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Una industria floreciente

Adela Celorio

Fue necesario talar buena parte del bosque para levantar un pequeño fraccionamiento alejado del mundanal trajín de la ciudad. Al menos ésa era la idea cuando comenzamos a construir ahí lo que sería nuestro hogar.

Sueños guajiros porque la tranquilidad duró bien poco. Con la inmediatez con la que todo sucede en esta ciudad, se talaron más árboles, se construyeron otros fraccionamientos, y en unos cuantos años, nuestro exbosque estuvo sobrepoblado.

Tuvimos vecinos, autos y asaltos. Cundió la alarma y con el propósito de protegernos, se fundó la Asociación de Colonos. Una vez organizados, exigimos seguridad al delegado en turno. Por supuesto no nos la dio.

Continuaron los asaltos y sólo cuando lamentamos los primeros secuestros, asumimos la incapacidad del Gobierno para darnos protección y contratamos los servicios de la Policía Auxiliar, cuyo altísimo costo recayó en nuestros bolsillos.

El siguiente paso fue cerrar el fraccionamiento y restringir la circulación. Los fraccionamientos vecinos hicieron lo mismo y ahora la ciudad está formada por pequeños guetos. Fue así como los ciudadanos acabamos viviendo tras las rejas y a merced de uniformados que conocen las rutinas de cada familia, saben quiénes habitan cada casa, los autos que usamos, los eventos que realizamos y los amigos que nos visitan, quienes para acceder al fraccionamiento deben identificarse y entregar credencial con fotografía.

Como quien dice les pagamos por la exhaustiva labor de espionaje a la que nos someten, mientras nosotros nada sabemos de quienes están a cargo de nuestra protección.

La impúdica exposición que hacen los medios subrayando siempre el botín (cantidades inimaginables para el ciudadano común) obtenido por los delincuentes en todas sus modalidades, la mención de los precios en mercado de la droga que decomisan (misma que nunca sabemos dónde va a parar) despierta fácilmente la codicia, especialmente de quienes cuentan con armas e información privilegiada que nosotros mismos les proveemos, expandiendo cada vez más la espiral de la delincuencia, de tal manera que hoy, toda institución, empresa o comercio que se respete, debe contratar vigilancia privada para custodiar sus puertas.

Hoy, quienes vivimos de nuestro trabajo, estamos tratando de reducir gastos para enfrentar la crítica situación económica que empieza a afectarnos, sin embargo, en el rubro de seguridad nadie escatima, buena parte de nuestro presupuesto se va en alarmas, puertas automáticas, bardas electrificadas, blindaje de autos, localización satelital, y para los ricotes, chips anti-secuestro.

Como verán, la seguridad es el negocio más floreciente en esta capital, y la demanda de policías es tanta, que cualquier güey que no sabe hacer nada puede aspirar al uniforme.

Ahora que en caso de no pasar la prueba de selección, todavía puede hacerla de diputado. Está claro que nuestra Policía tiene la misma capacidad de reacción que una torta de tamal: o no están donde deben o llegan demasiado tarde o simplemente no aparecen, y cuando aparecen, con alevosía, ventaja y armados, aprovechan para su lucimiento operativos como el de la discoteca “New’s Divine”.

Menos mal que ahora ya podremos dormir tranquilos sabiendo que nuestro presidente ha integrado un Consejo de Seguridad suscrito por personajes tan ejemplares como el precioso Marín, Montiel, Ulises Ruiz, Romero Deschamps y la impoluta señora Gordillo; por nombrar únicamente a los más notables.

Siempre he dicho que cuando las cosas van mal, aún pueden empeorar.

adelace2@prodigy.net.mx

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