Matías Vuoso celebra con su esposa, después de concluir la gran final. Las esposas de los jugadores son un soporte importante, así como el apoyo de todas las aficionadas. ( Fotografías de Ángel Padilla Ruvalcabay El Universal)
“Yo soy campeón y tú también”..., eslogan escrito en masculino para ganar un campeonato en el que ellas han tenido mucho que ver. Porque más que nunca traen puesta la camiseta del Santos Laguna no sólo para verse bien, sino para presumir con orgullo que también son guerreras.
Sufren, opinan y critican sin temor a equivocarse, porque luego de muchos años de ocupar las tribunas para apoyar al equipo verdiblanco, ahora se saben con los argumentos para exigirles al igual que aplaudirles cada acción en la cancha.
Y así lo hicieron en la gran final. “Vamos Christian, atrás al ‘Loro’, estaba solo Arce”, comentan desde la tribuna sur, un poco más abajo del marcador. “Ahí va el cochinote ese, el Torrado, míralo, si es bien marrano”, se escucha más allá. Le pueden hablar a Benítez por su nombre y a Walter Jiménez sin diminutivos, al mismo tiempo que critican al rival, el que para ellas siempre llegará con mala intención sobre sus adorados jugadores.
En un deporte tradicionalmente de hombres, no se “achican” y gritan por igual. Ya no se preocupan solamente por cargar con el lonche y el agua para los niños o por tomar la mano del novio, sino que ahora su prioridad es comandar las porras desde el graderío y más en una ocasión como la final del futbol mexicano.
“En dónde están, en dónde están, esos azules que nos iban a ganar”, cantan en los primeros minutos del partido, augurando ya la victoria sobre la Máquina del Cruz Azul. Pronto todos las siguen.
No pierden detalle sobre cada jugada, cada movimiento de Daniel Guzmán y cada silbatazo del árbitro. “Ay”, se preocupan cuando llegan los contrarios al arco defendido por Oswaldo Sánchez, “hasta ahí, es tuya, portero, portero, portero”. Más abajo se escucha “a quién va a meter, que saque al ‘Hachita’, como que Ludueña anda muy apagado”. Y muy cerca del área de sol, otras amigas le gritan a Armando Archundia “por qué no le pitas, nomás de aquel lado marcas”.
El nerviosismo no es igual al juego de la semana pasada con Monterrey. Han estado atentas al partido de ida en la Ciudad de México y a todos los programas deportivos, donde una y otra vez se analizan las grandes posibilidades de los albiverdes para salir victoriosos. Por eso tienen confianza, aunque se asustan con el dominio ejercido por los cementeros a través de César Villaluz o de Nicolás Vigneri. Nada más ven cómo se pasea el balón por el área guerrera y le piden a Dios y a todos los santos que vengan en su ayuda, al fin y al cabo son de su bando.
Aguantan los embates como todas unas guerreras y saltan cuando finalmente Ludueña parece haberlas escuchado. El balón traspasa las redes y saben que es el del campeonato. Dejan sus bolsas, semillas y botellas de agua de lado para abrazarse y ondear los pañuelos blancos que les dieron en la entrada.
Porque, eso sí, están muy agradecidas por la camiseta, el sombrero, los aplaudidores y demás accesorios que recibieron, en su mayoría sin saber, del Gobierno del Estado. Y como lo desconocen, ni siquiera critican el hecho de que seguramente son a cuenta del erario público.
De vez en cuando acomodan sus cabellos o retocan su maquillaje, ante todo la belleza y la presencia, no vaya a ser que en una de esas se topen de frente con el “Guti” Estrada o con Matías Vuoso, a quien le piden repetidamente su famoso baile “polar” en cuanto se acerca hacia donde están ellas. “Esos sí son viejos, no como los que tenemos en casa”.
Y como no pueden dejar de lado su ojo femenino, también ovacionan a Pablo Montero cuando canta antes del encuentro el Himno Nacional Mexicano, al igual que cuando en el medio tiempo las consiente con su “Piquito de oro”, que alcanzan a darse cuenta que canta con pista y ríen sin parar.
Así como se atreven a opinar que los del Santos “en vez de salir a lo pen... deberían irse con pelota segura”, comentan la estrategia de Sergio Markarián, a quien le gritan despectivamente “¡Pingüino!” en cuanto lo ven que se asoma en el área técnica azul. Por ahí se oye que “Vuoso está muy marcado” y la otra le contesta que “Benítez también”. Una tercera interrumpe la plática para gritar a Arce “¡no te dejes!, ¡así!, ¡ábrete al otro lado!”, en una jugada que prometía y que queda en nada.
Un poco de angustia llega cuando los cruzazulinos empatan al minuto 37 con gol de Jaime Lozano, a quienes todas dicen desconocer. Las agarra desprevenidas, pues un poco antes ya cantaban el gol de Benítez que se estrelló en el poste derecho del arco defendido por Yosgart Gutiérrez. “Y ese pelo qué”, le critican a este último.
Empiezan los “oéoéoéoé, oé oé, oéoéoéoé, oé oé” acompañados de miles de pañuelos ondeándose alrededor del Corona. El grito agudo se distingue de entre el de los hombres. Luego de 16 minutos de llegadas y llegadas que parecen darle la vuelta al marcador a favor de Cruz Azul, ahora sí con una angustia como la de la semana pasada, ellas se abrazan al momento en que el silbante decreta el final del partido. A diferencia de sus compañeros, ellas se atreven a celebrar con lágrimas de felicidad y de paso a cambiar el eslogan por “yo soy campeona y tú también”.