La semana pasada se dio en Estados Unidos un caso más bien bizarro, con vueltas, rizos y cambios de dirección de lo más extraños. Y que, algo me dice, le dará abundante munición a quienes creen que este mundo se mueve en base a conspiraciones, encubiertas por los poderes fácticos del mismo… entre los que incluyen, por supuesto, al siniestro Gobierno cuya sede está en la Casa Blanca.
Quizá el lector recuerde que, pocos días después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, y cuando los güeros no terminaban de andar como chapulines en comal, una nueva amenaza vino a incrementar la paranoia generalizada. Y es que, en distintos puntos de la Unión Americana se detectaron cartas contaminadas con una versión atomizada de ántrax, un arma bacteriológica particularmente letal. Murieron 5 personas (incluyendo a dos empleados postales) y 17 más resultaron infectadas. Entre los objetivos estaban tabloides de supermercado, conductores de televisión y un par de senadores. De hecho, el Capitolio hubo de ser evacuado para su desinfección.
Por supuesto, eso le puso los pelos de punta a mucho del culto público norteamericano, que ahora tenía que preocuparse de que la muerte llegara por correo… y en un descuido, portando timbres con la efigie de Memín Pinguín.
Pero los envíos de cartas emponzoñadas cesaron tan pronto e inesperadamente como habían aparecido, y el asunto quedó en el olvido… para el público, pero no para el FBI, en el que recae la investigación de toda actividad terrorista local.
Los ahijados del travesti J. Edgar Hoover se centraron en una instalación del Gobierno encargada de crear armas biológicas y vacunas para las mismas. Y centraron su atención en dos científicos que trabajaban en esos menesteres.
A uno lo identificaron como sospechoso en 2002, aunque sin encausarlo. Así le arruinaron vida y carrera. Pero como allá los ciudadanos sí tienen derechos y pueden defenderse contra un Estado alevoso, éste demandó a la justicia norteamericana por daños y perjuicios. Hace unos meses, recibió una compensación de casi seis millones de dólares. En México lo meten a uno al bote dos años, sin juicio alguno, y cuando resulta inocente ni un “Disculpe usted” se lleva uno para la casa, a rehacer una vida destruida.
El otro sospechoso, Bruce Ivins, iba a ser arrestado el sábado pasado. El FBI creía que tenía un caso redondo en su contra. Pero el viernes, antes de que lo arrestaran, Ivins se suicidó. Al parecer la presión fue mucha para un hombre que, según papeles suministrados por el mismo FBI, sufría de graves problemas mentales.
Pero muerto Ivins, ya no habrá juicio. Y por tanto, muchos detalles permanecerán en la oscuridad. ¿Sería en realidad el terrorista? ¿Por qué se tardaron casi siete años en dar con él? Les digo: el caso promete ser un banquete para aquellos cuyo alimento consiste en teorías conspirativas. Habrá que estar pendientes de las versiones que saldrán sobre este extraño caso… y divertirse con ellas.