Hay ya un dictamen sobre las causas que generaron el desplome del avión en que viajaban Juan Camilo Mouriño, José Luis Santiago Vasconcelos y ocho personas más. Se trató de un error de pilotaje. Ya se esperaba ese resultado. A esa conclusión habían llegado las autoridades. He estado escuchando en los medios que los pilotos carecían de pericia para conducir una nave de las características del LearJet 45. El piloto y el copiloto murieron a consecuencia de la caída y explosión en tierra de la aeronave. No hay nada más que decir. Excepto que en realidad, si es que estaban buscando un chivo expiatorio, encontraron dos, que nada podrán alegar en su defensa por que ambos están rindiendo cuentas al Señor. Los investigadores le pintaron un violín al presidente Felipe Calderón Hinojosa quien había dicho, en los funerales de su amigo y colaborador, que: “Soy el primer interesado en que se esclarezcan las causas de estos hechos”, decirle que fueron los pilotos, los que con su lenidad provocaron el desastre, no dilucida el asunto si no que lo enmaraña más.
En efecto, se dice 1° que no guardaron la distancia debida con una nave aérea que les precedía, ni cuando se les ordenó disminuyeron la velocidad, 2° que el controlador de tránsito aéreo en el aeropuerto de San Luis Potosí catalogó al avión de tamaño diferente provocando que la turbulencia lo afectara. “Un mosquito detrás de un ventilador” comentó un piloto en tierra, 3° esto es, la estela de turbulencia, de un avión que iba adelante, pudo causar que los pilotos perdieran el control del avión y se desplomara, 4° que el controlador nunca solicitó fuerte y claro que bajara su velocidad, 5° que el controlador solicitó al LJ 45 que redujera su velocidad a 180 nudos, lo que los pilotos hicieron hasta un minuto y medio después, 6° el controlador de aproximación pidió al LJ45 contactar con la frecuencia de la Torre de Control del Aeropuerto no recibiendo respuesta, 7° cabe suponer que, para esos momentos, el avión había caído.
El secretario de comunicaciones, la noche del desastre aéreo, dejó asentado que para él se trató de un accidente. El embajador de Estados Unidos en México, Tony Garza declaró días después, antes de estar listos los peritajes, que se dieron a conocer al día siguiente, en un sentido coincidente con Luis Téllez Kuenzler, diciendo enfático que se trató de un accidente. Lo que en vez de despejar una incógnita produjo la pregunta de ¿por qué tanta prisa en opinar en un asunto, que no era del resorte de su trabajo como diplomático? Según él no hubo otra causa que no fuera un fortuito percance, en una información en la que nada tenía que ver pues sus funciones de embajador no lo autorizan para especular. ¿Consideró inútil esperar los resultados de los peritajes que aún se estaban realizando? Lo peor es que ambos con sus desatinadas conclusiones sembraron de dudas el evento que de casual pasó a ser, probablemente, maquinado, ¿si no, por qué ese empeño en esclarecer un hecho a base de declaraciones temerarias?
Entendemos que si el Gobierno culpa a los fabricantes del aparato o a la factoría que estaba encargado del mantenimiento de la aeronave o a los controladores, podría dar lugar a una respuesta de éstos que podrían sacar a la luz pública las verdaderas causas de lo ocurrido, (si es que alguien lo sabe), pues en caso contrario se verían obligadas a indemnizar con sumas millonarias a los familiares de los que perecieron, además del perjuicio que sufriría en su fama como empresa que fabrica las aeronaves, lo que no acaece si los pilotos fueron los culpables, en qué se podría demandar a sus patrones que sería la Secretaría de Gobernación, con la aplicación de las consiguientes reglas que rigen en este país, donde los montos de indemnización no son iguales que en el extranjero, siempre y cuando, en este último caso, se lograra que las compañías aseguradoras accedieran a pagar. La pregunta que estaría en el aire es ¿quiénes contrataron a los pilotos? Y ya subidos en el carro de las demandas judiciales se podría recurrir a la teoría del riesgo creado, para demandar a los dueños del aparato en colisión en que no importa si hubo o no negligencia de los operadores, bastando que se pusieran en marcha las turbinas para que se incurriera en una responsabilidad civil. En fin, después de todo, es una papa caliente que nadie quiere tomar en sus manos.