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Tres generaciones de braceros

Fidel, Elías y Gudberto Vargas. Abuelo, padre e hijo; cada uno en su momento decidió cruzar la frontera. Los tres huyeron del desempleo y los bajos salarios. (Agencia Reforma)

Fidel, Elías y Gudberto Vargas. Abuelo, padre e hijo; cada uno en su momento decidió cruzar la frontera. Los tres huyeron del desempleo y los bajos salarios. (Agencia Reforma)

Agencia Reforma

Fidel, Elías y Gudberto Vargas completan un círculo vivido por miles de familias michoacanas, el de la migración que se hereda de padres a hijos.

Cuando Fidel Vargas se fue a trabajar a Estados Unidos, en 1942, no imaginó que con ello iniciaría una tradición de tres generaciones que terminaría con la salud de los hombres de su familia.

Una credencial amarillenta, que ha guardado en su cartera rota y vieja por más de 66 años lo acredita como uno de los primeros michoacanos contratados por el Programa Bracero.

El plástico en el que el rostro de Fidel a sus 22 años de edad apenas puede distinguirse, señala que de Estancia del Río, Michoacán, viajó a los centros de cultivo de Idaho.

Sentado en la puerta de su casa, en donde todos los días su nieta Cristina coloca una silla bajo los rayos del sol para que le “caliente los huesos”, Fidel señala que en 21 años de trabajo en Estados Unidos se especializó en la cosecha de frijol, chícharo y betabel. Sus dedos curvos y callosos confirman la versión.

En esos años, su esposa comenzó a recibir las primeras remesas sin saber que a lo largo de cuatro décadas se convertirían en el único ingreso de su familia. Los 200 dólares que recibía cada mes representaban más del 80 por ciento del sueldo de Fidel y sólo alcanzaba para la manutención de la familia, la educación de los hijos y pequeños avances a la casa.

Hoy, Fidel tiene 88 años de edad y casi no ve, perdió el sentido del oído en un 80 por ciento, sus piernas quedaron prácticamente paralizadas desde hace más de 40 años y los ahorros que logró juntar en más de dos décadas de trabajo se consumieron en atención médica. Después de 21 años de trabajo su situación económica es la misma que antes de irse, en 1942.

Aunque no se atreve a asegurar que su estado de salud fue resultado de 21 años de trabajo duro en los campos de cultivo de Idaho, sí recuerda que sus piernas “comenzaron a fallar” poco antes de regresar a México; también recuerda que los problemas del oído iniciaron meses después de ingresar a territorio nacional, en 1963.

El hijo migrante

Sin ahorros, sin poder trabajar y enfermo, fue su hijo, Elías, quien tuvo que abandonar la escuela y continuar con la tradición migratoria. A sus 20 de edad, quedarse a laborar en los campos de cultivo mexicanos no era una opción pues como ahora, el sueldo en Estados Unidos era ocho veces mayor.

Así, emigró como trabajador indocumentado a los campos de cultivo de California. Estando allá, los 200 pesos que enviaba de remesa -al igual que su padre-, eran utilizados en su totalidad para la manutención de la familia y los gastos médicos de Fidel. Las posibilidades de ahorro eran nulas.

En esta ocasión, fueron la esposa de Elías, Rita, y sus hijas, las que se convertirían en la segunda generación de mujeres que se quedarían solas ante la migración de los hombres.

Durante los años que Elías trabajó en California, el envío de 200 dólares mensuales continuó como única fuente de ingreso familiar.

Hace ocho años, Elías regresó a México con problemas respiratorios, según él, por la constante exposición a plaguicidas; en 2007 le extirparon uno de sus pulmones luego de que los médicos detectaran una infección. Hoy, padre e hijo están enfermos, imposibilitados para trabajar y sin seguridad social. Los gastos de la familia en atención médica hoy son dobles.

Por dos años, Fidel peleó los 38 mil pesos que de acuerdo con la Secretaría del Migrante de Michoacán le corresponden a cada bracero; cansado de los trámites burocráticos, de gastar en transporte a la ciudad de Morelia y de que los funcionarios los trajeran “dando vueltas” a pesar de sus padecimientos, desistió de su lucha como otros de sus compañeros.

El nieto migrante

Fue la necesidad de solventar los gastos para la atención de Elías, su padre, la que en el año 2000 obligó a Gudberto a migrar a Estados Unidos.

De nuevo, su madre y hermanas se quedaron solas en el pueblo –que cada año pierde a la mitad de su población– al cuidado de Fidel y Elías.

Durante más de ocho años, la familia continuó recibiendo los 200 dólares de remesa. Pero la cantidad que durante cuatro décadas no varió, en noviembre se redujo a 150 dólares.

En ese mes, Gudberto se convirtió en uno de los 533 mil trabajadores que, de acuerdo con el Gobierno de Estados Unidos, perdieron su empleo. Aunque intentó dar la batalla, a principios de diciembre regresó a México, terminando así con la única fuente de ingreso de su familia.

El campo será la única posibilidad de empleo, durante los dos años que Gudberto permanecerá en el país en espera de que la situación económica de Estados Unidos mejore. Así, los ingresos de la familia se reducirán de aproximadamente 3 mil pesos a poco más de mil 900 pesos mensuales, pues en el campo mexicano, el salario diario es de apenas 80 pesos.

Ante esta nueva realidad, la familia ya comenzó a analizar qué deberán sacrificar para estirar el gasto. La educación de la hermana más chica de Gudberto –Cristina, quien cursa la preparatoria– se perfila como la primera opción.

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