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Tortura y violencia, dramas caninos

El Universal

Pese a haber sido vejados o torturados por humanos, los perros al cuidado de “Milagros Caninos”, siguen en busca de un amo, gracias a que este refugio les ayuda a sanar sus heridas y encontrar quien los quiera.

Corren, o se arrastran. Brincan. Ladran. Juegan. Esperan la caricia, las palabras cariñosas, las buscan, las necesitan.

Es una fiesta, su fiesta. Así están siempre que les visita alguien. Así expresan su fidelidad, ante las personas. Así, a pesar de que otros seres, supuestamente humanos, les han provocado inmensos dolores, les han torturado, les han drogado, les causaron daños de los que algunos se recuperan... algunos.

“¡No vayan a llorar, no lo hagan. Yo ya lo hice por ustedes, y mucho!” pide a punto de cruzar el umbral Paty España, la creadora de Milagros Caninos, un santuario para perros, un movimiento, una misión.

Pero imposible evitar estremecerse, y que la mirada se nuble, cuando se está ante esa galería de horrores. Y se escuchen de ella, una mujer vital, toda energía, las historias.

Y ahí está Pastel, un chow-chow sin nariz, sin dientes. Le metieron la cara en un recipiente con ácido. Fueron policías judiciales. La señora España sabe de quiénes se trata. Prefiere no meterse con ellos, lo importante es que el perrito se ha salvado, y parece ya no sufrir del inmenso dolor, el ardor que le atacaban.

Y llama la atención Mejorana, negra, criolla. Viene y va. Se levanta en dos patas. Parecería una cachorrita sin problemas. La violaron en varias ocasiones. La violaron unos tipos jóvenes.

“Podría no creerse. Quisiera que no fuera cierto. Pero lo es. Dolorosamente, brutalmente cierto. Han sido torturados por personas. Adolescentes, niños, adultos. Y de acuerdo a las investigaciones, el 80% de los autores de esas torturas, de esas atrocidades, es de familias económicamente acomodadas, sin problemas económicas. Chicos que quizá tienen todo y se sienten por ello dueños de vidas, de todo, de todos, pero que posiblemente no cuentan con el calor, la compañía, los consejos de sus padres” explica Paty.

Un lugar limpio. Decenas de casas pequeñas. Y los platos con las croquetas. Y los pabellones, en uno, los perros con cáncer; en otros, los ciegos, uno más para los que no tienen alguna pata, y más allá, el de los de la tercera edad.

Un santuario, un refugio

A Sinforosa, una noche del 15 de septiembre, dos niños le pusieron cohetes en las patas, los encendieron, la dejaron caer de un tercer piso. A Yerbabuena le sacaron un ojo, le cortaron una oreja, se lo hicieron quienes eran sus dueños. Bolillo intenta caminar, correr, no puede, se dobla. Con un martillo le rompieron la columna.

Y siguen con sus ladridos casi todos. Uno de ellos, no puede, le hirieron en la tráquea. Vivió largo tiempo en una apretada jaula, no podía moverse. Sus propietarios querían que se atrofiara su crecimiento para crear así una nueva raza de Terrier.

“Aquí los recibimos, o vamos por ellos cuando nos avisan, o los encontramos. Y se les curan sus heridas, sus lesiones. Se les baña. Pero sobre todo, les damos una terapia indispensable, fundamental, pero que es difícil, muy difícil de conseguir, se llama amor”, manifiesta Patricia España.

Hace unos años, en 2004, se murió Clavo, un simpático salchicha, la mascota de ella, de sus hijos, de su esposo Miguel, el que fuera ejemplar futbolista, seleccionado nacional.

Pasó el tiempo. No se resignaban a la pérdida de su amigo. Un día, Paty y su hija iban en la camioneta. Vieron a un perro, sus orejas unidas con clavos a un árbol. Pudieron rescatarlo. Estaba desnutrido, deshidratado. agonizante. Se salvó. Él fue el primer milagro canino.

Un santuario tan cerca y tan lejos de la ciudad, y de lo que padecieron. Algunos serán adoptados. Otros no, ahí terminarán sus días. Y hay lugar para ellos. En el cementerio, están hasta hoy 48 pequeñas lápidas. Ahí, la tumba de Don Popeye. Lo encontraron herido, famélico, pese a su debilidad se resistió a subir a la camioneta hasta que llevaron a quien sería bautizada como Oliva. Cuando él murió, la perrita dejó de comer, y pasaba los días y las noches tirada en la tierra bajo la cual están los restos de su compañero. Una amistad que ya es eterna. Ya no se separarán.

“¡No vayan a llorar, yo ya lo he hecho por ustedes” insistirá Paty España. Y ellos corren, brincan, se levantan, ladran, van, vienen...

Y después de la tortura... ¿qué sigue?

Los asesinos tuvieron entre sus primeras víctimas a un animal. Torturaron desde un insecto hasta un perro. Comenzaron de niños y dieron señales de que serían violentos, sólo que a los padres no les pareció raro que el niño enfrascara abejas, arrancara las patas a las arañas o golpeara al perro con un tubo. Por eso nunca lo entendieron y hoy la mayoría de los reclusos torturaron animales.

Para Nely Glatt, sicoterapeuta y profesora del Instituto Mexicano de Tanatología, los niños que lastiman a animales muchas veces experimentan violencia de alguien más fuerte. Al sentirse impotentes, canalizan su ira a donde tienen el poder, que en general es con quien no se puede defender y muchas veces son sus mascotas.

“Es común que la gente con conductas sicópatas tenga entre sus primeras torturas a animales. No sienten mayor remordimiento o culpa por dañar a otro desde niños, por lo que es muy importante que esas conductas no se minimicen y se atiendan”.

Según Glatt, jóvenes que atacan a animales lo hacen desde niños y es una costumbre que avanza. Al crecer son violentos con cualquiera más vulnerable y eso los gratifica.

El maltrato a los animales, advierte, puede alertar a padres que algo no está bien con sus hijos, habla de abusos sexuales o físicos contra ellos.

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