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Trabajo en equipo

Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Individualmente somos una gota; juntos, un océano”.

Rionosuke Satoro

No es culpa de los entrenadores. Ni siquiera, necesariamente, de los jugadores. Las selecciones mexicanas de futbol, o las de otros deportes de conjunto, no ofrecen buenos resultados en México por razones de mucho mayor fondo. México sufre una incapacidad fundamental para generar labor de equipo en cualquier actividad. Esta es una de las razones por las que nuestro país tiene un escaso desarrollo económico en comparación con otras naciones que cuentan con recursos naturales muy inferiores a los nuestros.

Los grandes deportistas mexicanos han sido tradicionalmente solitarios: se han forjado en el trabajo individual y no en las instituciones. Muchas veces, de hecho, su desarrollo se realiza en Estados Unidos. Aun cuando permanezcan en México, suelen prepararse en aislamiento o a veces en franca rebeldía ante nuestras federaciones o instituciones deportivas.

El caso reciente más notable es el de Ana Gabriela Guevara, cuyo público pleito con la Federación Mexicana de Atletismo fue esgrimido como la razón por la cual renunció a participar en los Juegos Olímpicos de Beijing. Muchos otros atletas mexicanos, desde Joaquín Capilla hasta Lorena Ochoa, pasando por el sargento Pedraza y “El Tibio” Muñoz, se han caracterizado por llevar a cabo un trabajo solitario.

Hemos tenido en México competidores importantes en juegos de conjunto, como el futbolista Hugo Sánchez y el beisbolista Fernando Valenzuela. Pero ambos tenían algo de solitario también en su trabajo. No eran jugadores de conjunto sino estrellas individuales dentro de sus equipos.

No debe sorprendernos que México pocas veces haya tenido equipos ganadores en actividades deportivas. Quizá la única excepción notable fue esa escuadra Sub 17 que en octubre de 2005 se convirtió en campeona del mundo de futbol tras derrotar a Brasil por tres a cero en Lima, Perú. Significativamente, empero, ese mismo equipo, con relativamente pocas modificaciones, fue el conjunto que no pudo clasificar a los Juegos Olímpicos en este año bajo el mando de Hugo Sánchez. Jesús Ramírez, el entrenador de aquella Sub 17, fue el timonel en la derrota 4 a 1 que el equipo mayor sufrió este miércoles 4 de junio ante Argentina, en un momento en que ya se había designado a un nuevo coach, el sueco Sven Goran Eriksson, para hacerse cargo de la responsabilidad.

El carrusel de directores técnicos de la Selección Nacional podrá continuar en el futuro, pero el problema no radica en el entrenador. Millones de niños y adolescentes practican el futbol en nuestro país. Lo hacen, sin embargo, de manera desorganizada y sin poder construir un verdadero trabajo en equipo. Puede haber grandes individualidades en México, pero falta la labor que permite el juego de conjunto: el pase largo al compañero adelantado, la jugada de pared, el sacrificio del lucimiento personal para el beneficio del equipo.

Esta falta de visión de conjunto no sólo afecta a los jugadores. La manera en que canibalizamos a los directores técnicos de la selección es síntoma del mismo mal. Hugo Sánchez criticó constantemente a su predecesor, Ricardo Lavolpe, con el ánimo de hacerlo tropezar para ocupar él la dirección técnica. Quizá por eso, cuando Hugo fue el entrenador nacional y sufrió las mismas críticas, no pudo convencer a los medios de que le dieran el apoyo que él mismo le había escatimado a Lavolpe.

La falta de visión de equipo no sólo ha afectado nuestra actuación en el futbol. En Estados Unidos en el año 2000, después de una elección cerrada y controvertida, quizá incluso fraudulenta, la Suprema Corte de Justicia dio a conocer la decisión que cerraba el proceso favoreciendo al candidato republicano George W. Bush. Al Gore, el vicepresidente en funciones y candidato demócrata, recordó en su aceptación del fallo el reconocimiento público que en 1858 Stephen A. Douglas hizo del triunfo de Abraham Lincoln: “El sentimiento partidista debe ceder al patriotismo. Estoy con usted, señor presidente”. Gore añadió: “En el mismo espíritu le digo a usted, presidente electo Bush, que lo que queda del rencor partidista debe quedar atrás y que el Señor bendiga su conducción de este país”. En cambio en México, el perredista Andrés Manuel López Obrador, en una situación similar, prefirió organizar una ceremonia espuria para autonombrarse “presidente legítimo” de México.

En el siglo XIX la naciente república mexicana se quedó rezagada ante unos Estados Unidos en camino de convertirse en potencia mundial porque los estadounidenses supieron jugar en equipo mientras los mexicanos se peleaban y combatían una guerra civil tras otra. Lo triste es que hoy, al comenzar el siglo XXI, los mexicanos todavía no hemos aprendido a jugar en equipo.

LA CONDENA

Alguien tendrá que explicarnos por qué los mismos testigos protegidos y pagados, así como los mismos testimonios de oídas, que un juez de primera instancia consideró inaceptables en 2007 al declarar inocente a Mario Villanueva de las acusaciones de narcotráfico y asociación delictuosa, fueron ahora considerados válidos por un magistrado de distrito para condenarlo a 36 años de cárcel. Alguien tendrá que explicarnos también por qué 24 miembros de esa supuesta asociación delictuosa están libres y sólo Villanueva se encuentra en la cárcel. Con razón los mexicanos le tenemos tan poca confianza a nuestro sistema de justicia.

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