Algunas mujeres siguen buscando al marido ideal. Aquel que no es mujeriego, que no toma, que es inteligente, pero modesto, que tiene un buen trabajo, romántico, un marido del que puedan estar orgullosas, tanto en público, como en privado.
Cuando Hillary Rodham conoció a Bill Clinton en 1971, el joven de Arkansas parecía tenerlo todo. Una fuerte ambición política, un excelente promedio en la Universidad de Yale, una mente brillante y llena con el ideal de transformar la vida política e institucional de su país. El joven, que por entonces parecía un vikingo barbón pelirrojo, logró convertir a la entonces presidenta de las Juventudes Republicanas de Wellesley College en una activa integrante del Partido Demócrata.
Se conocieron cuando ambos estudiaban una maestría en Yale. Luego de pasar un breve tiempo de larga distancia, ella decidió abandonar su trabajo en el comité legal para destituir al presidente Richard Nixon, por seguir a su novio. Del frío Washington DC viajó al sureño estado de Arkansas, el hogar de Bill, donde él escalaría en la vida pública hasta convertirse en Procurador de Justicia del estado y posteriormente en Gobernador. Por su lado, ella se convertiría en una exitosa abogada, carrera que después abandonaría nuevamente para seguirlo a él y ser la primera dama de Arkansas.
Vino una propuesta de matrimonio, a la que ella dijo no. Una segunda propuesta, ya con casa comprada de por medio, la hizo dar el sí. La pareja se unió legal y religiosamente en una ceremonia pequeña en su nuevo hogar en 1975.
Del pequeño estado productor de manzanas, los Clinton saltaron a la Casa Blanca. El otrora marido ideal pronto se convirtió en el mujeriego empedernido. Los líos de faldas se acentuaron y, peor aún, se hicieron cada vez más públicos. Para una mujer como ella, celosa de su vida privada, las infidelidades se convirtieron en su peor pesadilla. Humillada en cadena nacional, Hillary una vez más decidió abandonar algo, esta vez su dignidad, y seguir a lado de su marido.
Desde entonces, él ha sido un dilema para ella. Muchos ven en el perdón de Hillary una ambición política desmesurada. Para otros el matrimonio Clinton no es más que un arreglo político que ha sido útil a ambos. Hoy, Bill es a la vez el mayor activo político de la campaña presidencial de Hillary, pero también su peor carta de presentación.
En el último debate demócrata, Barack Obama decidió atacar a la senadora en su flanco débil. En una de sus intervenciones, el senador afroamericano afirmó: “en ocasiones no sé contra quién estoy compitiendo”, refiriéndose al activo papel que ha jugado el ex presidente en la campaña de su esposa. El ataque a Bill parece haberle servido a Obama en su reciente victoria en Carolina del Sur.
Adicionalmente, varios de los analistas políticos más leídos de EU empiezan a hacerse la pregunta casi inevitable: ¿Cuál sería el papel de Bill de llegar Hillary a la Presidencia? Uno de los temas frecuentes de la campaña presidencial de la senadora ha sido el de destacar su activo papel en la formulación de políticas públicas durante los ocho años de la Presidencia de su marido. Si bien, él ha afirmado una y otra vez que le atrae el papel de “primer caballero”, lo cierto es que pocos se creen que Bill estaría inactivo y muchos temen un cogobierno.
Si ella consigue la candidatura presidencial demócrata, en la elección de noviembre el papel de su marido será una de sus mayores debilidades. Por ahora, los resultados en Nevada y New Hampshire muestran que a los simpatizantes demócratas les gusta la idea de volver a tener a Bill en la Casa Blanca, pero para algunos demócratas, para muchos republicanos y para algunos independientes la sola idea de que él regrese a la avenida Pennsylvania con un papel tan activo es razón suficiente para votar por cualquier otro candidato. Para Hillary, Bill es todo, menos el marido ideal…
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