Nuestra Constitución cumple el lunes un aniversario más de su promulgación. Se podría pensar que es ya una anciana, mas sin embargo, es en realidad una muchachona a la que no le han dado tiempo de vivir plenamente.
En una ocasión escuché al maestro Ignacio Burgoa (q.e.p.d.), decir que don Venustiano Carranza, padre de la actual Constitución, “era su suegro”, porque él (Burgoa) amaba la Constitución como a una novia.
La había amado desde su juventud y aún ahora, ya mayor, seguía tratando de seducirla, enamorarla y al mismo tiempo protegerla contra aquellos que pretendían desplazarla.
Don Ignacio tenía razón, no hemos dado tiempo ni margen para que la Constitución apere plenamente en nuestro país.
Ni siquiera podemos afirmar que la mayoría del pueblo la conocía cuando entró en vigor, porque jamás se le sometió a un proceso de aceptación o rechazo popular. Por eso se habla de la convalecencia de la Constitución, pues faltó esa fase del proceso de creación.
Poco a poco y por el solo hecho de su aplicación, fue consolidándose y adquiriendo total vigencia, pues el pueblo la fue acatando y respetando su normatividad.
Cierto es que muchas de sus instituciones venían ya operando desde antes, pues existían en la Constitución del 57, pero otras más eran grandes novedades, resultado de las aspiraciones que llevaron a muchos a luchar durante la revolución.
Los derechos agrarios y laborales, fueron una gran novedad para el constitucionalismo de su tiempo.
La incorporación de esos derechos, fue el resultado de las ideas liberales que campearon en el Constituyente de Querétaro. Encendidos discursos apoyaron esas ideas que lograron imponerse sobre moderados y eclécticos.
No tanto como la de 57, pero la de 17 fue un documento ejemplar que logró convertirse en la piedra angular del nuevo Estado de Derecho.
Por tanto, la supremacía constitucional impera ahora sin cuestionamiento alguno, por lo que su pretendida reforma integral, es una peregrina idea de aquellos que quieren foro y gustan del protagonismo excesivo.
La Constitución opera y opera bien. Ni siquiera podemos considerar la critica común de que ha recibido demasiadas reformas, porque su estructura es la de una constitución flexible, en la medida que ella misma dispone la forma en que puede ser adecuada a los requerimientos de cada época.
¿Que ha recibido casi 500 modificaciones durante su vigencia?, a diferencia, por ejemplo, de la norteamericana que sólo reporta 28 enmiendas en más de doscientos años. Es cierto, pero también lo es que las resoluciones de la Corte de ese país, todos los días cambian la ley y en eso pocos reparan. Por eso no requiere tantas enmiendas y modificaciones.
Hay principios que desde el punto de vista teórico nunca debieron ser tocados, como el ejido, y sin embargo lo hicieron, con las consecuencias bien conocidas.
Las tierras han vuelto a concentrarse en unas cuantas manos y los campesinos están ahora sin tierra y sin dinero.
En cambio seguimos aferrados inflexiblemente a la no-modificación del capítulo energético, a sabiendas de que el petróleo no se come.
Y ahí andan viendo la forma de sacarle la vuelta a la prohibición constitucional, para hacer contratos sobre la explotación del gas natural.
Lo que debemos adecuar no lo adecuamos y modificamos lo que no se debería modificar.
Porque por el reparto de tierras lucharon los campesinos y ofrendaron muchas de sus vidas en aras de ese ideal y sin embargo, llegado el caso, les fueron arrebatadas las tierras mediante una simple reforma de coyuntura.
La Constitución está bien. Los que estamos mal somos nosotros que no la respetamos y andamos buscando la forma de sacarle la vuelta.
No es una anciana decrépita. Es una doncella que aún tiene mucho que dar a condición de que la dejemos operar.
Por lo demás, “Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano”.
