Daniel Guzmán por fin levantó el trofeo de campeón como director técnico, junto a sus jugadores en una tarde que nunca olvidará. (Fotografía de Ramón Sotomayor Covarrubias)
–¿Es la copa? –¿Quién la trae? –Ni se alcanza a ver. Desde el momento en que pita Armando Archundia el final del partido entre Santos y Cruz Azul la locura se apodera del Estadio Corona y muy especialmente de los campeones, Guerreros.
Jugadores, cuerpo técnico y sus familiares se amontonan en el centro de la cancha y lo primero que hacen es ir a agradecer hacia el área de Sol, la más fiel a pesar de ser la más castigada por el inclemente astro rey. Mientras, el resto de la tribuna esperaba ansiosa su turno de ver pasar al campeón al ritmo de “tres ciudades, dos estados, en un solo corazón”.
Lejos del montón, Iván Estrada camina tranquilamente por el césped que momentos antes corrió hasta el cansancio. Todavía no se la cree. Pero la gente lo regresa a la realidad gritándole sin parar “¡Guti!, ¡Guti!, ¡Guti!”, una porra que se ha vuelto de las más populares entre la afición.
También Oswaldo prefiere celebrar por aparte, primero se dirige hacia Sombra Sur y luego va recorriendo todo el estadio hasta alcanzar a sus compañeros y unirse a la celebración que se ha formado al centro. En cada uno de los puntos de su recorrido se encuentra con un “¡portero, portero, portero!”.
Entre el alboroto y la búsqueda de tal o cual jugador, escapa a la mayoría el trabajo de quienes montan el entarimado para la premiación. Un hombre de mediana edad carga con gran esfuerzo una de las grandes maderas que servirán de plataforma. Otros traen rápidamente las vallas amarillas con que cercarán la mesa de premiación. Unos más colocan grandes ventiladores para hacer “volar” con aire a un santista. En menos de cinco minutos queda listo el lugar con todo y un mantel verde que albergará el anhelado trofeo de plata y obsidiana, diseño que el nuevo campeón estrenará.
Nadie se mueve de sus lugares, todos quieren ver el preciso momento en que el equipo lagunero alzará la copa y hará la célebre vuelta olímpica. Aplauden a Vuoso, Ludueña, Benítez, Ortiz y a todos y cada uno de los albiverdes al momento de recibir su medalla. Pero el júbilo estalla cuando finalmente Oswaldo toma el trofeo y lo levanta junto a sus compañeros, mientras papelillos verdiblancos saltan por doquier.
Reporteros gráficos, policías y personal de atención médica tienen los lugares más privilegiados. La gradería, a excepción de la de plateas, no alcanza a ver bien lo que está sucediendo. Sólo adivinan por lo que escuchan en el sonido local.
Pronto inicia el recorrido triunfal precisamente por el área de plateas. Todos quieren cargar la copa, besarla, acariciarla. Lloran, se ríen, no saben qué hacer en cuanto la tienen en su poder. Daniel Guzmán, el técnico, se lo toma con más calma, pero no puede evitar que pronto sus muchachos lo alcen por los cielos mientras se escucha el “we are the champions”.
Y llega el mariachi, comandado por Pablo Montero, quien entona para empezar El Rey y le sigue con más temas que por momentos pasan desapercibidos, pues la afición lo único que quiere es ver a cualquiera de los nuevos campeones.
La música continúa hasta que ya nada más queda Daniel Ludueña en la cancha, a quien la prensa no quiere dejar ir. Nadie sabe en qué momento se fueron, pero ya sobre el terreno de juego no quedan más que reporteros, fotógrafos y gente de logística. No obstante, muchos todavía continúan en sus asientos y hasta siguen pidiendo una cerveza más. Quieren esperar a que el tráfico se despeje más, pues alcanzan a escuchar cómo la locura del Corona ha inundado poco a poco la ciudad. Temas y más temas dedicados a los Guerreros, pero por sobre todo se escuchan las bocinas de los autos que circulan por el inmueble de las Carolinas, y los gritos de niños, jóvenes y adultos que ayer se unieron en una sola voz para festejar.