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Última medalla de Ana Gabriela

Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Con el solo hecho de retirarse de las pistas donde tanto brilló, como forma extrema, sacrificial, de denunciar el desorden y la corrupción que privan en la organización deportiva mexicana, Ana Gabriela Guevara ha obtenido su última medalla. Su gesto de dignidad, que sintetiza su hartazgo, ha de servir quizá no para corregir de inmediato los vicios que ha señalado, sino para que la sociedad en general, aun la apartada de las actividades deportivas, cobre conciencia de lo que ocurre en sus pedregosos terrenos y haga posible eliminar la cizaña que crece en ellos.

A la hora de escribir estas líneas la Confederación Deportiva Mexicana –Codeme en la sopa de letras que denuncia la confusión imperante en la Administración del deporte— estaba por decidir si unía la suya propia, más eficaz, a la sanción que ya pesa sobre Mariano Lara, el presidente de la Federación mexicana de atletismo en quien se encarnó la ácida crítica de la velocista sonorense. La Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (CONADE) tomó ya la decisión de suspender por cuatro años la participación de Lara en el Sistema Nacional de Cultura Física y Deporte. Pero el dirigente se ha parapetado en su condición de particular que no puede ser sancionado por un organismo público. Sólo tendrá eficacia una decisión en sentido semejante adoptada por la Codeme, una asociación civil de que forma parte la Federación de Atletismo y su presidente y que en función de su estatuto y de la legislación civil que la rige puede castigarlo. Por lo pronto, la Codeme decidió desconocer al consejo directivo de la Federación, y sólo el próximo lunes hará saber las sanciones aplicables a los integrantes de dicho consejo. El hecho de que Lara sea al mismo tiempo vicepresidente del Comité Olímpico Mexicano, ante el cual podrá seguir ostentando la personalidad que ha mantenido hasta ahora, obliga a tener presente la otra instancia que tiene injerencia en la práctica del deporte amateur de nuestro país.

Entreveramiento cuando no incompatibilidad de funciones de los organismos deportivos son causa y efecto de la situación denunciada por Ana Gabriela Guevara, que para ella hizo crisis a partir del campeonato mundial de atletismo celebrado en Osaka en agosto pasado.

Al volver de dicho certamen, la atleta que anteayer puso fin a sus once triunfales años en las carreras de velocidad (cuatrocientos y ochocientos metros planos), hizo saber que el pobre resultado de la delegación mexicana obedecía más, que al mal desempeño de los deportistas, a la dejadez y abuso de los directivos de la Federación, especialmente Lara. En septiembre, sin embozo, la velocista emitió su ultimátum: si no se castigaba a Lara con su expulsión del deporte organizado y aún con sanciones penales, ella se abstendría de figurar en la delegación mexicana para los juegos olímpicos de Beijing. Guevara esperaba que la gravedad de sus acusaciones se tradujera en una pronta atención del caso por las autoridades, pero cuatro meses después sigue aguardando un abordamiento tan serio como la relevancia del problema lo demanda. Y ya no estuvo dispuesta a esperar más. Su exasperación la condujo al punto de que no sólo anunció su ausencia de Pekín, sino que se retira por completo de la práctica en que ha sido figura sobresalientísima, protagonista de una historia sin igual.

En la espesura de la selva burocrática que organiza el deporte mexicano hay tres entidades notables, de las que depende el destino de quienes se dedican a los deportes. La más antigua de ellas es el Comité Olímpico Mexicano, fundado en 1923 para organizar la preparación de atletas mexicanos en los juegos olímpicos, y reconocido por el Comité Olímpico Internacional, una combinación de negociantes y protagonistas del jet set internacional que, de paso, aseguran la permanencia del olimpismo moderno, cada vez más lejano de los ideales del barón de Coubertin y más cercano a las condiciones del mercado y del espectáculo mediático. En las décadas recientes el COM ha sido dominado por el propietario de medios Mario Vázquez Raña, que ha delegado sus funciones, formalmente, en “El Tibio”, Felipe Muñoz. En 1953 las federaciones que reunían a las asociaciones estatales formados por los practicantes de los deportes más socorridos en México se unieron en una singular asociación civil, la Confederación Deportiva Mexicana, singular porque siendo una asociación civil su presidente era designado por el de la República. Fue ése el primer paso para la intervención gubernamental en el deporte, que se había esbozado en escalones intermedios en la Secretaría de Educación Pública (donde alguna vez funcionó una subsecretaría que tuvo el deporte entre sus atribuciones) hasta la creación de la Conade, Comisión Nacional del Deporte que conservando aquel acrónimo hoy se llama Consejo Nacional de Cultura Física y Deporte.

La proliferación de organismos ha provocado la aparición de una burocracia cuyos dirigentes tienden a eternizarse en los cargos a fin de alargar su disfrute de los gajes que conlleva la representación deportiva. Además de los subsidios gubernamentales las federaciones cobran porcentajes por los premios obtenidos por sus miembros, lo que hace chocante la pertenencia a tales organismos que quitan más que dan. Ésa es una de las causas del pobre desempeño de los atletas mexicanos, interrumpido por rutilantes historias de éxito como la que durante más de una década vivió y nos hizo vivir Ana Gabriela Guevara.

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