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Tiene ‘cómplice’ robo de arte sacro

Capilla del Señor de la Vida, en Azcapotzalco, de donde el pasado mes de abril fue robada una pintura de Cristóbal de Villalpando, expuesta al culto en ese recinto. (El Universal)

Capilla del Señor de la Vida, en Azcapotzalco, de donde el pasado mes de abril fue robada una pintura de Cristóbal de Villalpando, expuesta al culto en ese recinto. (El Universal)

EL UNIVERSAL

“Padre le tengo una mala noticia: se robaron el cuadro de la capilla del Señor de la Vida”.

Minutos antes de las nueve de la noche del siete de abril, Eugenio Padrón, sacristán de la iglesia de la parroquia de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, en Azcapotzalco, interrumpió con esa mala nueva una reunión del párroco Juan José Barragán.

Aunque “el faltante” de varias pinturas en otra capilla de la iglesia ya representaba una alerta, la vigilancia y las medidas de seguridad hasta entonces han sido nulas.

El sacristán contó que cuando iba a cerrar la reja del atrio de la parroquia se percató que las puertas de la capilla estaban entreabiertas, pese a que dos horas antes las había cerrado. El bastidor de la pintura, un mecate y una silla donde los ladrones se pararon para desprender la obra, fue lo que Padrón encontró.

Esa noche los ladrones cargaron con un lienzo que representaba a San Miguel Arcángel, patrón de las ánimas del purgatorio, una pieza devocional, de 1.91 por 2.24 metros, que por años estuvo en la capilla, un recinto angosto con apenas tres bancas, que se halla a cinco pasos de la calle Tepanecos, que permanece abierto de las 6:00 a las 19:00 horas.

La antigüedad y la autoría son los datos inciertos acerca de la obra: mientras en la Dirección General de Sitios y Monumentos de Conaculta se refieren al cuadro como un Villalpando -Cristóbal de Villalpando fue el mayor pintor del barroco en la entonces Nueva España-, en el Catálogo Nacional de Monumentos Históricos Muebles de la Dirección de Monumentos Históricos del INAH se reporta que es una obra anónima; lo mismo dicen el párroco actual y también el que estaba hace cuatro años, Manuel Almazán, quien ordenó restaurar la pintura; “se estaba deteriorando y la mandé arreglar”, justificó.

Se trató de un trabajo hecho -sin licencia del INAH- por Marisol Sisquella. Según la restauradora, “la obra se había caído, estaba muy mal anclada y se rompió; de ahí surgió la restauración”. La iglesia pagó 44 mil 923 pesos por los trabajos en ese cuadro. Cuatro años después, restaurada y sin las huellas de las velas y el cochambre, desapareció.

La denuncia hecha esa misma noche del siete de abril aún no conduce a nada; tampoco han tenido efecto los avisos en las paredes del conjunto que rezan: “Ayúdanos a encontrarla”. La denuncia es una más entre las que dan cuenta del robo de arte sacro, un delito que se ha incrementado en el Norte de la Ciudad de México en los últimos años.

Para conseguir más datos sobre el mencionado cuadro, el párroco Barragán buscó apoyo. “A un jovencito que se está interesando en obras de arte le pedí que me hiciera una investigación. Le pedí que me hiciera el favor de ir a Antropología (el INAH) a sacar los datos. El catálogo tiene buena parte de las obras de esta iglesia y de otras de la zona”.

Por las pesquisas se sabe que el cuadro es una obra del Siglo XVII, que muestra “a San Miguel Arcángel como patrón de las ánimas acompañado de la Trinidad, la Virgen, San José y un grupo de mártires mujeres, los apóstoles y el mundo en la parte interior”.

Sólo eso, puesto que el informe técnico de la restauración -que permitiría indagar con más detalles sobre el valor de la pieza- y que hizo Sisquella no se encuentra en la iglesia: lo guarda el antiguo párroco.

Ante esos hechos delictivos, se mantiene pendiente una propuesta para modificar la Ley de Bienes Nacionales, que obligaría a sacerdotes, párrocos o encargados a elaborar un acta de recepción que dé cuenta de lo que encuentran o dejan en cada uno de los templos, recintos que son propiedad federal aunque estén bajo custodia de iglesias.

Igualmente, hay iniciativas de Ley en proceso para que se prohíba a las iglesias restaurar obras sin autorización del INAH. Ya la Ley Federal de Monumentos y Zonas Artísticas y Arqueológicos estipula que se debe contar con permiso del instituto para esas reparaciones, pero esa Ley, como los muros y atrios, son fácilmente franqueados. El robo de este cuadro exhibe la falta de coordinación entre instituciones y las iglesias, el exceso de confianza y la carencia de un catálogo que dé cuenta de qué hay en cada templo. Las nulas medidas de seguridad también dejan abierta la puerta al hurto.

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