Desde que me fue otorgada la vida he escuchado del asunto, la función periodística con todo lo que representa, fue la actividad que a mi padre le permitió mantener y formar a su familia, yo incluido.
El tiempo y la fortuna me permitieron ingresar al universo de las letras en papel, del papel cotidiano; que me permitiera además de gozar de muchas cosas, adentrarme en materia de injusticia en este México.
Así transcurrió mi infancia y juventud temprana, ciertamente tuve la bendición (desde mi particular credo) de contar con papá guía y madre hacendosa, que desde ahí y hasta ahora hoy vivo y profeso.
El respeto absoluto de la particularidad humana, así como el derecho de libre albedrío, son componentes inseparables de mi convicción personal, por ello me jacto de disfrutar y sentirme parte del mundo de los medios; particularmente de los escritos.
En mil novecientos noventa y cuatro, comencé en juveniles años en la escuela que cualquier periodista de cepa debe contener, la práctica en las propias mesas de redacción; sin menosprecio alguno de la importancia que significa la academia, cada vez más competitiva, cada vez más significante.
Recuerdo entonces como hoy, marchar en cuestiones formativas en cualquier sentido (desde que nací), de la mano de Don Antonio Irazoqui, mi progenitor y así mi papá me mostraba apenas cosas del inmenso cúmulo de experiencia que él tiene.
Un día, allá por 1995-96 fui a Saltillo, capital del estado al que políticamente pertenece la ciudad que me recibió en este valle de lágrimas: Torreón, donde sucedió el encuentro. La comida la agendaron en el tradicional restaurante coahuilense La Canasta, cuyo origen olvido, aunque exista una placa de bronce en su entrada, no así su arroz huérfano, famoso por doquier. A aquella cita asistimos mi señor padre y un servidor, acompañado de algún funcionario de El Siglo de Torreón que hoy, acuso, se me escapa su nombre, no así el del invitado: Don Roberto Orozco Melo.
La conversación de aquella ocasión, obvio, se centró en los adultos de más categoría de la mesa y obviamente mi satisfacción se remitía a escuchar. Entonces ocurrió el momento de intercambiar apenas algunas palabras con el licenciado Orozco –apelativo que asimismo, por su desempeño profesional, en el apartado de Antes de Empezar de su último libro, motivo de este intento de artículo, se autocuestiona el propio Don Roberto- en medio de la rica conversación que se mantenía entonces: “Don Roberto –le dije- cada vez que leo sus artículos, necesito un diccionario para entender la riqueza y precisión del lenguaje”. Beto, como le llaman sus amigos y que me atrevo a escribirlo, me dio una respuesta que acusaba principalmente modestia exagerada.
Ya más de una década completa ha pasado desde que tuve la oportunidad de aquel encuentro y hace apenas pocas semanas recibí en mi escritorio un ejemplar de UNO es lo SUYO.
Ocupaciones diversas o torpe descuido incidieron en que pasaran días en lo que apenas escudriñara hojas de tan preciado texto. Apenas anteayer un viaje me permitió embolsar en mi equipaje el libro y ¡oh sorpresa la mía! Don Roberto me había escrito algunas letras: “Para Enrique Irazoqui Morales, vecino de página y cordial amigo”, signa Roberto Orozco Melo y cita Torreón en 2008.
Cuán sorpresa la mía. Un maestro, un guía, me había personalizado su texto. Pero hubo una sorpresa más. Un cansado vuelo de avión, de ésos de regreso de la capital del país a nuestra provincia, me permitió disfrutar, aunque no por completo, de UNO es lo SUYO, que compendia muchos de los artículos que Don Roberto ha publicado en su prolífica vida de periodista y desde más de diez años después, la prosa de Orozco Melo, aplicada en quehacer de diarista, me permitió de gozar, además de sus artículos de calidad, hoy historia, de verdaderas cátedras de redacción, amplitud mayor a mi capacidad de la lengua de Cervantes, así como una riqueza conceptual, que dentro del avión me hacían clamar por un diccionario.
Gracias Don Roberto, poco he tenido la oportunidad, pero vale la pena el festejo, que un distinguido coahuilense en Saltillo, -aunque oriundo de Parras de la Fuente- nos permite apenas en un palmo de narices, tener la dicha de tener tan destacado maestro.
eirazoqui@elsiglodetorreon.com.mx