Será porque nos lavan el coco desde que estamos chiquitos con historias de príncipes, princesas y grandes duques. O por la nefasta influencia de la revista “¡Hola!”, que nos presenta a la aristocracia con toda pompa y circunstancia, como si esos parásitos con bronceados perfectos fueran realmente dignos de llenar página tras página a todo color. O incluso porque los nobles, en los últimos tiempos, han mostrado ser como todos los seres humanos: falibles, mezquinos, mentirosos y, uno que otro, tener pésimos gustos para las mujeres, como lo prueba el Príncipe de Gales.
El caso es que mucha gente se siente atraída por la nobleza. Y en algunos países, sobra quienes estarían dispuestos a dar su brazo derecho (o el izquierdo, total) con tal de alcanzar ese rango, y que delante de su nombre aparezca la palabra “Sir”, “Earl” o “Lord”.
En teoría, ello los distinguiría del común de los mortales, de la chusma, a la que ya podrían ver como Dios ve a los conejos: chiquitos y orejones.
Pero ¿saben qué? Piénsenlo dos veces. No sólo la nobleza ya no es lo que era. Sino que, en un descuido, uno puede terminar compartiendo título y blasones con un ave de noventa centímetros que, para colmo, ni siquiera vuela.
Efectivamente. La semana pasada fue nombrado Caballero del Reino de Noruega un pingüino llamado Nils Olav. Con una espada le dieron golpecitos en el hombro (o como se llame esa parte de la anatomía pingüinil), le pusieron charretera en la aleta y toda la cosa.
Si había alguna duda de la decadencia de las monarquías, creo que ésta es una prueba contundente.
La historia detrás de tan insólita ceremonia es la siguiente: la Guardia del Rey de Noruega suele hacer ejercicios conjuntos con sus colegas británicos en Edimburgo. En el zoológico de esa ciudad mora una colonia de pingüinos, y a los noruegos les cayeron simpáticos. Tanto, que en 1972 escogieron a uno de ellos como mascota, y lo nombraron Nils Olav.
Cuando el pingüino original murió, escogieron otro para representar al regimiento. Cuando también ese plumífero colgó los tenis, eligieron otro más. El que acaba de ser nombrado caballero es ya el tercer Nils Olav en ser mascota de esos (evidentemente) ociosos soldados.
Que como no tienen nada qué hacer, anteriormente habían nombrado al pingüino Coronel en Jefe Honorario. Quizá como ya no tenían a qué rango ascenderlo, le pidieron al rey Harald V que lo hiciera caballero. El buen Harald es muy consecuente, lo que sea. Si ya había dejado que su hijo, el príncipe heredero de Noruega, se casara con una muchacha que venía acompañada del vástago que había tenido con un heroinómano, ¿qué más le daba nombrar caballero a un pingüino? ¡Pan comido!
Evidentemente, esos países nórdicos están perdiendo la chaveta, de lo puro aburridas que son sus desarrolladas, reguladas, ordenadas y muy seguras vidas.