En 1989 andábamos por París. Un buen día tomamos un taxi para ir a los Campos Elíseos, y el chofer, al notar nuestro acento, nos preguntó “¿mexicanos?”, y la respuesta fue la correspondiente, y luego nos comentó que cuando podía iba a Madrid a ver a Hugo Sánchez.
Era su ídolo, nos confesó, y hasta ni la cuenta nos quería cobrar al final del viaje, lo que no aceptamos. Estábamos orgullosos del “Niño de Oro”, como le llamaban cuando apareció en el firmamento futbolístico, y más cuando supimos lo que luchó para triunfar.
Pero regresó a México crecido, lleno de soberbia, y quería correr a patadas a Ricardo La Volpe, que dirigía a nuestra Selección, prometiendo muchas cosas. Don Alfonso Esparza, que pasó por esta casa, decía: “El que por nada se compromete, por nada tiene que cumplir”.
La soberbia es uno de los siete pecados capitales, cuidado con ella. Armando, un estimado amigo, nos platicaba que atendió aquí a Hugo, y que al pedir la cuenta en el restaurante, el otrora gran futbolista le decía que no pagara, que él merecía todo dondequiera.
No es bueno hacer leña del árbol caído, es lo más fácil y lo más corriente. Hugo es un buen muchacho, sólo que está lleno de soberbia. Ojalá esto que ocurre le sirva en su carrera, que debe seguir, y a la mejor un día tengamos en él un buen técnico.
Los soberbios, que hoy tienen fama y poder, piensan que la vida es pareja, pero resulta que en ella uno se sube en una rueda de la fortuna. Arrogantes hay muchos en el futbol, aunque algunos no dicen tantas tonterías, pero ahí están, llenos de complejos, si no lo sabremos nosotros.