En los billetes norteamericanos de un dólar aparece en su espacio izquierdo la representación de una pirámide, aún en construcción, cuya cúspide sostiene el Ojo de la Providencia gloriosamente circundado por rayos solares. Las dos frases la acompañan: “Annuit Coeptis” y “Novus Ordo Seculorum” son tan crípticas como el monumento mismo. Estas frases, en latín clásico, anuncian el principio de un nuevo orden para todos los siglos, aprobado y bendecido desde lo alto de la cúspide por un Poder Supremo Universal. En la base de la pirámide masónica la fecha de 1776, año de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica.
Así se anunció el gran experimento social, libertario de los Estados Unidos ideado a fines del Siglo XVIII creado para establecer una sociedad de justicia en la que todos sus habitantes habrían de procurar y hallar felicidad.
Pasaron dos siglos y el programa social se entregó al capitalismo empresarial que pretendiendo realizar una utopía en la que la suma de los intereses individuales produciría por sí misma la equidad y justicia para todos. Para lograr su objetivo, sin embargo, el sistema requería de vigilancias y controles que flaquearon en aras de una abusada libertad. El resultante desplome financiero norteamericano que ha arrastrado a la mayor parte del mundo en el último año demostró la realidad que ha sembrado, no prosperidad, sino quebranto e incertidumbre por todo el mundo.
Obama, hombre joven, llega a la Presidencia de su país. Mestizo, su triunfo barre con las clásicas estructuras del poder de su país ofreciendo esperanza y un nuevo orden de cosas.
“Yes we can! ¡Sí podemos! El coro que se alzó y se expandió el martes pasado surgido de cientos de miles de voces reunidas con Obama en el parque Grant de Chicago, se repitió al ritmo del discurso del ya presidente electo, con el viso casi ritual de una congregación espiritual de Harlem. El pueblo norteamericano se pronunció hastiado del dominio de la élite financiera y política que llevó al país a una guerra inútil y sin honor y a las familias norteamericanas a desastres económicos que tardarán años en sanar.
¿Un Nuevo Trato como el de Roosevelt en 1932? Hoy a la recesión acumulada se suma el monumental quebranto de las finanzas que traba el avance del bienestar colectivo. Se requerirán más que simples medidas keynesianas para remediar a la depresión, más bien la inyección de nuevos ánimos para concertar la acción.
Hay que reformular metas y liberar a la comunidad de las ataduras de los objetivos estrechamente económicos. El rejuvenecimiento de los Estados Unidos que la llegada a la Presidencia de Obama podría inspirar correría paralelo al proceso revitalizador del que está en marcha en nuestro país donde estamos comprometidos a un ataque frontal a viejos vicios enquistados que se alimentaban de conformismo y complejos de inferioridad.
Ningún evento detendrá nuestra marcha en la que cosechamos avances que confirman nuestra capacidad nacional para resolver situaciones difíciles. Ni el costo de la lucha para limpiar a nuestra sociedad del virus del narcotráfico, ni los momentos de tragedia que se precipitan. Son eventos que templan el espíritu nacional en lugar de ablandarlo.
El año próximo nos presentará serios problemas económicos que pondrán a prueba el ánimo y la confianza de resolverlos con sentido solidario. Las elecciones intermedias que se avecinan servirán para escoger representantes leales a los valores e intereses patrios fundamentales.
Ante la necesidad, siempre reiterada a través de la historia, de nuevos órdenes sociales, México labra su avance, paso a paso, al golpe del cincel de su inquebrantable voluntad.
Coyoacán, noviembre de 2008.
juliofelipefaesler@yahoo.co