Fueron catorce años muy buenos, de vivir en Saltillo. Ayer, hice una pausa para volver a mi tierra, a esta tierra que me vio nacer.
Fue en enero de 94, cuando se inició esta etapa de trabajo en la capital del estado. Cada semana, salía los lunes temprano y regresaba el viernes sin falta, salvo excepciones muy contadas.
Era una rutina pesada y hasta peligrosa por los riesgos que entraña la carretera. Pero había logrado establecer un equilibrio interior, que al recibir la noticia de mi regreso, me provocó un desasosiego que no me podía explicar.
Por un lado me alegraba poder regresar a Torreón y por el otro me dolía dejar Saltillo.
Era como me decía un amigo, “te están dando un chocolate... amargo, pero chocolate al fin”.
Regresar a la tierra después de un prolongado periplo, siempre será grato. Pero hay muchas cosas que voy a extrañar en mi vida cotidiana.
Nunca he entendido cabalmente la rivalidad entre Saltillo y Torreón, porque si bien somos distintos, debemos asumir esas diferencias y respetarnos mutuamente, porque todos somos coahuilenses.
Voy a extrañar, las charlas con los amigos. Allá hice y quiero conservarlos, muchos y muy buenos amigos.
Me reencontré con otros, pero los más fueron nuevos, con los que en base al trato cotidiano, me fui identificando y aprendiendo mucho de ellos.
Aprendí también mucho de mis compañeros de trabajo y de quienes fueron mis superiores.
Aprendí la importancia de la ejecutividad y a tratar de servir a la gente, en la medida de las posibilidades.
Formas y maneras de trabajar en el servicio público, que se han vuelto norma de vida. A hablarle a la gente viéndola a la cara y tratar de entender sus problemas y preocupaciones.
Aprendí, que toda la gente desarrolla una función que es importante en la actividad de cualquier dependencia de Gobierno. Que sin el trabajo de los intendentes, las oficinas lucirían sucias y abandonadas.
Las charlas mañaneras con buenos amigos, las voy a extrañar, como las cenas de los miércoles en el “Pour le France”.
Los eventos culturales en el “Vitto Alessio”, en el Paraninfo del Ateneo o en el Icocul, en donde pude tratar a personajes de las letras tan destacados como Carlos Fuentes, Ángeles Mestreta o Elena Poniatowska.
Los paseos por el viejo Saltillo, con sus empinadas calles. La vista de la torre de Catedral, desde el estacionamiento del “Tapanco”.
Todavía anoche, tuvimos, Jorge y yo, la oportunidad de cenar en ese riquísimo restaurante, antes de emprender el camino de regreso.
Y hoy por la mañana (viernes) desayunamos en el Pourla y nos reímos con Armando Sánchez y Jesús Cedillo, hasta que no dolió el estómago.
El regreso a la Universidad, estos últimos dos años, fue muy grato, porque torné a la academia rodeado de amigos y antiguos compañeros de trabajo. Primero con Jesús Ochoa y luego con Mario Alberto Ochoa, ambos excelentes amigos y jefes.
Extrañaré también mis clases en la Facultad de Jurisprudencia y a un buen número de alumnos a los que difícilmente podré volver a ver. Pero confío en que nos hemos de encontrar por los caminos del derecho.
Mi vida así, se fue desarrollando dividida entre dos grandes afectos: Torreón y Saltillo. De mi ciudad jamás me despegué aún con el riesgo que implicaban los ires y venires.
Hasta el velador de la cuadra en la cual vivía se hizo mi amigo y me procuraba cotidianamente. Buenas personas que nos manda Dios para que nos asistan.
En ese tiempo, hice amigos y perdí un par de ellos en ese camino. Dolorosa separación cuando hemos aprendido a quererlos. Pero no me rebelaba ante lo inevitable, antes al contrario, me alegraba de haber tenido el privilegio de conocerlos y tratarlos por un tiempo.
Se cierra un capítulo importante de mi vida. Pero, no pronunciaré un Adiós para Saltillo, sino un simple Hasta pronto. Porque siguiendo al general sólo diré: espero volver algún día.
Por lo demás, “Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano”.