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Un cuento ¿visionario?

Gilberto Serna

Las más recientes encuestas nacionales en EU señalan como favorito para ganar la Presidencia a Barack Obama. A pesar de que el tema racial se ha dejado soterrado, hay quienes piensan que es impensable que logre llegar a la Casa Blanca por que la población que maneja las grandes decisiones en ese país no aceptaría a un hombre de color. Aun tienen presente que hay una historia de discriminación a las familias que fueron vendidas para trabajar al servicio de los hombres blancos, primero como esclavos y después como sirvientes. No obstante si un partido político lo hizo su candidato, pasando por encima de varios prospectos de enorme jerarquía, es que debe haber en ese hombre algo que lo hace especial. No está claro qué es, pero ha sumido en un prolongado letargo a los americanos, convencidos de que es el hombre que necesitan sin importar que el color de su piel sea diferente.

Han llegado a la conclusión de que cualquiera menos un republicano. Lo malo es que hay quien advierte que la euforia no los deje ver que pueden estar escapando de la sartén para caer en el fuego. Los candidatos, cualesquiera que sea, cuando están en campaña ofrecen el oro y el moro, abusando de la candidez de los electores. Una vez bien apoltronados se olvidan de sus promesas de campaña y se dedican a hacer lo que pueden o quieren olvidando sus buenos propósitos de antaño. El inmortal Maquiavelo (1469-1527) decía que la política es el arte de engañar. Es una disyuntiva que está a la vista de todos, no se trata de que estemos inventando el hilo negro (o blanco). El demócrata Obama se siente seguro de que los dioses tribuales, que deciden el destino de los seres humanos, están de su parte. Se prepara una fiesta magna para celebrar el triunfo a la que se espera, según el alcalde, que asistan un millón de personas, hoy martes, en la ciudad de Chicago. Las entradas están agotadas. ¡Oh!

Estaban los dos solos, una persistente neblina los rodeaba, desde hacia un buen rato, sentados en los túmulos donde reposaban sus restos. El que se veía aturdido era el espectro que aún traslúcido no había perdido sus toscos rasgos, los votantes le habían dado la espalda, a punto estuvo de obtener el triunfo. Murió de un aire colado. Al menos eso decía el certificado médico de necropsia. No obstante hubo sospechas. El otro que por fin había ganado la elección se veía confuso y si en sus años mozos su piel lucía transparente, despigmentado desde el primer gen cuya existencia se pierde en el origen de los tiempos, ahora su espíritu era la prueba de que se puede vivir en la eternidad sin la menor pizca de melanina. La emoción se le desbordó cuando supo que había ganado la elección, brincando de alegría, su corazón debilitado no resistió. El Congreso tardó un poco en reaccionar. Nunca se había presentado un caso semejante. No era presidente, no había tenido tiempo de jurar el cargo. Nadie quería que la cazadora de alces, experta en modas, cuya frivolidad se había vuelto proverbial, ocupara su lugar.

Si alguien hubiera estado cerca, los escucharía conversar. Sus voces parecían provenir del interior de una profunda olla de barro, se oían cavernosas, distantes, rasposas, guturales. Me lo decían, no quise oír, flotaba envuelto en una nube de lambisconería que me apoyaban por que creían que les destinaría un escritorio con un jugoso sueldo, no pude creer en tanta hipocresía, los mítines se llenaban de caras blancas, las encuestas me favorecían ¿qué pasó? No te creas, me decían, el país es de blancos. No obstante recorrí el país con mi carisma levantando el entusiasmo de los de mi raza, que vieron en mí un signo de redención. Grupos de blancos con poder económico apoyaron con donativos mi campaña, todo parecía indicar que la siguiente parada sería en la Casa Blanca, donde la servidumbre doméstica que la habitaba eran de raza negra, me pregunto: ¿los que me apoyaban son los mismo que levantaron una estatua, en posición sedente, de proporciones gigantescas en las afueras del Capitolio, ¿demostración de que pensaban igual o de que los pensamientos abolicionistas recibirían la misma respuesta pagando al igual que hicieron con el hombre de sombrero de copa y barbas.

No te creas, sosegadamente habló el otro. Estados Unidos te necesitaba, tanto que si no hubieras surgido, hubiera sido necesario inventarte. Se trataba de darle al mundo, incluidos a nosotros, una apariencia de que no sólo somos feroces guerreros, sino también democráticos. ¿Quién mejor que un hombre de color podría darle veracidad al evento? Estuvimos a tu lado desde antes que llegaras al Senado. Mientras bombardeábamos a los musulmanes, era necesario mostrar una cara amable al resolver civilizadamente nuestras diferencias, no somos un pueblo de carniceros, lo que voceamos afuera, lo practicamos adentro. Esa era la lección, pero fuerzas más oscuras que tu piel decidieron actuar por su cuenta. La publicidad les hizo creer que tú llegarías. Yo lo supe, pero estaba cegado por mi propia codicia. Las siluetas se desvanecían lentamente. Ahora, alcanzó a decir el cara pálida, ni tú ni yo.

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