“Para todo hay un tiempo y un tiempo para cada cosa bajo el sol”.
Eclesiastés 3:1
Son los ciclos de la vida y de la naturaleza. Son también los ciclos de la economía. Hemos aprendido a aceptarlos desde hace milenios, desde el principio de la civilización. “Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de sanar; tiempo de destruir y tiempo de construir” (Eclesiastés 3:2).
Sabemos que hay temporadas de lluvias, pero también de secas, momentos de fortaleza y de debilidad, años de vacas gordas seguidos de vacas flacas. La misma vida no es posible si la muerte no tiene programada su entrada al escenario en el último momento.
Si usted me pregunta cuál es, a mi juicio, la verdadera razón de la crisis económica en los Estados Unidos, esa que se ha expandido por todo el mundo y producido pánico, yo le diría que es precisamente la falta de comprensión de esta ley de la vida, de la naturaleza y de la economía. Lo más curioso es que ha sido producto de las políticas de un hombre, como George W. Bush, que se dice cercano a la religión y a la Biblia.
Estados Unidos, como ya lo he señalado en esta columna, se había acostumbrado a vivir sin recesión. La última contracción real que tuvo la principal economía del mundo ocurrió en 1991. Ésta se registró, curiosamente, como consecuencia del fuerte déficit de presupuesto que habían mantenido durante años los presidentes Ronald Reagan y George H.W. Bush y le costó a este último mandatario su intento de reelección en 1992. Nunca un partido ha podido mantener control de la Casa Blanca en un año de recesión, lo cual es una mala señal para el republicano John McCain.
Bill Clinton, quien asumió la Presidencia en 1993, presidió uno de los momentos más brillantes en la historia de la economía estadounidense. Lo hizo en buena medida porque administró la economía con sensatez. El déficit de presupuesto de Reagan y Bush desapareció. Esto permitió que bajaran las tasas de interés y aumentara la inversión de una forma sólida y sustentable, dado que el propio Gobierno no competía con los empresarios por el dinero disponible en los mercados de crédito.
Desde entonces la economía estadounidense pareció volverse inmune a la recesión. Sin problemas aguantó la crisis financiera de los países del Este de Asia en 1997 y el desplome de la economía rusa de 1998. Los beneficios de esta política sensata se mantuvieron durante años. El nuevo presidente en 2001, George W. Bush, hijo del predecesor de Clinton, volvió a aumentar el déficit y metió a Estados Unidos en una economía de guerra. Pero los beneficios de la política económica de Clinton eran tan sólidos que se mantuvieron durante casi ocho años más.
El problema es que Bush hijo, apoyado por el entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, empezó a actuar con una irresponsabilidad creciente. La economía estadounidense ya no crecía por las razones correctas, por contar con fundamentos sólidos, sino por las incorrectas.
El déficit de presupuesto impulsaba actividad económica sin sustento. Cuando la economía empezaba a inclinarse a una recesión, la cual habría sido natural y beneficiosa, ya que habría permitido limpiar los mercados, la Reserva Federal intervenía bajando tasas de interés, inyectando dinero y expandiendo el crédito. Era tanto el miedo a la recesión, quizá por el recuerdo de que le había costado la reelección al padre del presidente, que tanto la Casa Blanca como la Reserva Federal tomaban medidas que de inmediato habrían considerado como irresponsables si las hubiera aplicado algún país del tercer mundo.
Tarde o temprano, sin embargo, el ciclo de la economía debía imponerse. Los pecados cometidos a lo largo de tantos años confluyeron en una crisis hipotecaria que se transformó en financiera y que de ahí ha contagiado a toda la economía real.
Quizá Bush ya no tenga que preocuparse. Él consiguió en 2004 la reelección que su padre no pudo lograr. Tampoco Greenspan se preocupa. Él gana fortunas dando conferencias, señalando cuáles son las cosas que hay que hacer en una economía y que él no hizo. El costo del desplome se les queda como siempre a las personas comunes y corrientes, que deben pagar las consecuencias de una recesión profunda que es consecuencia de una mala política económica que buscó infructuosamente abolir el ciclo de la economía.
Pero el ciclo siempre ha sobrevivido. El Libro del Eclesiastés nos lo decía desde los tiempos de la más remota antigüedad: “Hay un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas…; un tiempo para guardar y un tiempo para tirar…; un tiempo para amar y un tiempo para odiar; un tiempo para la guerra un tiempo para la paz”.
TASA DE INTERÉS
Ya habrá tiempo para bajar la tasa de interés. Por lo pronto, en medio de una tormenta, una tasa de interés alta ayuda a mantener la estabilidad. Hizo bien el Banco de México en no bajar los intereses este viernes pasado y mantener el tipo de referencia en 8.25 por ciento. Una vez que concluya la actual turbulencia, y que el peso se estabilice en su verdadero valor de mercado, habrá llegado el momento de empezar a bajar las tasas de interés, como lo ha solicitado el Gobierno de la República, y promover una mayor tasa de inversión y de crecimiento. De momento una baja en las tasas habría generado nuevas devaluaciones e incertidumbre.