Aunque Ripley lo dude, en Europa hay un deporte todavía más popular y extendido que el futbol. Ese deporte es quejarse de todo lo que emane de la Unión Europea, culpando a los burócratas de Bruselas (donde están basadas muchas de las instituciones comunitarias) de cuanta cosa ocurre, y en casi cualquier ámbito.
Y no se crean que los lloriqueos son algo reciente ni mucho menos. Recuerdo que hace ya sus añitos, estando un servidor en Granada, me extrañaba sobremanera lo airado de las quejas de los andaluces ante lo que ellos consideraban era una intolerable intromisión de “los de Maastricht” en lo relacionado a la producción… ¡de aceitunas! Oyéndolos discutir el asunto, pareciera que se venía contra los olivares una invasión alienígena o una plaga de langostas orquestadas por los euroburócratas. Y no, nunca entendí bien a bien de qué rayos se quejaban.
Lo mismo ocurre con distintos productores en prácticamente los 27 países que conforman la Unión Europea. Generalmente el asunto contencioso tiene que ver con los subsidios, cómo éstos afectan a ciertas ramas de la producción, y la manera en que las políticas decididas en un escritorio de Bruselas definen la forma de vida en granjas, establos y fábricas.
Quienes se sienten agredidos han ideado mil y una formas de protestar y hacerle manita de puerco a los que se visten con traje y corbata y dicen saber qué es lo mejor para la Nueva Europa. Cuando algo no les gusta a los agricultores franceses, por ejemplo, éstos se complacen en bloquear los Campos Elíseos con sus tractores. Más extremistas son los pescadores galos, que si se enojan son capaces de arrojar toneladas de pescado a las puertas del Palacio Presidencial del Elíseo… y no se crean que se trata de marisco muy fresco…
Por ahí anda la protesta de lecheros alemanes y de Luxemburgo en contra de la decisión paneuropea de bajar los precios de la leche. Los productores de lácteos dicen que eso los va a arruinar y procedieron a mostrar su descontento… enviando sus productos a la comisionada de Agricultura y Ganadería de la Unión Europea. Sus oficinas se han visto inundadas por paquetes de leche, quesos y yogures enviados por correo y mensajería. Y claro, los envíos no van refrigerados, lo que ha ocasionado que algunos paquetes sencillamente estallen de lo podridos que están. Ya se imaginarán cómo huelen esas oficinas.
El caso es que ninguna de las dos partes quiere dar su brazo a torcer. Así que habrá que esperar a ver (u oler) qué nuevas medidas pestilentes se les ocurren a los granjeros teutones. La verdad, tengo un par de ideas… pero mejor no las comparto, por respeto a los lectores de poco aguante.