Los detalles, hasta el más mínimo, quedaron grabados en la memoria aquel infausto día para la humanidad, cuando la noticia corrió por las ondas hertzianas llenando de horror al mundo. Había sido herido por dos disparos cuando se desplazaba en una limousine descubierta. La comitiva de varias unidades automotores, aceleró la marcha hasta un hospital donde fue declarado muerto. Escenas imborrables. Todo pasó tan rápido como un suspiro. Era el día 22 de noviembre de 1963. En la casa de campo, donde me encontraba con unos amigos, no se tenía más medio de comunicación que el teléfono. Las novedades nos llegaban a cuentagotas. Detuvieron al sospechoso de haber disparado desde una ventana de un edificio frente al que desfilaba el séquito. No pasaron muchos días en que éste fue abatido de un disparo, cuando era conducido por un sótano escoltado por dos alguaciles. Aunque hubo varias especulaciones, quedó en el más absoluto de los misterios el porqué había sido el sacrificio. El presunto asesino utilizó un rifle de cerrojo para, con puntería asombrosa, atinarle en dos oportunidades a un blanco en movimiento.
El mundo se conmovió ante el hecho. Luego surgieron varias versiones. Que si la mafia, que si los cubanos, que si un complot dentro de su mismo equipo, para al final no saberse bien a bien, qué ocurrió; de menos, que fuera comprobable. Lo único que quedó claro es de lo que es capaz el ser humano para despacharse al otro mundo, sin el menor remordimiento, a un cristiano que simplemente le estorba. Ha pasado cerca de media centuria. Lo que me vino a la memoria en estos días cuando se celebra la convención demócrata en los Estados Unidos de América. Es en Denver, Colorado, ciudad donde cuatro personas fueron detenidas en una camioneta, una de ellas mujer, que estaban en posesión de dos rifles de alto calibre, con mirillas telescópicas, declarando a la Policía que iban a matar a Obama desde un punto elevado utilizando un rifle, a una distancia de 685 metros. En el vehículo se hallaron armas, drogas, radios, chaleco antibalas, matrículas y licencias de conducir, con ropas de camuflaje. Lo harían el jueves, cuando se decía que el senador demócrata tenía previsto aceptar la candidatura de su partido a la Presidencia de los Estados Unidos.
Las argucias de quienes aun pensaban que podrían descarrilar la locomotora que conduce a la Casa Blanca, no dieron el resultado apetecido. Al inicio de la convención demócrata se pretendía que las delegaciones nominaran un candidato que se escogiera de entre todos los inscritos en la misma asamblea sin importar las votaciones anteriores que favorecían a Barack Obama. La que vino a destruir, lo que se podría denominar una conspiración electoral fue su poderosa rival en las primarias, la senadora Hillary Rodham Clinton, quien sin ningún empacho, demostrando grandeza en su fracaso o quizá por que estaba a punto de sufrir otro descalabro, propuso se eligiera a Barack por aclamación. Lo que surtió los efectos de una declaración que oficializó la candidatura. Los que esperaban que el gozo se fuera al pozo, en esta vez, se vieron chasqueados. Los sueños, en ocasiones, se vuelven una realidad. Si los dioses del destino no deciden otra cosa, Barack Obama, poniendo una mano en la Biblia y la otra, doblado el brazo, mostrando la palma, jurará el cargo de Presidente de los Estados Unidos de América.
El relato que aquí se contiene no tiene otro origen que el de dejar en claro que fuerzas del mal estarán presentes tratando de intervenir malévolamente en el anunciado proceso de elección. Es, en tal caso, el nuestro, un llamado de alerta. Ahora o más tarde, tendrán a Barack en la mira, eso piensan. Hagamos cuentas de cuántas veces estará en mítines, expuesto a los vientos de los cuatro puntos cardinales. Esto lógicamente cabe desprenderlo de que hayan capturado a personas que presuntamente atentarían en contra del senador que pretende despachar en la Sala Oval, aunque la Policía haya considerado que los detenidos no representaban una amenaza creíble. En fin, son muchos los que no desean a un afroamericano al frente de la nación. Allá sí que se puede decir que los demonios andan sueltos y son un titipuchal.