El arsénico, como otros muchos elementos en la modernidad, se ha popularizado para llegar a todo público. Antes, este componente químico, era utilizado sólo por grandes personajes de la Corte, en intrigas políticas de sucesión por los reinos. De hecho, así se le llamaba: “polvo de sucesión”.
En nuestra región no hay reyes ni ducados, pero eso sí, el arsénico está presente en los municipios de Torreón, Gómez Palacio, Lerdo, San Pedro, entre otros, y por lo menos, desde los años sesenta, se ha documentado su existencia y toxicología. La ración que tomamos diariamente no es tan fuerte como para amanecer muerto de un día para el otro, pero el arsénico es de temer.
Sabemos que el arsénico se asocia a enfermedades como el cáncer en la piel, de pulmón, hígado y vejiga; vasculopatías periféricas, como el padecimiento del pie negro, en el que hay una pérdida progresiva de la circulación en las extremidades y que puede finalizar en gangrena seca. Ésta eventualmente conlleva la amputación del miembro.
Precisamente, hace unos cinco o seis años un grupo de alumnos de Comunicación de la UIA me invitaron a presenciar un documental que habían realizado para una de sus materias. En el material aparecían varias personas entrevistadas por problemas de arsénico, habitantes de un pequeño ejido llamado Horizonte, en Durango. Las imágenes eran terroríficas: hombres y mujeres en sillas de ruedas, mutilados de piernas y brazos, sólo por beber agua de un pozo perforado a una gran profundidad. Sólo hasta que empecemos a ver escenas como éstas en nuestra ciudad, en nuestras familias, exigiremos planes y programas de salud ambientales a largo plazo.
Torreón, la Comarca o la Región Lagunera aparecen frecuentemente en una infinidad de estudios sobre arsénico por parte de la comunidad científica, pero sus resultados han sido apenas tomados en cuenta. Algunos advirtieron lo que hace unas semanas apareció en este diario. Por ejemplo, Manuel Fuentes Díaz, ingeniero bioquímico con maestría en ingeniería ambiental de la UNAM, realizó una investigación en las tuberías de distribución de agua potable en la Comarca Lagunera en el año 2000. El estudio reveló que existe un desprendimiento de arsénico en las tuberías de acero galvanizado y hierro colado, especialmente en donde existían antecedentes de pozos con concentraciones elevadas de arsénico. El investigador estudió los 63 pozos de abastecimiento que para ese año había en la zona; de ellos, el 75% cumplía con la norma vigente en 1999 (0.05mg/l), sin embargo, desde entonces se conocía que la norma bajaría gradualmente a 0.025mg/l, por lo cual se había hecho la proyección que para el año 2005 sólo 43% de los pozos estaría dentro de la norma. Fuentes Díaz concluyó, hace casi ocho años, que las tuberías antiguas debían ser sustituidas, pues a lo largo de los años se han acumulado e incrustado sales, entre ellas el arsénico, que se va “lavando” con el agua. Esta investigación fue publicada por el Centro Panamericano de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente (CEPIS) de la Organización Panamericana de la Salud.
En la revista Enlace Químico, de la Universidad de Guanajuato, en el número 9 publicado en noviembre de 2007, dos investigadores, Javier Morán de la UAC y Adolfo Soto de la Universidad de Nuevo León, exponen una investigación sobre el efecto del arsénico sobre la calidad espermática y función endócrina en hombres endémicamente expuestos en la Comarca Lagunera. Mediante la diferencia entre un grupo de 125 hombres, residentes en una zona contaminada endémicamente con arsénico en el agua y un grupo de control de 78 sujetos del área urbana de Torreón, Coahuila, Gómez Palacio y Lerdo, se muestra que la exposición crónica a arsénico promueve la aparición de deficiencias importantes y problemas evidentes en la calidad espermática y función endócrina en sujetos de esta región.
Hay estudios científicos, realizados por mexicanos, que son reconocidos y citados por sus homólogos europeos y estadounidenses. Gonzalo García Vargas, Mariano Cebrián, José Javier García Salcedo, entre muchos otros, destacan por su consistencia y persistencia en los trabajos sobre metales pesados y su toxicología en esta región norteña. Por su parte, Francisco Valdés Perezgasga ha destacado por la investigación y difusión de las investigaciones en cuanto medio ha tenido a su alcance.
Es de llamar la atención que de fuera conozcan mejor nuestro terreno que nosotros mismos; que nuestros científicos tengan que publicar en revistas extranjeras especializadas para hacerse escuchar; que las advertencias sobre los usos del suelo y del agua no tengan eco en los planes municipales, estatales o federales. Ya se ha reunido, durante más de 40 años, suficiente evidencia para poder realizar acciones a corto, mediano y largo plazo, que detengan en lo posible el avance del arsénico que afecta más a quienes menos tienen, aquéllos a los que espera un horizonte nada halagüeño. ¿Qué necesitamos para dejar de hacer oídos sordos a esta grave problemática?
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