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Una cita perdida

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RENÉ DELGADO

Desatender una cita fijada con 100 o 200 años de antelación es inconcebible. Pues bien, el país llegará tarde a ese compromiso.

El desprecio, desdén o manifiesto desinterés de la Administración calderonista por el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución obliga a pensar que el panismo trae algún problema con el pasado... y, por consecuencia, con el presente y el futuro.

A menos de dos años de tener la oportunidad de aprovechar aquellos movimientos sociales para revisar qué fuimos, qué somos y qué podemos ser y, así, replantear el proyecto de nación –que, de pronto, es la sombra de un fantasma– y realizar una obra pública memorable, reflejo de alguna de nuestras grandes aspiraciones, la Administración federal mira con indiferencia ambas efemérides.

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El desfile de cinco coordinadores de la Comisión Conmemorativa resume el desinterés con que se quiere recordar y proyectar aquellos dos grandes movimientos populares.

En esa coordinación estuvo apenas cinco meses, en 2006, Cuauhtémoc Cárdenas. Sin conocer el concepto que Vicente Fox tenía de la biconmemoración, el apellido Cárdenas permitía suponer que el acento estaría puesto en la idea de la revolución hecha Gobierno así como en la democratización del régimen que emanó de ella: el surgimiento del Estado y su democratización como pivotes.

No faltó, sin embargo, una consideración terrible. El nombramiento nada tenía que ver con la noción del Estado frente a su historia, era una jugada propia del foxismo para abrirle un frente a Andrés Manuel López Obrador que, por esos tiempos, desarrollaba su campaña presidencial y luego su movimiento post electoral. Lo que haya sido, Cárdenas se fue sin decir por qué aceptó ni por qué renunció.

A Fox no le interesaba ni el pasado ni el futuro, sino la oportunidad de dar un golpe bajo.

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Llegó, entonces, Felipe Calderón a la Presidencia de la República y, en marzo de 2007, designó a Sergio Vela como coordinador, siendo que el funcionario ni siquiera podía con el Conaculta. Por el perfil de Vela pudo creerse que el acento conmemorativo estaría en las expresiones culturales con derivaciones históricas y educativas. En paralelo, sin embargo, se encargó al presidente de la Fundación Teletón, Fernando Landeros, coordinar los trabajos. La presencia de Landeros dejaba suponer que la biconmemoración tendría por ejes la solidaridad y la participación ciudadana, con una idea de misión de por medio. Aquello, sin embargo, tampoco perduró.

En septiembre del año pasado llegó Rafael Tovar y de Teresa a encabezar los trabajos. La experiencia en el armado de actividades culturales parecía indicar que se apostaba a asegurar, simple y llanamente, la organización del acto. Ese pragmatismo apenas duró un año. El 25 de octubre pasado, Tovar y de Teresa se fue sin decir por qué, aunque se sabe que el funcionario careció del respaldo presidencial.

Ahora, de manera provisional, al frente de la Comisión Conmemorativa está José Manuel Villalpando, el director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México. ¿Cuál es la temporalidad de lo provisional? Quién sabe, en la actual Administración lo provisional tiene ribetes de eternidad.

Curiosamente, no todos los coordinadores han sido presentados con la formalidad que exige el tamaño de la encomienda. Vale mencionar esto porque un coordinador extraoficial ha sido Bernardo de la Garza, aquel candidato verde presidencial que compitió para declinar.

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Si el solo número de coordinadores revela el desinterés por el Bicentenario de la Independencia y el Centenario la Revolución, la noción o el concepto oficial que de esos movimientos tiene el Gobierno constituirá, probablemente, uno de los grandes enigmas mexicanos del tercer milenio. A la conmemoración a veces se le da un carácter histórico, a veces uno cultural, a veces uno político, a veces cívico, a veces uno combinado, pero lo notorio es el desinterés por ella. En el equipo cercano del presidente Calderón el asunto no preocupa mayor cosa, aseguran que todo va bien y que el resultado será mejor.

Puede ser que así sea, si todo se reduce a pegar placas alusivas a cuanta obra pública se preste y a echar fuegos de artificio, es posible que efectivamente todo vaya sobre ruedas. Será cosa de inventariar qué obras son susceptibles de recibir esas placas, qué magno evento se puede organizar en torno a El Grito y El Día de la Revolución en el 2010 y, desde luego, fortalecer la insustituible campaña de spots.

Eso supondría desde luego que, en el concepto oficial, la doble conmemoración no constituye una oportunidad para reflexionar sobre el pasado, proyectar el futuro y tentar la idea de nación, simbolizando el ejercicio con una obra pública o social verdaderamente memorable. Eso en el mejor de los casos, en el peor: el desinterés expresa la contradicción de festejar aquello para lo cual no surgió, en su expresión moderna, la fuerza política hoy en el Gobierno.

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Contrasta el desinterés federal con la experiencia chilena y, sin ir más allá de las fronteras, con la del Gobierno de la capital de la República.

En Chile, allá por el 2000, 10 años antes de la cita con la historia, el entonces presidente Ricardo Lagos instaló la Comisión Bicentenario y se responsabilizó de la coordinación de los trabajos a los ministros del Interior y de Cultura. En 7 mil millones de dólares se estima el presupuesto asignado a la conmemoración que tiene por concepto la idea de comunicar al país hacia dentro y hacia fuera. Sus ejes son tres: “el cemento (las obras), las ideas (la reflexión) y las personas (participación ciudadana)”. Cambió el Gobierno, no el objetivo y se reconoció la conmemoración como un asunto de Estado.

En el Distrito Federal, Marcelo Ebrard designó al historiador y poeta Enrique Márquez como el coordinador de las conmemoraciones y éste, rápidamente, elaboró el concepto, diseñó y programó actividades, articula las dependencias participantes y su trabajo comienza a rendir frutos. En lo que quiere ser la capital de la nación y no sólo de la República se mira el Centenario y el Bicentenario no como una celebración, sino como oportunidad de reflexión y replanteamiento. Y ahí va Márquez con mucha imaginación y creatividad desarrollando proyectos donde los personajes no son necesariamente las figuras consagradas, sino los jóvenes que a fin de cuentas tienen el futuro por patrimonio y que, por la obra pública desplegada, tendrá en su momento ocasión de recordar la conmemoración.

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Ya es tarde para mirar con visión de Estado al Bicentenario de la Independencia y al Centenario de la Revolución. Sin interés, concepto, planeación ni coordinación por parte del Gobierno Federal, el país faltará a su cita con la historia. Se perdió la oportunidad, quizá, de plantear la reconciliación con una fiesta donde, más allá de la celebración, se diera espacio a la reflexión y a explorar qué queremos ser.

¡Vaya problema el del panismo en el Gobierno con la historia... y, por consecuencia, con el futuro!

Correo electrónico: sobreaviso@latinmail.com

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