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Son ‘superpapás’ de tiempo completo

Desde hace diez años que Alberto Moreno se hace cargo de sus dos hijos, Sandra y Carlos. 

Ramón Moreno Fierro enviudó cuando su hijo sólo tenía cuatro meses de edad, y ahora llevan una relación muy buena, y ambos están felices con el pequeño Ramón.

Desde hace diez años que Alberto Moreno se hace cargo de sus dos hijos, Sandra y Carlos. Ramón Moreno Fierro enviudó cuando su hijo sólo tenía cuatro meses de edad, y ahora llevan una relación muy buena, y ambos están felices con el pequeño Ramón.

Cristal Barrientos. El Siglo de Torreón

Ramón, Ramón Jr. y Alberto han tenido experiencias similares: por diferentes circunstancias, los tres tienen que enfrentar la paternidad sin el apoyo de sus esposas. Ser padre y madre a la vez no les ha resultado fácil, sin embargo les ha dado muchas satisfacciones.

Cambiar pañales, preparar biberones, lavar, planchar y cocinar, son sólo algunas de las cosas que Ramón y Alberto aprendieron a hacer cuando se quedaron sin esposas, y con hijos que cuidar. Ser padres no ha sido fácil para ellos. La esposa de Ramón murió cuando su bebé apenas tenía cuatro meses de edad, mientras que Alberto prefirió divorciarse para que sus dos hijos no sufrieran por el alcoholismo de su ex mujer.

Por eso, desde que sus hijos nacieron, Ramón y Alberto han sido padres y madres a la vez; ambos tuvieron la oportunidad de dejarlos al cuidado de otras personas, incluso de volver a casarse para aligerar un poco el trabajo, sin embargo, prefirieron asumir solos la responsabilidad de educarlos.

Este domingo es el Día del Padre, y tanto Ramón como Alberto tienen mucho que festejar, pues las desveladas que pasaron arrullando a sus hijos para que durmieran, valieron la pena; y aseguran que no cambiarían por nada todo lo que han vivido con ellos.

‘FUE ALGO MUY DIFÍCIL’

Después de cinco años de noviazgo, y a sólo un año y tres meses de haberse casado, Ramón Moreno Fierro quedó viudo. Su hijo, Ramón, era tan sólo un bebé cuando su madre, María de Jesús, falleció luego de una dolorosa enfermedad. A Ramón se le hace un nudo en la garganta cuando recuerda cómo aprendió a cuidar a su bebé, “para que no se me cayera, lo cargaba y lo metía a bañar conmigo en la regadera. Le hacía los biberones, le cambiaba los pañales, todo”.

Cuando se casó con María de Jesús, tenía 38 años y ella 34, “la gente decía que no iba a poder tener hijos porque ya era muy grande, pero a los meses se embarazó y tuvimos a Ramón; para mí fue muy difícil perderla”.

Tardaron cinco años en casarse porque la situación económica de los dos era muy precaria, y prefirieron esperar a que las cosas mejoraran, pero con la promesa de que ninguno dejaría que terceras personas se metieran en sus decisiones y relación.

“Por eso tuvimos un noviazgo muy bonito, y el año y tres meses que duramos casados fuimos muy felices. Desgraciadamente ella era una mujer muy frágil, desde que la conocí supe que estaba enferma del páncreas; a pesar de esto tuvo un embarazo normal y el parto fue por cesárea, pero poco después comenzó a sentirse mal otra vez; los medicamentos ya no le quitaban el dolor y murió a los cuatro meses de haber dado a luz”.

Dice que Ramón, su hijo, nació un 26 de abril de 1978, “al principio me dio mucho miedo; tuve que aprender algunas cosas como preparar biberones, cambiarle los pañales y bañarlo”.

Lo peor, recuerda Ramón, era cuando tenía que separarse de su hijo para ir a trabajar porque lo dejaba en una guardería o con algunos parientes: “ahora se ve muy normal que los niños vayan a esos lugares porque les dan de almorzar, de comer, los cuidan, y los enseñan a desenvolverse, pero a mí se me hacía muy duro”.

En ese tiempo trabajaba en la construcción de la clínica del ISSSTE en Gómez Palacio, y un vecino le ayudó a conseguir otro empleo como prefecto en una escuela de San Pedro de las Colonias, en donde conoció a quien sería su segunda esposa, Herlinda Llamas, quien también era viuda y tenía hijos. En ese entonces, su hijo Ramón enfermó de sarampión y la garganta se le cerró por completo, no podía hablar ni comer nada, y Hermelinda se ofreció a cuidarlo; meses después se casaron pero su matrimonio sólo duró poco más de dos años porque era muy celosa.

“A mi hijo siempre lo trató muy bien, incluso él le decía mamá, pero no funcionó, así que nos divorciamos. Ramón ya tenía cuatro años y entonces decidí quedarme solo; no quise arriesgarme a que me lo trataran mal porque así como es de buena gente, no me iba a decir si alguien le pegaba”.

Ahora, a sus 69 años de edad, se siente satisfecho porque asegura que Ramón es un gran muchacho: “jamás me dio problemas. En 1982 compré la casa donde vivimos y me atrevo a decir que aquí hemos sido muy felices; nos llevamos muy bien”.

Sin embargo, dice, ahora es cuando más extraña a María de Jesús: “pienso en que podría estar conmigo, haciéndonos viejos los dos; el tiempo que estuve con ella fui muy feliz. También con Hermelinda pero no funcionó; ambas fueron dos grandes mujeres”.

SU PROPIA HISTORIA

El hijo de Ramón tiene su propia historia qué contar. A sus 30 años de edad, es un joven divorciado que, como su padre lo hizo con él, se hace cargo de cuidar a su bebé los fines de semana, así que de viernes a domingo se olvida de sus amigos para dedicarle todo el tiempo posible. Ramón Moreno Miranda se casó a los 26 años y antes de que naciera su hijo -a quien también bautizaron con el nombre de Ramón- ya tenía problemas con su esposa, y cuando se dio cuenta que las cosas no mejorarían entre ellos, decidió divorciarse y convertirse en papá y mamá a la vez.

“No toleraba muchas cosas de mi ex. Me cansé de hablar y hablar con ella, y un día me dije ‘yo quiero ser feliz, no quiero llegar a los 60 años y estar peleando y hablando’, y nos divorciamos”, comenta Ramón.

La separación fue dolorosa porque dejó de ver a su hijo durante ocho meses, sin embargo, luego de mucho discutir y hablar, pudieron llegar al acuerdo de que ambos compartirían la custodia del pequeño Ramón.

“Sí es mucha responsabilidad cuidarlo porque es muy latoso”, dice Ramón en tono de broma, “lo más difícil es cuidarlo en la noche porque se despierta mucho, y yo tengo insomnio, así que el poco rato que puedo dormir, no me deja; siempre me trae en friega”.

Desde hace tres meses que Ramón cuida a su hijo, quien ya tiene tres años de edad. De viernes a domingo, se olvida de los amigos para estar con el pequeño. “Cuando lo dejé de ver fue muy difícil; me sentía mal porque pensaba que le estaba fallando a mi hijo y a Dios”.

Por fortuna, ahora lleva una relación cordial con su ex esposa, “no se dieron las cosas entre nosotros. Nunca nos podíamos poner de acuerdo, pero nos dimos cuenta que el único afectado era mi hijo, y decidimos hacer las paces”.

Sabe que algún día, tanto él como su ex pareja, tendrán que rehacer su vida, pero dice que siempre se asegurará que su hijo sea bien tratado, “lo mejor para mí es pasar los fines de semana con él, de hecho ya no salgo, y si tengo cualquier compromiso lo dejo para cuidarlo”.

El pequeño Ramón es un niño muy travieso, según comenta su padre, “pero disfruto mucho de su compañía. Casi no lo regaño porque me corre atole en las venas con él, no me hace enojar y por eso cuando le llamo la atención cree que estoy jugando con él; lo que nunca haría es ponerle una mano encima”.

Algún día, dice Ramón, le gustaría ver a su hijo convertido en un deportista, “lo malo es que él le va al Santos y yo al Pumas, pero de eso tiene la culpa su mamá porque ella también le va al equipo de aquí; por fortuna abrí los ojos a tiempo”.

Sobre su padre, Ramón comenta que ha sido un gran ejemplo para él, y aunque no conoció a su madre, la extraña mucho, incluso aún recuerda cómo lloraba en la primaria cada 10 de Mayo porque se quedaba con los regalos que las maestras les ponían a hacer para los festivales.

“Sí es difícil ser padre y madre a la vez, y ahora comprendo a mi papá. Me acuerdo que él me abrazaba y me reconfortaba cuando me veía llorar; es que los niños son muy crueles y siempre me preguntaban ‘¿por qué no tienes mamá?, me hacían sentir mal; las maestras nunca nos ponían a hacer regalos para los papás, y no está bien eso”. Ramón, “Ramoncito”, y “Ramoncitito”, como se llaman ellos mismos de cariño, forman una familia feliz, y este Día del Padre planean ir a casa de un tío para festejarse.

LO PRIMERO, LA FELICIDAD DE SUS HIJOS

Cuando Alberto Moreno Morga se dio cuenta que su esposa no estaba dispuesta a dejar de beber, decidió divorciarse y hacer una vida con sus hijos Sandra y Carlos, quienes apenas tenían cuatro y dos años de edad, respectivamente.

Para cuidarlos, Alberto tuvo que renunciar a su trabajo y aprender oficios como darle mantenimiento y arreglar los aparatos de refrigeración.

Han pasado diez años desde entonces, y ahora sus hijos son su mayor alegría. “Nunca he pensado en rehacer mi vida porque no quiero que nadie los trate mal; además los niños son celosos y tampoco quieren otra mamá. A lo mejor cuando mi hija comience a tener novio, entonces sí me va a dejar, pero ahora dice que no”.

Para sacarlos adelante, Alberto se llevaba a sus hijos a trabajar con él: “iban en la mañana a la escuela, y en la tarde me los llevaba a reparar aparatos de aire, se entretenían jugando en las azoteas”.

Ahora Sandra tiene 13 años de edad, y Alberto 10. “Nunca estuvieron solos y tampoco pensé en dejarlos con alguien más. Fue muy difícil al principio ser papá soltero pero me adapté muy rápido; pero sí, mi vida cambió por completo. Antes andábamos en camión, y ahora ya tengo un carrito para salir a pasear con ellos”.

A sus 51 años de edad, Alberto lo único que desea es tener la fuerza suficiente para seguir trabajando, “quiero darles una carrera, que tengan un título.

Poco a poco hemos salido adelante, ya tenemos muebles; por fortuna la escuela no es cara, lo más difícil es pagar la renta y los recibos de agua y luz”.

Y aunque a veces pasan hasta dos semanas sin que nadie lo contrate, Alberto se muestra optimista, “siempre sale algo, se tarda pero llega. Mis amigos me dicen que me consiga una pareja pero la verdad es que ni tiempo tengo; sí se me han acercado mujeres pero cuando ven que siempre estoy ocupado trabajando y cuidando a mis hijos, se van”.

Alberto comenta que le gusta ir a los festivales de sus hijos en la escuela aunque sólo sean para mamás, “ya sé lo que ellas sienten. Gracias a Dios mis hijos van muy bien en sus calificaciones, y siempre les digo que si sacan un seis para mí es como un ocho porque nunca los puedo ayudar a hacer las tareas o a estudiar”.

La casa de Alberto y sus hijos, siempre está limpia porque entre los tres se dividen el trabajo del hogar, “vale la pena renunciar a todo por ellos. Me siento satisfecho y no espero nada a cambio porque a veces los hijos somos medio ingratos”.

Hasta ahora, Sandra y Carlos comienzan a entender los sacrificios que su padre hizo para cuidarlos y mantenerlos a la vez, “entre más crecen más se acomodan las cosas, por eso creo que en unos años podré conseguir un trabajo con un horario normal para darles una vida mejor; muchos me critican porque estoy solo pero no hago caso porque mis hijos son lo más importante para mí”.

La celebración

La idea de celebrar el Día del Padre ocurrió en 1909 en Estados Unidos, cuando una mujer llamada Sonora Smart Dodd, de Washington, propuso la idea de festejar esta fecha como un homenaje a su papá, quien fue un veterano de la guerra civil llamado Henry Jackson Smart.

Y es que el veterano enviudó cuando su esposa murió durante el parto de su sexto hijo y entonces se hizo cargo de criar a sus niños cumpliendo el rol de padre y tratando también de cumplir el de madre. El señor Smart nació el 19 de junio, y por eso Sonora Smart Dodd propuso el día de su cumpleaños como el Día del Padre.

La idea fue acogida con entusiasmo por muchas personas en diversos condados y

ciudades de Estados Unidos.

Y fue hasta 1924 cuando el presidente Calvin Coolidge apoyó la idea de establecer un Día Nacional del Padre. En 1966 el presidente Lyndon Johnson firmó una proclamación que declaraba el tercer domingo de junio para esta celebración.

México al igual que otros países latinoamericanos adoptaron el tercer domingo

de junio como Día del Padre, fecha en que muchas familias acostumbran reunirse

y realizar alguna convivencia para festejarlos con obsequios y una comida.

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