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Un gato asustado

Gilberto Serna

Lo que más me ha llamado la atención del proceso electoral en Estados Unidos de América es el fenómeno de la concentración de enormes multitudes en mítines a los que convocan los candidatos. El protagonista se mueve entre globos, confetis, gafetes, estandartes, escudos de solapa, cartulinas que predican a favor de quien se desgañitan al aplaudir o gritar su nombre, vítores, ovaciones, aclamaciones y principalmente carretadas de aplausos. Levanta los brazos, como pasajero al que se le va el aire en un vagón de la montaña rusa, mostrando las palmas de las manos para demostrar, me supongo, que hasta ese momento no se las ha manchado con sangre de inocentes. Apretones, saludos de gente que quiere compartir su aura, dejándose llevar por el entusiasmo colectivo. Así en todas las épocas, en todas las latitudes. Es un frenesí por estar cerca en donde paradójicamente no se alcanzan a descubrir las intenciones íntimas del candidato.

Cómo evaluar a un hombre si será un buen presidente de su país, ya que nunca ha desempeñado el puesto. A mayor razón si es político, me pregunto: ¿sería mejor que no lo fuera? ¿Qué lo impulsó a buscar su nominación? Es mejor un avezado candidato que se conoce al dedillo como sentarse, nomás eso, todo lo demás vendrá por añadidura, o un novato cuya mejor carta de presentación es que hará las cosas de manera diferente a como lo hicieron los que con anterioridad se hayan sentado en el sillón de mando. ¡Hum! Se duda que lo dejen los grandes consorcios. Promesas, promesas y más promesas. De uno y otro lado. ¿Cómo se puede obligar a que cumpla, una vez que las urnas se han cerrado? Se descubre luego que es un embustero, que es un ladrón de siete suelas, en el moderno sentido de la palabra, negocios sucios, empresas fantasmas, testaferros en un mundo globalizado. ¿Será suspendido en sus funciones? ¿Se le podrá castigar algún día? ¿qué hacer mientras tanto? Es un farsante ¿y qué? Es un bueno para nada, ¿y?, ¿revocarle el mandato? quizá o esperar a que termine y que le vaya bien, al final la excusa es que ya falta poco.

El severo juicio de la historia lo pondrá en el lugar que merece. ¿Será suficiente?

¿Y el exterminio de pueblos enteros? ¿Será lo mejor confiar en que el Cielo proceda en consecuencia? No hace mucho se dijo que el infierno no existe ¿entonces? Dejar que su alma inmortal se lo reproche y ¿si carece de ella? ¿será capaz de distinguir el bien del mal? ¿le remorderá la conciencia? -si no tiene, po’s no-. Se entregará a su vicio de nuevo o ¿nunca lo ha abandonado? Seguirá ocultando que su desmayo se originó por diversa causa que al engullir una golosina. Podrá dormir tranquilo por las noches o dormirá a pierna suelta sin que nada llegue a perturbar su sueño. Llegará el día en que pueda ser perdonado o pensará que una eternidad es poco para arrepentirse de lo que hizo. Estará listo para sopesar las dudas que le surgirán de si habrá hecho bien.

Estuvo en uso de todas sus facultades mentales durante todo su periodo constitucional, ¿lo estuvo alguna vez? Los fantasmas de los que perecieron le seguirán el resto de sus días. Se dará cuenta del daño que hizo cuando conduzcan sus despojos mortales al cementerio de Árlington, en bello ataúd. Demasiado tarde para rectificar. Ya convertido en espectro se juntará con los demás en amena charla o ¿únicamente Atila, Mussolini y Adolfo lo aceptarán como camarada? En noches de luna, las brujas que hacen sus aquelarres en lo alto de la montaña, lo invitarán a divertirse sacrificando niños, para después atravesar los cielos, sin rumbo fijo. En fin, ahora que sea un don nadie sólo asustará al gato, que dormita en la buhardilla de su casa.

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