El “tsunami silencioso” que invade al mundo en forma de carestía de alimentos y de materias primas no tiene visos de amainar.
Las razones del fenómeno son complejas, incluyen explicaciones que van desde el aumento en las necesidades de los países emergentes cuyas clases medias van demandando más productos a medida que progresan, el alza del petróleo debido a factores de inestabilidad política previsible en ciertos países productores, o a probables agotamientos en ciertos yacimientos críticos como los mexicanos.
El saldo final es el anuncio de un nuevo capítulo en el devenir humano en el que ya no habrá más alimentos ni materias primas industriales a los precios que hasta ahora venían prevaleciendo. El futuro nos traerá costos más altos en prácticamente todos los insumos, empezando por el de la gasolina. Se nos dice que los nuevos precios no disimularán los verdaderos costos y reflejarán las presiones del mercado.
Hay cierta similitud con el fenómeno de la baratura de materias primas que así, en los siglos pasados subsidiaron el desarrollo de los países que hoy son los más ricos del planeta. Es cosa sabida y estudiada desde hace tiempo el que Europa primero, y después los Estados Unidos, hayan montado su prosperidad aprovechando los bajos costos de los recursos naturales, minerales, forestales, agrícolas y la mano de obra barata, esclavizada en algunas etapas. Los movimientos de independencia que se dieron en África y Asia después de la Segunda Guerra Mundial, en buena parte tuvieron por objeto rescatar para cada uno de esos pueblos el dominio de sus recursos para encausar los rendimientos para su propio desarrollo, ya no a las metrópolis y a sus poderosas empresas.
Algunos países que a mediados del Siglo XX nos encontrábamos en la lista de los “subdesarrollados” avanzaron espectacularmente como fue el caso de los “tigres del sudeste asiático”. Otros, como los de África, se han quedado muy rezagados. América Latina, dotada de recursos y tradiciones más avanzados que muchos otros países, parece no haber encontrado aún su rumbo.
Pero al lado de la explicación anterior de por qué se ha inaugurado la época de la carestía de insumos, hay otra: la que nos dice que la carestía global es inevitable ya que las estructuras mundiales de producción no han seguido el paso del aumento inesperado de la demanda de artículos de los últimos años. Esta explicación también exhibe la insuficiencia de los sistemas logísticos de transporte y almacenamientos para que los productos lleguen con oportunidad a los destinos que se requieren. La logística como especialidad es la carrera del futuro.
Al fondo del razonamiento anterior estaría el fenómeno moderno del consumismo que ya causa estragos en los equilibrios sociales. La generalizada psicopatía consumista que se vive. “Compro, luego existo”, se nos aparece justificándose como el motor primordial del modelo de progreso económico occidental que se alimenta de la obsesión por la adquisición superflua acicateada por una propaganda incesante en los medios masivos de la que no podemos escapar.
Los centros comerciales, vulgares derivaciones de los “sok,” los antiguos bazares y mercados que todavía subsisten en Oriente o de las espléndidas “galerías” de la belle époque europea, son ahora el eje de la cotidianeidad que envuelve al típico ciudadano en el monótono ciclo diario de trabajar para luego gastar. Los “malls” modernos que plagan nuestras ciudades nada heredaron de los encantos de sus antepasados y son simples yuxtaposiciones de unidades comerciales destinadas para crear y surtir demandas las más de las veces superfluas respecto a las necesidades esenciales del ser humano.
Las energías sociales se habrían desviado de la producción de satisfactores básicos como alimentos e insumos industriales para irse a la de artículos de secundaria prioridad. Si a esto se añade la comprobada tendencia hacia productos de consumo innecesario, se explica el porqué de las muchas tensiones sociales provocadas no sólo por las carencias, sino por los contrastes entre los distintos niveles de vida que coexisten dentro de un país.
Las consideraciones anteriores serían un llamado a la sobriedad en el consumo personal y familiar así como en el gasto público y a la coordinación en consejos locales y regionales para el mejor uso de los recursos humanos y materiales a fin de producir precisamente lo que atienda a necesidades fundamentales y no en programas de ostentación. De no hacerse pronto, el tsunami nos alcanzará a todos sin excepción.
Coyoacán, mayo de 2008.
juliofelipefaesler@yahoo.com