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Tú róbate las llantas

El filósofo de güémez

Ramón Durón Ruiz

Cada noche, al deleitarme con las estrellas del firmamento, reflexiono en lo importante que es aligerar el bote de mi vida, porque cuanto más vacío, más rápido es el viaje, si tiro por la borda mis pasiones y mis odios, con menos carga navego mucho mejor.

Cuando corto las nueve ataduras del egoísmo, la egolatría, la duda, las pasiones insanas, el apego, mis temores, la falsa espiritualidad, el odio, el rencor, me doy cuenta que consigo más fácilmente mis metas, que viajo más confiado por los mares de la vida.

Quizá no sea Cristóbal Colón navegando por el mar con una orden real para descubrir una ruta más corta hacia las Indias, mucho menos James Cook, cuyos viajes de descubrimiento le llevaron a “lugares lejanos con nombres extraños”. Pero puedo ser un explorador del espíritu con la orden de mejorar mi mundo, descubriendo mejores maneras de superar mi forma de ser, de hacer las cosas y de vivir.

Sólo requiero un espíritu lo suficientemente fuerte, que comprenda la capacidad de enfrentar los problemas con valor, las desilusiones con alegría y el triunfo con humildad. Un espíritu que me recuerde que en esta vida todo es pasajero, pero que se alegre con los desafíos, si no los hubiera ¿cómo crecería?

En la obra musical El violinista en el tejado, uno se ríe observando cómo el anticuado padre de una familia judía en Rusia trata de hacer frente a los cambios de la época que ocurren forzosamente en su hogar, por medio de sus hermosas hijas.

Con gran ilusión ellas cantan La Casamentera, su padre –Tevye– responde con la canción Si yo fuera rico. Los espectadores se llenan de felicidad al escuchar el bello son de Amanecer, atardecer y aprecian el amor que Tevye siente por su pueblo natal cuando el elenco canta Anatevka.

La alegría del baile, el ritmo de la música, la excelencia de la actuación, se unen trascendentalmente cuando Tevye habla de lo que en mi opinión es el tema principal de la obra musical: él reúne a sus hijas a su lado y en ese sencillo entorno campirano les da consejos al meditar en cuanto al futuro: “Recuerden”, les advierte Tevye, “en Anatevka sabemos quiénes somos y lo que Dios espera que lleguemos a ser”.

Creo que ésa es la esencia de la obra, pero también la de nuestra vida: saber claramente quiénes somos y qué es lo que la vida espera de nosotros, nuestra conciencia individual siempre nos señalará el camino y nos advertirá como amigo, antes de castigarnos como juez.

Cuando es el dinero, el poder, y no nuestra felicidad, lo que dicta nuestras acciones personales, nos alejamos de nosotros mismos y eso resultará en sueños perdidos, ambiciones esfumadas, expectativas insatisfechas, esperanzas frustradas.

Si tenemos ideales sabremos perfectamente quiénes somos y lo que la vida espera de nosotros, porque los ideales son como las estrellas, difícilmente alcanzarás a tomarlas entre tus manos, pero si las tomas como guía en tu corazón y las sigues, alcanzarás tu destino, que no es otro que estar pleno en felicidad, amor y las bendiciones de Dios.

Sólo basta recordar que la vida es muy sencilla, entre la duda y la certeza hay sólo un paso, entre creer y no creer hay tan sólo un paso, entre odiar y amar hay sólo un paso, por eso el secreto está en disfrutar la vida: canta, baila, viaja, sé feliz, que entre la vida y la muerte... ¡hay tan sólo un paso!

Un vendedor de Tepito se saca la lotería y para presumirle a la raza, se compra un Mercedes-Benz convertible. Iba feliz con su auto por el barrio cuando en eso se le poncha una llanta y se baja a cambiarla. Estaba en plena faena cuando se sube al vehículo un malandrín del lugar y el dueño le reclama:

––¿Oye, qué traes, qué estás haciendo?

––Cálmate carnal, tú róbate las llantas y yo el estéreo.

filosofo2006@prodigy.net.mx

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