EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Todo es ‘pirata’

Addenda

Germán Froto y Madariaga

Hubo un tiempo, en que los niños y jóvenes nos conformábamos con las cosas que nos daban nuestros padres. Nadie exigía más de lo que se le podía dar.

Pocos reparaban en la marca de la ropa que usábamos y, la verdad, a nadie le importaba si tu vestimenta era de La Ciudad de París, El Puerto de Liverpool o de Soriana. Con que tapara nuestra desnudez era suficiente.

Como no había juegos electrónicos, los trompos y el balero, los comprábamos en el Mercado. Las espadas, eran de madera, pues la Guerra de las Galaxias, aún se estaba incubando en la mente de los cineastas.

Nos poníamos los tenis y zapatos que nos daban nuestros padres. Las glamorosas marcas no existían. A lo más, los Conver’s o los zapatos Coloso, pero para nosotros no había diferencias. Igual se nos acababan en un mes, los cacles no nos duraban más.

Pero el Tratado de Libre Comercio introdujo en México las grandes marcas y los niños y jóvenes se volvieron exigentes.

Ya no se querían poner sino aquellas prendas que estuvieran de moda y de preferencia compradas en el extranjero.

Como el poder adquisitivo de la mayoría de la población ha decaído sustancialmente, comenzaron a aparecer los productos “pirata”, es decir, aquellos que sin ser originales pasan por tales.

El mercado asiático es especialmente prolijo en esos productos, de manera que aun en Nueva York y otras grandes ciudades de la Unión Americana, se pueden adquirir esos productos a precios reducidos, sin que el gran público advierta grandes diferencias.

He visto imitaciones verdaderamente sorprendentes. Como las de las plumas Mont Blanc, que vienen con su estuche y su instructivo, tal como las originales.

Y no se diga las bolsas para damas. Hasta con sus morralitos en que vienen las originales se las venden a las señoras, especialmente proclives a entrarle a la “piratería”.

Lamentablemente, ésta ha invadido todos los ámbitos. Estamos, como lo he dicho en otras ocasiones, como en el tengo “Cambalache”. Ahora da lo mismo ser honrado que ladrón. A cualquier pelafustán deshonesto le llaman Don.

Pero por eso, no dejó de sorprenderme, el enterarme que hay curas “pirata”, que ofician misas, aun de bodas, sin estar consagrados para ello.

La noticia la leí hace unos días en las páginas de El Siglo de Torreón y sucedió en Cuernavaca, donde uno de estos falsos sacerdotes casó a una pareja, que luego descubrió el engaño.

Aquí en Torreón, hace algunos años, pero pocos, había un hombre que se hacía pasar por sacerdote y se dedicaba a pedir dinero “para sus obras”, en oficinas y negocios.

Trajo durante buen tiempo, asolados a varios amigos míos, hasta que cada cual, por su lado, fue descubriendo el engaño.

Uno de ellos, lo tuvo encerrado en su oficina, bajo amenaza de que si no le confesaba la verdad llamaría a la Policía, hasta que el falso cura confesó, que la necesidad lo orilló a asumir esa conducta.

En otro caso, incluso fue contratado para una primera comunión, la que realizó sin pudor alguno. Cuando se descubrió la mentira, los familiares de aquel pequeño que de falsas y fementidas manos había recibido el Cuerpo de Cristo, guardaron silencio.

Yo siempre he creído que estos falsos sacerdotes son como aquel apóstol trece del que habla el Evangelio. Un día, sus discípulos le dijeron a Jesús: Maestro, por ahí anda un hombre que dice actuar en tu nombre y cura y bendice a los enfermos. ¿Debemos denunciarlo? No, dijo Jesús, dejadlo, pues si lo hace en mi nombre está bien hecho. Todo el bien que hagáis, en mi nombre, a otro, es bueno”.

Pero lo que no se vale es engañar con los sacramentos. Aunque visto de otro ángulo, si se dice que los oficiantes son los novios, pues el matrimonio en esencia debería ser válido.

Cosa distinta, que también he sabido, de aquellos que se casan por lo civil, frente a un falso oficial del Registro, porque ahí sí, no existe contrato matrimonial.

El caso es que nosotros tenemos gran parte de culpa, porque aceptamos lo “pirata” como bueno y eso ha permeado hasta los valores y de ahí a la Iglesia.

Hay hasta falsos títulos profesionales y en Santo Domingo puede uno conseguir hasta de doctorado de muchas universidades europeas.

Y como ante la imposibilidad constitucional de usar títulos nobiliarios, buscamos hacernos de uno profesional, pues cualquiera quiere tener uno, porque cree que con ello es mejor persona, cuando no es así.

Nuestra sociedad, es una sociedad de etiquetas. Antes que el nombre de una persona, cuando la presentamos, anteponemos el grado académico o el puesto que desempeña, como si eso fuera lo importante.

Dejémosle aquí, porque si no sería el cuento de nunca acabar.

Pero, por lo demás, “Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano”.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 360990

elsiglo.mx