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Un noviembre para recordar

las laguneras opinan...

MUSSY UROW

apenas estamos a la mitad del mes, pero lo ocurrido en la primera semana fue de tal magnitud, que la reflexión y el comentario obligados aún no se agotan, como suele ocurrir en el fugaz ambiente de la noticia. En primer lugar las históricas elecciones en Estados Unidos, tema que tenía a nuestros principales comunicadores instalados en Washington, ante la perspectiva de un festín analítico e ilimitadas oportunidades para desmenuzar al máximo una elección inédita.

Efectivamente, todos estábamos atentos al resultado; la reciente crisis económica que creció durante el irresponsable Gobierno de George W. Bush ya había desatado un vendaval de monedas caídas y golpes en las principales bolsas del mundo. El quebranto financiero se perfilaba peor que el de 1929. Urgía saber el resultado de los comicios, con la esperanza de presuponer hacia dónde se encauzaría la situación. A unas cuantas horas de saber quién sería el nuevo presidente allá, ocurre en la Ciudad de México el accidente aéreo en el que pierde la vida, junto a otras personas, el joven y controvertido secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, desbancando así la noticia de las elecciones norteamericanas.

Esa noche del martes 4 de noviembre no hallábamos cuál noticiero escuchar, a qué evento darle mayor importancia. La elección parecía definida ya a favor de Obama, aunque faltaban aún los estados de la costa Oeste. En México, las escenas de los coches en llamas, en un crucero repleto de vehículos en una de las zonas de mayor tráfico, se antojaban irreales, increíbles, pero ahí estaban, con la presencia terca de la tragedia inesperada.

Más tarde, cuando se hizo oficial el triunfo de Barack Obama, algún reportero de la televisión dijo algo así como “Usted recordará siempre dónde estaba cuando escuchó esta noticia: Estados Unidos de Norteamérica ha elegido a su primer presidente negro”. En México, lo recordaremos siempre junto al fatal accidente.

Semanas antes de estos sucesos daban ganas de meter la cabeza en la tierra y no sacarla hasta marzo o abril de 2009. Todos los días nuevos muertos por todo el país, narcomantas, pleitos de policías locales y federales, los maestros de Morelos haciendo gala de una impunidad sin límite y la Maestra Gordillo regalando (luego cambió a rifa) camionetas “Hummer” a los líderes seccionales. Todo lo negativo en escalada y el sentimiento de inseguridad e impotencia, ahogándonos ante la falta de energía de las autoridades.

¡Cómo nos hace falta una figura fuerte, que imponga orden! Esto me hace recordar una anécdota que hace poco me platicó una amiga. En su infancia, ella y sus dos hermanas menores compartían una misma recámara; poco antes de irse a dormir, podían brincar en los colchones de sus camas por un rato, dejarse caer ruidosamente y echar relajo, hasta que poco después entraba el papá y decía: -“Suficiente niñas, ya estuvo bien de chiroteo, a dormir, voy a apagar la luz”.- Y las tres se metían a sus camas y aceptaban perfectamente la llamada al orden. -“Así me gustaría que ocurriera en nuestro país”, – me decía mi amiga- “una voz de mando con la energía y autoridad para ser obedecida sin discusión, una voz que dijera, “se acabó el desorden. Aquí todo el mundo se pone a trabajar”. Qué fácil sería. Pero no, esas cosas de orden, autoridad, respeto y colaboración por el bien común no ocurren en el México real, sólo en el idealizado que imaginamos muchos mexicanos. Aquí, cualquiera organiza a sus cuates y bloquea una calle, creando un caos que afecta a miles y a ninguna autoridad le importa; o a una familia normal le llueve una ráfaga de metralla porque los confundieron con narcotraficantes o le cae un avión encima, porque como dijo alguien, los macheteros de Atenco ganaron y no se construyó un nuevo aeropuerto más seguro. Aquí siempre ganan los que se oponen, y cuando no ganan, arrebatan.

El triunfo de Obama, por lo menos en México, quedó opacado por el accidente. Durante toda la semana fuimos siguiendo las sentidísimas palabras del presidente Calderón, su duelo, el homenaje en honor al amigo y colaborador. Se mostró como un hombre de carne y hueso; su pena lo acercó a la gente y tal vez, rebasó un poco las formas extendiendo el duelo personal. Pero independientemente de su sentimiento, de su capacidad para gobernar o de su investidura como presidente, vi a un hombre sensible y a la vez enérgico para exigir el esclarecimiento de las causas del accidente. Qué bueno sería que así fuera también para entender lo que requiere nuestro país en este momento, y para exigirle a quienes trabajan con él.

Y volviendo hacia Estados Unidos y su primer presidente negro, me congratulo. Ése sí que parece ser un cambio real. A los norteamericanos podremos criticarles muchas cosas, pero la verdad es que como sociedad, han crecido y madurado. Hace 50 años los negros no podían ni votar; se tenían que sentar en la parte trasera de los autobuses; debían usar baños separados en los lugares públicos. Hoy están integrados en todos los niveles de la sociedad. Allá, las principales instituciones no sólo funcionan, sino que son respetadas; algunas de una antigüedad y complejidad impresionantes, como su sistema electoral. Esa noche del 4 de noviembre, al filo de las 22:00 horas, tuve oportunidad de escuchar el discurso del candidato vencido, John McCain: un ejemplo de honorabilidad, de respeto absoluto al mandato de la votación, un llamado a la unidad de todos los habitantes de ese enorme y diverso caldero de nacionalidades que conforma a la población de Estados Unidos.

A pesar de haberse despejado ya el panorama de las elecciones allá y en la Ciudad de México el área del accidente, todavía no se disipa la nube de incertidumbre global y la crisis económica está lejos de resolverse. Esperemos al menos que este noviembre acabe sin mayor novedad.

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