En este planeta hay ciertos lugares que, por sus características, fama o simple disponibilidad, son escogidos para realizar todo tipo de hazañas e imponer records de cualquier clase.
Hay unos muy obvios: el Monte Everest, por ejemplo, es en sí mismo un récord, y por tanto muy propicio para aparecer en varios apartados del Libro Guiness. Así, hay records para quien lo ha subido más rápido, más veces, sin usar oxígeno suplementario y hasta el primero en alcanzar la cumbre con prótesis en uno de sus miembros.
Pero hay otros sitios que se prestan de manera no tan evidente para la conquista de nuevas marcas; y sin embargo son muy favorecidos por los audaces ociosos que intentan formas novedosas de hacer lo que nunca se ha hecho antes… a veces, por muy buenas razones.
Uno de esos sitios frecuentados para imponer records es el Estrecho de Dover (o de Calais, si uno le hace caso a los irreductibles galos), la franja de mar que separa a Gran Bretaña del continente europeo en la parte más angosta del Canal de la Mancha. De un extremo a otro son poco menos de treinta kilómetros. De hecho, en un día claro, desde el puerto francés de Calais uno puede ver los acantilados blancos de Dover, al otro lado.
Cruzar el Canal en ese punto se ha prestado para todo tipo de records. Los más obvios tienen que ver con la natación: así, el Canal ha sido cruzado a nado de todas las formas habidas y por haber (de a muertito, de dorso, ida y vuelta…).
Asimismo, uno de los primeros records de la aviación tuvo lugar ahí hace 99 años, cuando Louis Bleriot fue el primero en cruzar el Estrecho en avión.
Pues bien, siguiendo la misma ruta, el aventurero suizo Yves Rossy, cruzó el Canal… impulsado por cohetes. Sin aeroplano, ala delta ni nada. Él solito. Rossy se lanzó de un avión, y en plena caída encendió cuatro reactores adosados a su espalda y a unas alas de resina. Así voló en 15 minutos de suelo (o bueno, aire) francés a la campiña inglesa, en donde aterrizó grácilmente luego de abrir su paracaídas.
Por supuesto, la hazaña tiene su mérito. Algo por el estilo ha intentado el Coyote unas ciento ochenta veces para atrapar al Correcaminos, y siempre ha resultado, como mínimo, chamuscado. A lo mejor los cohetes de Rossy no eran marca Acme.
Aunque también alguien podría hacer notar lo ocioso de todo el ejercicio. ¿Para qué hacer algo así, que no tiene ninguna utilidad?
Bueno, el espíritu humano tiene una respuesta para eso: porque se puede. Mejor dicho: porque al señor Rossy le dio la gana de probar que se podía. ¿No está de acuerdo, amigo lector?