Sonia, 20 años en el infierno
Por presión familiar y luego de enterarse que estaba embarazada, Sonia abandonó sus ilusiones juveniles a los 19 años y se fue a vivir en unión libre con un hombre que durante dos décadas la insultó, golpeó y humilló al grado de que ella llegó a pensar que toda esa violencia era normal. Pero un día decidió romper el silencio y ahora ayuda a otras mujeres maltratadas.
“De una u otra manera al principio uno cree que la persona puede cambiar y que el amor puede ayudar a ese proceso y más si uno repite el patrón de violencia que vio en su casa de niña, éste termina por volverse el eco de una violencia heredada”. Como éste son miles los testimonios que se pueden recoger, más en una sociedad cuyas prácticas machistas son heredadas, afortunadamente Sonia rompió el silencio y ahora ayuda a mujeres laguneras maltratadas.
Es difícil no quedarse atónito o quebrarse ante las escenas que relata Sonia, más porque cuando se observan las estadísticas que manejan instituciones como la Procuraduría de la Defensa de la Mujer o las organizaciones que trabajan para prevenir la violencia de género, parece que se está lejos de erradicar esta situación. Sonia está a punto de cumplir 40 años y sin embargo dice que a pesar de encontrarse en una etapa de madurez, una mala decisión le impidió durante muchos años sentirse orgullosa de ser mujer.
A los 19 años Sonia fue a vivir en unión libre con su ex-compañero sentimental, por necesidad y presiones más que nada, al quedar embarazada de su primer hijo. De antemano sabía que él era un hombre machista, propenso al alcoholismo y de conducta agresiva, situación que no se manifestó como un impedimento al momento de tomar la decisión, gracias al panorama que le dibujó su mamá, para quien una mujer sola no tiene la posibilidad de salir adelante con un hijo, y sumado a la costumbre social que demanda el silencio de la mujer ante cualquier adversidad, labró su propia sentencia.
“Ahora que puedo ver la situación desde afuera, sin dependencia emocional y de culpa, pienso que la educación tiene que ver mucho con la violencia que una misma permite, yo terminé la prepa con mucho sacrificio, a los 18 años una mujer no sabe nada de la vida, no tiene tiempo de ver que un hombre que se atreve a golpearte desde el noviazgo, es un hombre que lo seguirá haciendo a lo largo de la relación, lo peor no es el golpe que te dan, lo peor es saber que no te valoras y no puedes terminar con esa violencia, lo peor es hacerse adicta a los golpes”.
El caso de Sonia es particular, luego de recibir la noticia de su embarazo se fue a vivir con su novio de 22 años de edad, él trabajaba como mecánico automotriz en un taller de Torreón, había estado en la cárcel dos veces y tenía fama de violento, esto ella lo sabía. Con la ilusión de formar una familia, ideal de la felicidad, dejó su casa paterna en Tlahualilo, y se mudó a un pequeño departamento en una colonia de Gómez Palacio, a mediados de su cuarto mes de embarazo empezó su tragedia, la que se extendió durante 20 largos años.
“Una vez llegó completamente borracho, a las 3:00 de la mañana, yo tenía temperatura debido al frío de invierno, como se me había olvidado comprar tortillas para darle de cenar, se enojó tanto que me empezó a golpear, yo me desmayé y cuando volví a recobrar el conocimiento estaba en la Cruz Roja a punto de perder a mi bebé, la situación la manejamos como un accidente en las escaleras, igual que las siguientes cuatro veces que esto se repitió, para que no lo fueran a meter a la cárcel, porque entonces quién pagaba la renta y daba para el mandado”.
El primero y segundo hijo de Sonia nacieron en buenas condiciones de salud, pero la tercera vez que se embarazó perdió a su bebé al séptimo mes, debido a una golpiza que le proporcionó su compañero sentimental, que sumado a la desnutrición y falta de controles médicos necesarios en este estado, terminaron por convertirse en complicaciones médicas. Dentro del “menú de violencia”, como ella misma lo llama, había de todo, malas palabras, gritos, menosprecio, constantes humillaciones y maltrato psicológico, que en muchas ocasiones deja peores secuelas que el físico.
Las huellas de 20 años de violencia son muchas, 15 puntos en el cráneo debido al golpe de un cenicero arrojado por su ex-pareja, dos costillas rotas por un empujón que la hizo rodar por las escaleras, una quemadura que narra la noche en la que el padre de sus hijos le arrojó la plancha caliente y una serie de cicatrices que hablan de la brutalidad a la que fue sometida Sonia a lo largo de su relación sentimental, las mismas que con mucho valor tuvo que ocultar a sus hijos para que no crecieran en un ambiente de violencia, “yo no quería que ellos se acostumbraran a eso y más tarde lo fueran a repetir”.
Después de un maltrato sistemático cuyas huellas se manifiestan por todo el cuerpo, la falta de brillo en sus ojos, el temor a relacionarse con las personas, un intento de suicidio y las conductas compulsivas con la que tiene que lidiar día a día, hablan de la otra violencia, la que no se ve, la que lleva a una persona a tener asco de la vida, a pensar que la condición humana es siempre una señal de miseria, a creer que ser mujer es un castigo, ya que esa condición pareciera tener sinónimos naturales como violencia y maltrato.
“Después de muchos años yo creí que hasta cierto punto la violencia era normal, la justifiqué durante muchos años, como siempre fue algo que vi en mi casa, crecí creyendo que eso era normal, mi padre fue un hombre muy trabajador y honesto, pero hasta ahora entiendo que le arruinó completamente la vida a mi madre, que fue un ser miserable, porque lo peor que puede hacer un hombre es maltratar a una mujer, no se imagina el daño que le hace, y el problema es que sin ayuda uno no puede ver eso”.
La gota que derramó el vaso de agua en el caso de Sonia no fue como se podría intuir una golpiza más, sino el cuestionamiento de uno de sus hijos mayores, que al crecer y percatarse de la situación terminó diciéndole textualmente a Sonia: “Si no lo dejas y buscas ayuda, yo lo voy a matar, tú verás”, razón suficiente para que esta mujer decidiera abandonar a su marido y buscar ayuda psicológica, la que después de 6 meses dio sus primeros resultados, terminó refugiándose al lado de su familia, educando a sus hijos y asistiendo a terapias intensivas.
A menos de un año de haber tomado la decisión de rentar una pequeña casa, levantar una demanda en el Ministerio Público contra su pareja y salir de un abismo consentido en el que fue metida, pasó de ser víctima de la violencia a ser una mujer independiente y una activista social. Mediante varios programas oficiales tomó algunos cursos de belleza y abrió una estética que le permite, con mucho trabajo, sacar adelante a sus hijos, darles educación y alejarlos del mal ejemplo que hubiese podido convertirlos en una extensión de violencia.
Sonia divide su nuevo tiempo, que cuenta después de haberse liberado de las cadenas que cargaba, en varias actividades: su familia, la estética y el trabajo que realiza voluntariamente con algunas asociaciones que ayudan a mujeres en situación de riesgo, comparte su experiencia con ellas, programan actividades de esparcimiento y les enseña a bajar programas municipales y estatales que se conviertan en una opción económica, ya que la mayoría de las mujeres que son víctimas de violencia no cuenta con educación.
“El mío es un pequeño testimonio, pero como éste existen miles, algunos mucho más crudos y con escenas que sobrepasan los límites humanos, no sé qué puede pasar si uno no encuentra ayuda a tiempo, afortunadamente los medios de comunicación y los gobiernos hacen campañas para que las víctimas de violencia entiendan que no están solas y no tienen por qué permitir ese tipo de situaciones, el mejor consejo que le puedo dar a las mujeres que tengan este problema es que no se dejen, que busquen ayuda…”.