El final del verano y el comienzo del otoño no parece que les sienten bien a los mercados financieros de Estados Unidos (EU). En diversas ocasiones esta época se ha caracterizado por episodios de grandes sobresaltos, algunos de los cuales han provocado descalabros mayúsculos en los precios de las acciones.
El caso más reciente lo tuvimos apenas la semana pasada, cuando las complicaciones financieras de diversas instituciones, entre las que destacaron los dos gigantes hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac, la quiebra de Lehman Brothers, y la intervención del gobierno de EU en la aseguradora AIG, propiciaron una estampida de los inversionistas que colapsaron los indicadores bursátiles.
Esto puso al descubierto los temores que, aún cuando nunca se hicieron públicos, estuvieron por meses presentes en la mente de las autoridades financieras y monetarias estadounidenses, en el sentido de que un evento de esa naturaleza pudiera llevar a instituciones sin liquidez a la insolvencia.
Las autoridades de EU relajaron durante un buen tiempo la política monetaria y abrieron la válvula del crédito con mecanismos poco ortodoxos, mostrando así, en los hechos, un nivel de preocupación por la frágil situación financiera de sus instituciones, mucho mayor al que se reflejaba en las declaraciones oficiales.
En efecto, por meses y a pesar de las presiones inflacionarias crecientes, la Reserva Federal primero relajó y luego mantuvo en 2 por ciento su tasa de interés de referencia, al tiempo que decía que esperaba un repunte económico en la segunda mitad de este año.
Si en realidad esa era su visión del futuro, la pregunta obligada era porqué no decidió elevar las tasas de interés, que por lo general toman entre 12 y 18 meses en tener efectos sobre la actividad económica, ante las evidentes presiones de precios.
La razón la comenté en varias de mis conferencias y tiene que ver con el papel que una declaración oficial tiene sobre las expectativas. Una analogía es la respuesta que siempre dio Miguel Mancera cuando fue director del Banco de México (Banxico) a la pregunta que le hacían en 1994 en cuanto a si se iba a devaluar el peso.
Lo curioso es que esta fuera una pregunta recurrente, aún cuando el sentido común nos dijera que sólo podía haber una respuesta obvia. Imaginemos lo que hubiera ocurrido si el gobernador de Banxico dijera que era inminente. La estampida contra el peso no se hubiera hecho esperar y los daños sobre la economía hubieran sido mayores a los que ocurrieron después del error de diciembre de 1994.
Por eso mismo podemos comprender las declaraciones esperanzadoras de Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, y Hank Paulson, Tesorero del gobierno de EU, desde que comenzaron sus problemas financieros hace poco más de un año.
Si bien ellos externaban una preocupación por el desempeño de la economía y las presiones inflacionarias, en ningún momento mostraron la magnitud de la misma. Sus acciones, sin embargo, fueron más elocuentes en ese sentido.
El conservar la tasa de referencia en 2 por ciento, abrir todo tipo de cajones de crédito y ampliar la disponibilidad de liquidez, fueron acciones que daban una mejor idea del nivel de preocupación de las autoridades estadounidenses.
La intervención del gobierno de EU anunciada el jueves pasado, por tanto, no fue otra cosa que el reconocimiento del peligro de una crisis financiera sistémica, que conllevó a un rescate monumental de los mercados financieros, que en principio involucra la no despreciable suma de 700 mil millones de dólares, el rescate financiero más grande de todos los tiempos.
Los contribuyentes estadounidenses pagarán este costo por varias décadas, pero es muy probable que con el tiempo se reduzca, en la medida que se liquiden los activos que se adquieran de las distintas instituciones financieras.
Al final, cuando se evalúe el resultado de esta acción, el costo será menor a los recursos comprometidos inicialmente, como ya ocurrió antes con la crisis de las sociedades de ahorro y préstamo a fines de la década de los 80 en el siglo pasado.
Esta acción de las autoridades financieras de EU tuvo una respuesta espectacular en los mercados bursátiles el jueves y viernes pasados, que subieron en un par de sesiones como no lo habían hecho en varias décadas, más que todo porque se evitó un colapso financiero de dimensiones catastróficas.
Esta semana, sin embargo, los inversionistas han adoptado una actitud más cautelosa, dado que si bien se evitó una crisis sistémica, todavía está pendiente evaluar como repercutirán estos problemas sobre la ya de por sí debilitada situación de la economía estadounidense.
Aquí es donde las noticias se vuelven sombrías. Todo indicaba, aún antes de estos problemas, que la crisis inmobiliaria se reflejaría en una muy probable recesión en los meses siguientes, con la esperanza de una mejoría paulatina durante la segunda mitad del año próximo.
El rescate financiero quizá evitó una catástrofe económica como la de la Gran Depresión, pero no va evitar que de cualquier forma la economía de EU caiga en recesión, la que ahora bien puede ser algo más severa y prolongada de lo que se pensó inicialmente.
Ello se debe, en particular, al hecho de que los bancos estadounidenses han perdido bastante capital y, mientras no lo recuperen, habrá una importante contracción del crédito, lo que exacerbará los problemas económicos de EU en los meses próximos.
Los mercados bursátiles celebraron el rescate del jueves pasado, pero el desempeño esperado de la economía estadounidense no es motivo para esperar que continúe el entusiasmo. Lo mismo puede decirse en nuestro caso, puesto que también resentiremos un mayor debilitamiento económico en los meses siguientes.