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Vacaciones con vampiros

Adela Celorio

“¿Si vas a Acapulco en el puente, puedes invitar a los chiquitos? Preguntan mis niños, y yo acepto encantada ¡faltaba más! En mi personalidad de “mater admirabilis”, soy pura paciencia y ternurita, y en mi loca fantasía, doy por hecho que todo será cosa de saltar olas y caminar con los chiquitos en la playa, de comer chupifritos frente a la tele mirando las aventuras de Pinocho; y de quedarnos dormidos por la noche con un libro de cuentos entre las manos. ¡HO! ¡HO! ¡HO! (Risa de Santa Clós cuando en Navidad, lee las cartas de los niños pobres o recuerda a los lobos que se almuerzan a las abuelas).

Apenas empezábamos a acomodarnos en la casa que no es casa porque es un departamento -blanco, ordenado, y en épocas de paz, silencioso- cuando empezó el bombardeo: “Tengo sed, quiero agua”, pide uno. “¿Me prestas tu secadora?” pide otra. “Hay que prender el boiler porque me voy a bañar”, apremia la tercera, envuelta ya en la toalla. “La tele no funciona”, reclama el pequeñín a quien le urge poner sus videojuegos. “Guácala, Roco (mi perro loco) ya se hizo en la sala; me avisan divertidos los muy…

“Señora, los que vinieron a instalar el nuevo lavavajillas querían treinta pesos por cada piso y como estamos en el piso catorce, les dije que era mucho; y que agarran y que se van” me avisa el conserje, y el Querubín: “¿trajiste mi libro? ¿cuál libro? pues el que estaba leyendo. ¡NOOO!, no lo traje”.

Y sin saber a lo que se expone, insiste con su refinada sensibilidad masculina- “mira, no te quiero presionar, pero ¿más o menos a qué hora crees que podamos cenar? Respiro profundo y respondo con suave voz y sonrisa diabólica: “¿Qué crees? olvidé tu libro, la comida, la bebida, la ropa, y me tengo que regresar en este preciso momento”.

Pero justo ahí, aparece mi parte masoca y me quedo para seguir disfrutando a lo grande. “Queremos ir al “Shopping Village” exigieron los vampiros, quienes a su corta edad conocen lugares tan inimaginables como el suntuoso centro comercial que apareció en la lujosa zona de “Acapulco Diamante” de manera tan sorpresiva para mí, como si lo hubiera dejado Santa Clós la noche anterior.

Absolutamente primermundista, el centro comercial alberga sólo tiendas de superlujo, suntuosas joyerías y sofisticados restaurantes. Se encuentra al centro de un complejo de condominios espectacularmente caros, ideales para la brutal recesión que tenemos pronosticada, y apenitas lo justo para satisfacer a lo más cutre (palabra vulgar de uso en España y que no sé bien lo que significa, pero la uso porque no encuentro ninguna más fea) de nuestra sociedad, como por ejemplo los cachorros de la revolución: la abundante prole de Alemancitos, los siempre presentes Zedillines, los Salinitas, y no ha de faltar que Maude Versini se deje venir de París para darse una vuelta por ahí con sus tres Montielitos, más los que se vayan acumulando.

Después de los efectos especiales de Acapulco surrealista, volver a nuestro Acapulco de siempre es volver a una realidad que parece deslucida y pobretona, aunque el regreso a esta capital fue más triste aún, porque los perredistas todavía estaban aquí, dispuestos a seguir partiéndosela a su partido, al país y a todo lo que se mueva; mientras McCain y Obama, a sólo trece días de la campaña campal que sostuvieron por la Presidencia de USA, sonrientes y amistosos dieron otra espléndida lección de democracia al hacer el siguiente comunicado conjunto: “Creemos que los estadounidenses de todos los partidos quieren y necesitan que sus líderes estén juntos, de modo que podamos solucionar los desafíos comunes y urgentes de nuestro tiempo”.

La envidia me corroe.

adelace2@prodigy.net.mx

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