En 1997 México se convirtió en el primer país latinoamericano en firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea. Por supuesto, como ya es tradición, hemos desaprovechado la mayor parte de las ventajas de dicho acuerdo. Creo que lo único más o menos visible es la importación de unos matarratas alemanes que acá se hacen pasar por vinos de mesa. Baratísimos, eso sí. La cuestión es que, con acuerdo y todo, está difícil que la Unión nos tome en serio mientras nos convertimos en el único país del mundo que no permite la inversión privada en el campo petrolero. Sí, leyó usted bien. Ya somos el único. Según informes fidedignos, el otro único rejego, que era el régimen asesino y tiránico de Corea del Norte, ya entró en conversaciones para asociarse con una empresa británico-holandesa y que empiece a explorar en ese aislado, paupérrimo país. Así que nos quedamos solitos, papando moscas, mientras Pemex se pudre y los líderes sindicales petroleros se la pasan bomba en Las Vegas. Seguramente de esa forma nosotros somos más soberanos que el resto de los países del mundo. Ah, y el resto del planeta está equivocado.
Pero bueno, volviendo al acuerdo con la Europa de los 27: hace unos días, la Unión Europea decidió concederle a México el estatus de “socio estratégico” o (si así les suena más chido) “potencia”. Aquí la cuestión es que la UE a pocos países les concede esa distinción, y en Latinoamérica únicamente la tenía Brasil… que no tiene un acuerdo como el nuestro, pero bien que le saca tajada a las oportunidades… mientras nosotros nos chupamos el dedo y Lula, con toda la razón, se burla de nuestro empeño en seguir siendo pobres.
Por supuesto, el que la Unión Europea nos conceda un estatus especial debería abrirnos los ojos a las múltiples posibilidades que podría aprovechar este país si no gastara tanto tiempo viéndose el ombligo del nacionalismo rancio, los agravios del pasado y las estériles disputas ideológicas que poco o nada tienen que ver con el Siglo XXI.
Pero como que habría que manejar con pinzas el terminajo ése de “potencia”. En otros tiempos más claros y despejados, ese sustantivo únicamente lo podían detentar aquellos países cuyos chicharrones realmente tronaban, ejercían notable influencia sobre su entorno y podían imponer sus condiciones a punta de cañonazos.
Pero en este aciago Siglo XXI nada de ello es muy claro. Vaya, nadie puede asegurar que México sea siquiera una potencia de la Concacaf, en vista de que en soccer a los gringos no les ganamos desde hace quién sabe cuánto.
Así que ya saben: ni para qué volarse con el término de “potencia”… así nos lo otorguen los generosos euroburócratas de Bruselas… y así nos haga sentir muy bien, pese a que nos empeñamos en hacer todo muy mal.