién no rompe un piano? Todo mundo. Es lo menos que se puede hacer”, dice.
“Yo provocaba escándalos, pero no quería. Se producían. “Fando y Lis” es una película inocente, con una muchacha que imita parir puercos. No es nada. En realidad ni estaba desnuda. Tuve que salir del Festival de Acapulco escondido en un carro. Las cosas no son graves”, comenta.
Jodorowski comenzó como cualquier artista, lidiando con su ego, ejerciendo su derecho a la neurosis. Pronto, cuando filmaba “La Montaña Sagrada” llegaron las preguntas claves, entre ellas una que le hizo un consejero a quien visitó en el Barrio Chino: ¿Cuál es tu finalidad en la vida? Su respuesta: hacer arte para desarrollar la conciencia. Y en eso está basada El Sueño sin Fin.
“Es un intento por mostrar cómo el dolor humano se puede vencer, cómo es un error sufrir, cómo nos metemos en líos ¿Cuál es la finalidad de crear esta ciudad? Me gustaría que a mí me gustara, que estuviera bien hecha y que le sirviera al menos a una persona”, dice.
El psicomago dijo que es fiel a lo que siempre ha hecho, toda vez que la gran fidelidad es a sí mismo. Agregó que un verdadero artista no se traiciona.
“Yo no creo en la revolución política, sino en la re-evolución poética”, expresó el creador cuando contó por qué había abandonado Chile antes de la presidencia de Salvador Allende.
Respecto al cine, el chileno dijo que en un tiempo fue arte, pero ahora es industria, americana para mayor exactitud. Señaló que toda película americana es publicidad imperialista y que no se puede hacer arte cinematográfico con egos de star.
“Si tienes nombres, consigues el dinero. No hay espacio. Están haciendo cosas que la gente puede ver cuando están delante de la gente. Tienes que hacer arte digestivo. Me parece que la televisión tendría que cambiar porque está envenenando al mundo”, expresa.
“Johny Deep -que cobra 30 millones de dólares- me envió una carta donde me decía que le gustaría trabajar conmigo porque estoy entre sus tres directores preferidos. Marilyn Manson me llamó por teléfono una madrugada. Hello, contesté. I’m Marilyn Manson. No ma..., le dije. Y me invitó a tres conciertos”.
Las terapias que ha aplicado a sus hijos, sus maestros, su relación con Juan José Gurrola (“después de mí, el mejor director”), Manuel Felguérez y Lilia Carrillo, fueron temas que abordó durante la charla de casi una hora.
“Gurrola se atrevió a actuar en El Topo al lado de un león. Es difícil tocar un tigre. Los Hermanos Gurza me invitaron a tocar un tigre. Lo toqué. Todo tu instinto primitivo te hace temblar. Igual cuando toqué a La Tigresa...”, concluyó sin tiempo para dar más detalles.
