Se veía radiante, despidiendo olor a lavanda inglesa, en traje oscuro, corbata a rayas, la mano derecha empuñando un asta de la que pendía una banderita triangular, dando la salida a un convoy formado de 20 camiones destinados a repartir libros de texto gratuitos, a las escuelas de los distintos municipios de la entidad. Atrás habían quedado aquellos días cuando se dio a conocer la llamada telefónica que lo bautizaría para siempre con el sobrenombre del Gober Precioso. En esta vez, su cara reflejaba orgullo, esbozando una mueca de satisfacción, simulaba estar cumpliendo con la misión patriótica de contribuir a la educación de niños y niñas. Estas últimas eran su adoración. Las unidades, cubiertas sus redilas, avanzaban lentamente. Se oían extraños ruidos, que parecían venir de debajo de las lonas, como si se originaran en otro mundo, más bien parecían rechinidos provenientes de ultratumba. Era como si se rasgaran múltiples hojas de papel. Se oían quejidos espectrales cual si de pronto se hubiera entrado en una dimensión desconocida. En algún lugar lejano habían quedado los esqueletos de los libracos cuyos espíritus vagaban en la parte posterior de los vehículos que misteriosamente habían adquirido la facha de carrozas mortuorias.
Momentos antes al banderazo de salida el gober poblano había expresado que estaba enviando material que serviría a los educandos para mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Había querido encargar a Kamel Nacif y Succar Kuri los textos que irían a parar a manos de alumnos de sexto grado, pero éstos molestos manifestaron que ellos se habían especializado en guarderías infantiles, es más esperaban que su amigo les concediera el privilegio de atender casas-cuna. Después de todo habían actuado como mecenas de funcionarios encaramados en las altas esferas de la política mexicana, merecían una pequeña recompensa, obviamente no la querían grande. Habían callado muchos nombres de quienes se habían visto favorecidos con sus regalos, que ellos conseguían en los hogares más pobres de las entidades, donde, desde hacía largo tiempo, operaban. Se sabían a salvo de cualquier persecución. Era tal la urdimbre de complicidades que habían logrado, en un país donde con mezclilla todo se puede. Todo.
Los espíritus de los libros, despojados de sus portadas, empezaron a hablar entre sí. Igual que almas en pena pasaban frente al improvisado presidium donde varios atildados funcionarios daban la voz de arranque a los camiones vacíos. Estos políticos ya ni la amuelan, decía una vaporosa imagen de lo que fuera un libro de civismo: mira que hacer un acto oficial para engañar a la comunidad, no tiene nombre. Sí lo tiene, dijo lo que en vida había sido un libro de gramática, algunos le llamarán desvergüenza, otros desfachatez, descaro dirán los que lo conocen. Se sabe impune, haga lo que haga, dijo lo que quedaba del libro de ética, cuyo espíritu errante parecía no saber a dónde dirigir sus pasos, nadie lo entendía, más aún, era arrojado con desprecio al bote de basura más cercano. Fue un acto político típico del echeverriato, donde se levantaba un escenario de cartón, con plantas ad hoc, que pasando la visita del gobernante desaparecía como por ensalmo. Tal como ocurrió alguna vez en Saltillo. Bien, un tomen la foto para que en los periódicos se vea que sólo vivo para impulsar la educación, en los lugares más alejados. ¡Hey!, ese Kamel, no se te olvide mi encargo, que para eso ya compré mis píldoras. Si traes dos botellas, está bien, espero que me levanten el ánimo.
Uno pensaría que Mario Marín Torres no sería capaz de tales artimañas, sin embargo habrá que recordar que cuenta en su haber con una larga lista de trapacerías del mismo jaez. En septiembre 12 de 2006, el Gobierno de Puebla se atrevió a divulgar una fotografía en que se hizo aparecer a Mario conversando con los secretarios de Estado, Carlos Abascal y Francisco Gil, sabiéndose que en la original era Ney González, gobernador de Nayarit, habiendo alterado la imagen digitalmente. ¡Era una foto trucada! Antes, en febrero de ese año, en aquel coloquio telefónico que sostuvo con Kamel Nacif, negó que fuera su voz, de cuya grabación dieron cuenta los medios, para posteriormente reconocerla al través de su secretario de Gobierno, lo que, por supuesto no era necesario, pues era inconfundible. Total, un inveterado mercachifle.