A lo largo de los últimos dos siglos, Europa ha seguido un proceso de secularización impresionante. Lo religioso se ha ido alejando cada vez más de la vida cotidiana de la población, de manera tal que hay países en que los templos se ven semivacíos, y los fieles suelen ser más bien veteranos.
Y no sólo eso: lo que podríamos llamar el ambiente social se ha ido apartando de lo que, durante generaciones, era lo moralmente aceptado… y que lo era, en gran medida, porque las diferentes denominaciones religiosas estaban de acuerdo en ciertas prohibiciones y restricciones. Ahora que lo religioso tiene un peso paulatinamente menos importante, se han desatado fuerzas que antes habían permanecido ocultas o silenciosas.
Una de esas fuerzas la constituye el empuje por permitir la muerte asistida a aquellas personas que, por una diversidad de razones, quieren terminar con su vida. De manera tal que lo que equivocadamente se da en llamar eutanasia ha alcanzado rango legal en varios países europeos. Siendo un tema tan espinoso, también hay otros, la mayoría, que se niegan a dar el paso de permitir que una persona ayude a otra, por mucho que esté sufriendo, a pasar a mejor vida.
Uno de esos países en que ayudar al suicidio de un tercero está penado es Alemania. Médicos y legos pueden ir a dar a la cárcel si auxilian de alguna forma a un suicida. Por ello, lo que hacen muchos enfermos terminales germanos es viajar a Suiza, donde el suicidio asistido (pero con reglas suizas, ojo) está legalmente aceptado. El fenómeno ha alcanzado tales dimensiones que se habla de un turismo sin boleto de regreso.
Por ello, un emprendedor político de Hamburgo llamado Robert Kursch anunció que pondrá a la disposición de quien se lo pida una máquina que simplifica el pasar a mejor vida. Kursch rediseñó el dispositivo que usualmente se utiliza para aplicar la pena capital por inyección de potasio sódico: ahora la ingesta de las sustancias matadoras la puede regular el recipiente de las mismas. Cuestión de apretar un botón que el señor Kursch le integró al aparato. Y así el ansioso de partir de este Valle de Lágrimas se ahorra el viaje a Suiza. Y lo tediosos que pueden ser los suizos, lo que sea de cada quién.
El anuncio del señor Kursch fue mal recibido por amplios sectores de la sociedad alemana. Muchos consideraron que, teniendo los antecedentes que tiene, Kursch sólo buscaba publicidad. Otros, que al poner un dispositivo de ese tipo al alcance del público en general, se estimulaba la temprana partida de personas con problemas mentales, que no están gravemente enfermas, o que sencillamente están aburridas de vivir en la abundancia… como suele ocurrir en las sociedades europeas contemporáneas.
Total, que la muy próspera Europa sigue dando muestras de que ha perdido la brújula moral… o si no la brújula, sí el norte.