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Spitzer y la prosti

Jaque mate

Sergio Sarmiento

“Veo que eres un hombre con ideales. Mejor me voy, ahora que todavía los tienes”.

Mae West

Eliot Spitzer ganó fama pública por la agresividad con la que enjuició como fiscal de distrito casos de presunta corrupción. En una ocasión estableció una fábrica falsa de ropa para detener a una red de fabricantes que supuestamente contrataba trabajadoras en condiciones ilegales. Con frecuencia grabó conversaciones telefónicas para meter en la cárcel a empresarios poderosos. Usó los poderes de su oficina para perseguir crímenes federales aun cuando su jurisdicción era estatal. Sus investigaciones sobre presuntas irregularidades de inversionistas y empresas de Wall Street fueron especialmente vigorosas. En enero de 2005, el presidente de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, Thomas Donohue, afirmó que el trabajo de Spitzer como fiscal de distrito era “la forma más flagrante e inaceptable de intimidación que hemos visto en este país en tiempos modernos”.

Con la fama de fiscal incorruptible que ganó como fiscal de distrito, Spitzer logró ser electo gobernador de Nueva York en 2006 con un impresionante 69 por ciento de los votos. En su campaña prometió renovar la ética de la vida política del estado. Muchos lo consideraban hasta ayer como un posible candidato a la Presidencia de los Estados Unidos en 2012. Pero la revelación de que acudió a una cita con una prostituta de alto nivel en un hotel de la ciudad de Washington ha destruido, al parecer, su carrera política.

En todo esto hay, por supuesto, una indicación de la tremenda hipocresía de los políticos en los Estados Unidos. En una conferencia de prensa ayer, con la que buscó adelantarse a la información sobre su cita descubierta por unas grabaciones de conversaciones telefónicas realizadas por el Gobierno Federal, Spitzer dijo que se disculpaba con su familia por no haber mantenido “el nivel ético que esperaba de mí mismo”. Señaló, por otra parte, que el “tema es un asunto privado”.

Y lo es, definitivamente. De hecho, las autoridades federales no han presentado ninguna acusación formal en su contra. Spitzer simplemente hizo arreglos telefónicos para reunirse con una prostituta que cobraba 4 mil 300 dólares por servicio completo. Al parecer no se le investigaba a él sino a la red de prostitución para la que trabajaba esa mujer.

La prostitución no es en sí ilegal en el Distrito de Columbia, la entidad en la que se ubica la ciudad de Washington, aunque lo es en otros lugares de la Unión Americana. En distintos lugares de la ciudad es posible ver a mujeres y hombres que venden su cuerpo abiertamente sin que la Policía se moleste en impedirlo. Las redes de prostitución pueden incurrir en un delito federal si trasladan a una mujer de un estado a otro o si para su actividad tienen comunicaciones -por ejemplo, telefónicas- entre dos estados distintos. De lo contrario, el delito, si lo hay, es del fuero estatal o municipal.

Pero aun cuando no se haya presentado hasta ahora ningún cargo formal, el simple hecho de que exista una declaración jurada de un agente federal que describe los arreglos que el gobernador hizo para encontrarse con la prostituta ha sido suficiente para generar el escándalo.

En varias ocasiones la población de Estados Unidos ha demostrado ser más abierta y tolerante que los políticos o los medios de comunicación de ese país. Bill Clinton fue perseguido de manera inmisericorde por sus enemigos por haber permitido que una practicante de la Casa Blanca, Monica Lewinsky, le hiciera sexo oral. Los republicanos estaban convencidos de que este tema sería su destrucción política; y, sin embargo, tanto él en lo personal como su Partido Demócrata no hicieron más que fortalecerse en las elecciones subsecuentes. Los votantes protestaron con sus sufragios ante lo que consideraron como una intromisión indebida en la vida personal de Clinton.

Algo similar podría ocurrir en este caso. Pero Spitzer tiene en su contra el celo, la intolerancia, con la que persiguió a quienes no se ajustaban al nivel ético que él consideraba necesario en la vida empresarial y en la vida pública del país. Ahora él mismo cae víctima de una operación de intervención de llamadas telefónicas como tantas que aprobó cuando era fiscal de distrito.

Los moralistas siempre parecen ceder ante el pecado. No es el de desear a una mujer -o a un hombre- distinto al que uno tenga. El que cometen es un pecado de orgullo, el de pretenderse superior a los demás.

El propio Jesús se negó a condenar a aquella mujer llevada al templo de Jerusalén tras ser acusada de haber cometido adulterio. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, dijo. Cuando la multitud se dispersó, Jesús quedó solo con ella y le preguntó: “¿Dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?”. Ella respondió: “Ninguno, señor”. Entonces Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más”.

Esa humildad, esa tolerancia, es la que falta a tantos políticos moralistas de Estados Unidos y del mundo.

CONTRATOS

Andrés Manuel López Obrador ha dado a conocer dos nuevos contratos firmados por Juan Camilo Mouriño, al parecer cuando era diputado, en representación de la empresa de su familia. Poco importa si los contratos son legales o no. El propósito de López Obrador se está logrando. Ayer María de las Heras publicó una encuesta que señala que 85 por ciento de los encuestados considera que la firma de los contratos no es ética aunque sea legal. El 68 por ciento piensa que Mouriño debe renunciar.

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