¡Qué maravilla! Cuántas gratas sorpresas con esa inauguración de los Juegos Olímpicos, apenas habíamos despertado ayer, mientras que allá, en China era de noche. Hemos visto tantas cosas asombrosas en el mundo del deporte, pero esto fue aparte.
Todo nos cautivó, y quizá más esa alegría, esa disposición, ese gusto de mostrarle al mundo de parte de los anfitriones, de lo que son, han sido y serán. ¿Qué nos llamó más la atención? Todo, desde los fuegos artificiales, los tambores y la sincronía para hacerlos sonar.
También la constante presencia de los niños, a veces corriendo en la pista o frente al piano, o cantando, o asomando sus rostros, los de todo el mundo. La tinta china que se esparcía sobre el papel, ambas creaciones milenarias de este pueblo también milenario.
Los sellos, también de esa nación, que se movían y que florecían y que después asomaban su lado humano. Esos aros luminosos que de pronto se levantaban del piso y flotaban sobre el estadio. Esa paloma hecha por tantos atletas y que pedía la paz del mundo.
Esa canción, “Tú y yo” que nos mandaba un mensaje al interior de nuestro ser, de nuestros sentimientos. Ese globo que presentaba la pantalla electrónica más novedosa del momento y sobre el que cantaban y a cuyo lado volaban .
Y casi todos los actores igualitos, con movimientos en sincronía asombrosa. Y de ese Nido seguían brotando las sorpresas, quizá una muy admirada cuando el mismo estadio lo representaron seres humanos. Qué inauguración, y viene ahora la otra sorpresa, con records que caerán.