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Sobre lo precario de las consultas

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

Hoy es viernes 13, y Jason Voorhees va a andar por ahí, con su máscara de hockey y sus hachas y machetes, partiendo en cachitos a adolescentes que, contrariando a lo gregario de su condición y edad, siempre ganan cada quién por su lado para que los destacen mejor de a uno por uno. Linda tradición, lo que sea de cada quién.

Por otro lado, esta semana termina luego de que en ella se le dio mucho movimiento y bolita al asunto de la consulta ciudadana sobre el tema petrolero. El que va más avanzado en ese sentido es, como tenía que ser, el Gobierno del DF, desde el cual Marcelo Ebrard promueve el que el culto público chilango opine sobre esa perita en dulce que es el futuro de los hidrocarburos de nuestro país.

La mentada consulta tiene muchos bemoles, y de todo tipo. Por un lado, el Instituto Electoral del DF, al que se le ha comisionado tan complejo ejercicio, no cuenta entre sus facultades el poder realizar algo así, que no tiene que ver con asuntos estrictamente capitalinos. O sea, que el IEDF no tiene nada qué andar haciendo preguntando sobre el petróleo, y el presupuesto que se gaste en ello está fuera de sus atribuciones. O sea, que hasta de malversación de fondos se puede acusar a quienes le sigan el juego a Ebrard.

Por otra parte, el costo de la consulta ha hecho que mucha gente ponga el grito en el suelo. Habiendo tantas carencias en la capirucha, ¿para qué gastar la pólvora en diablitos, especialmente en algo tan patentemente inútil? Y es que los resultados no tendrían ninguna fuerza legal, ni obligarían a nadie a hacer nada. En última instancia, el 80% de los diputados, que no son del DF, puede ignorarla o pitorrearse de ella. Después de todo ¿a ellos qué les importa lo que opinen los capitalinos? Que una vez más dan rienda suelta a su autismo, suponiendo que el país se termina en las torres de Ciudad Satélite.

La mentada consulta es un ejercicio demagógico clásico. Se le pregunta a la gente como si se le tomara realmente en cuenta, para obtener un resultado predeterminado, que no sirve sino para promover la agenda política del convocante. Como suele ocurrir con estas cosas, todo depende de cómo se hagan las preguntas. Y cómo se maneje la promoción para que la gente participe. Y quién cuente e interprete las opiniones. Demasiadas variables, la verdad.

Con otra: que eso de consultar a la gente qué opina sobre un tema que el 99% de nosotros desconocemos casi por completo, no tiene mayor valor que las sesudas opiniones que suscriben ilustres desconocidos con respecto a Sven-Göran Ericsson o cualquier otro tema de palpitante actualidad… y del que el culto público conoce un soberano sorbete.

Además, habría que recordar que en el plebiscito con que Austria aprobó su anexión a la Alemania nazi, el 99% votó a favor. Consultar no siempre es la mejor medición de qué es lo más positivo para un país. La historia nos lo advierte.

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