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SOBREAVISO | René Delgado

El segundo Gobierno

El presidente de la República concluyó esta semana una serie de ajustes en el Gabinete y en su partido –en ese importante trípode que es la política interna, la política social y la política partidista– y, con esa decisión, pero quizá más allá de su propia voluntad, mandó un mensaje: desde su perspectiva, la circunstancia en que llegó al poder ya es otra y se siente con la fuerza suficiente para hacer más suyo el Gobierno.

Ciertamente, los desplantes de Manuel Espino en el partido blanquiazul, la ineficiencia e ineficacia de Francisco Ramírez en Gobernación y la tibia actuación de Beatriz Zavala en Desarrollo Social presionaban esos cambios. El punto importante es si, efectivamente, el mandatario cuenta con la fuerza, la organización y el equipo necesario para imprimirle su sello al Gobierno.

En todo caso, esos ajustes resultarán determinantes en el curso del Gobierno y en las posibilidades del calderonismo en la elección intermedia.

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Sin explicación oficial sustantiva de por medio, el ajuste operado por el jefe del Ejecutivo permite pensar que Felipe Calderón considera estar en una mucho mejor circunstancia que aquella que marcó su ascenso al poder.

Los cambios realizados revelan, desde esa perspectiva, que el mandatario se siente mucho más consolidado en el poder y que, por lo mismo, puede dar por concluidos o saldados algunos compromisos impuestos o adquiridos al arranque de su gestión. Así, si la herencia foxista en la dirección del partido quedó superada con el traslado de Germán Martínez de la Secretaría de la Función Pública a la cabeza del partido, ahora opera cambios en el Gabinete para hacer más suyo el Gobierno.

El ajuste realizado en el partido no puede verse desvinculado de los que esta semana se operaron en las secretarías de Desarrollo Social y Gobernación.

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Si la designación de Beatriz Zavala respondía a la necesidad de darle espacio a la cuota de género en el Gobierno en virtud del manejo que de ella prometían o hacían tanto López Obrador como Vicente Fox, Calderón deja sentir que ésa ya no es una preocupación y que, por lo mismo, Zavala puede pasar del Gobierno al partido sin que otra mujer la suceda en Desarrollo Social. El mandatario decidió ocupar esa importante posición con un cuadro mucho más allegado a él, como lo es Ernesto Cordero.

El asunto no es menor, la Secretaría de Desarrollo Social es de las pocas dependencias que “da”, en lugar de “quitar” u “obligar”. De ahí que quien la ocupe, si cuenta con la habilidad necesaria, tiene la oportunidad de proyectarse personalmente o, bien, de darle un rostro amable y generoso al Gobierno en turno. Y es evidente que Ernesto Cordero va a darle ese rostro al Gobierno, recogiendo los hilos de la asistencia y la ayuda social para que no sean los gobernadores quienes hagan caravanas con recursos del Gobierno Federal.

En estricto sentido, no se estaba aprovechando el instrumento que representa la Secretaría de Desarrollo Social. No se veía, valga la expresión, la política social siendo que es de los pocos recursos con los que Calderón cuenta para darle algo de lustre a su Gobierno.

Es debatible, desde luego, por qué no se veía esa política. Algunos aseguran que el círculo estrecho de Los Pinos más de una zancadilla le puso a la propia Beatriz Zavala, como otros aseguran que la funcionaria no tenía la talla para el puesto.

Lo cierto es que ahora Calderón tiene a un operador cercano en esa dependencia. Técnicamente mejor preparado y políticamente... están por verse sus habilidades.

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Si el nombramiento de Francisco Ramírez Acuña respondía al compromiso de pagar “el destape” de Felipe Calderón, la ineficiencia y la ineficacia mostrada por el ex gobernador de Jalisco le puso en charola de plata al presidente de la República la posibilidad de removerlo.

El bajo perfil de Ramírez Acuña lo justificaba el propio funcionario señalando que respondía a un principio de disciplina. Sin embargo, no falta quien interpreta la grisura política del jalisciense como el propósito de lavarse la imagen de dureza mostrada en su tierra para, eventualmente, anotarse en la lista de los posibles sucesores de Calderón. Pero también hay quienes señalan que el secretario de Gobernación fue víctima del círculo estrecho de Los Pinos que, cuando no le ocultaba información, lo dejaba fuera de la jugada política.

Lo cierto es que Ramírez Acuña nunca mostró el arte necesario para darle a su jefe, el presidente de la República, la posibilidad de recuperar algunas riendas de la política. No acotó el protagonismo y las groserías de Vicente Fox, no pudo con Manuel Espino en el partido, no estableció la relación necesaria con los coordinadores parlamentarios de su propio partido para favorecer una actuación articulada entre Ejecutivo y Legislativo, y no pudo con los gobernadores.

Tan no pudo con el puesto que la iniciativa política quedó en manos del priista Manlio Fabio Beltrones que, en más de una ocasión, dejó sentir que el cogobierno tenía sede en el Senado de la República.

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Al despacho de Bucareli ha llegado Juan Camilo Mouriño, un calderonista que los últimos años ha servido con buenos resultados a su jefe político pero que, en un descuido, podría acarrearle problemas.

El campechano lleva la consigna de recoger los hilos de la política interna para darle posibilidades a su jefe Felipe Calderón y, en esa perspectiva, asfaltar el camino panista a la contienda electoral del año entrante.

Nadie niega inteligencia y coraje a Mouriño, como tampoco nadie niega su tendencia a los desplantes y la prepotencia que, incluso dentro del Gabinete, le han generado enemigos. Fuera de la sombra de Los Pinos, expuesta a la luz la actuación de Mouriño, está por verse cómo lo recibe el Gabinete del cual ahora forma parte. Más de un secretario de Estado fija en Mouriño la causa de sus dificultades para tener un mejor trato con el presidente de la República o, peor aún, sus desventuras. Y, ahora Mouriño, como par, tendrá que coser heridas si no es que saldar agravios.

El talento de Mouriño tendrá que desplegarse y rápido hacia dentro y hacia fuera del Gobierno porque, en combinación con Germán Martínez, está obligado a consolidar las alianzas hacia dentro y hacia fuera del panismo, en la ruta del quehacer legislativo como de la elección intermedia.

Y, en esto, como lo ha demostrado Eduardo Sojo, no es lo mismo ser un superasesor bajo la sombra de Los Pinos que un secretario de Estado en territorio comanche.

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En todo caso, con los cambios operados, el presidente de la República ha mandado un mensaje importante dentro y fuera de su partido.

El mandatario se muestra más fuerte o más atrevido. Más consolidado en el poder, con fuerza suficiente para soltar lastre y hacer más suyo el Gobierno, con posibilidad de fincar los pivotes de la política política, la política partidista y la política social que, en su combinación, constituirán el eje de la estrategia electoral del año entrante.

El mensaje es ése, el punto es si los enviados del jefe del Ejecutivo a esas posiciones clave tienen el tamaño y la talla para arrostrar ese reto y, desde luego, si entregarán los resultados esperados. Y si, en verdad, la condición del presidente de la República es otra.

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Correo electrónico: sobreaviso@latinmail.com

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